Cómo recordaba Almudena Grandes a su madre cada Navidad
“Y eso vuelve a ser lo mejor, y lo peor, de esta Navidad”.
Si el mundo de la Cultura y sus lectores siguen sin olvidar a Almudena Grandes, fallecida el pasado 27 de noviembre a los 61 años, a consecuencia de un cáncer, ella tampoco olvidaba a su madre en fechas tan señaladas como la Navidad.
En una de las columnas que la escritora escribió en El País, rescata ahora por el citado medio, Grandes relataba que “sabía que su madre no la escuchaba desde hace mucho tiempo, pero por alguna razón la echaba más de menos” en esos momentos “que hace veinte, treinta años”. Fue por la mañana, el día de Nochebuena, al entrar en la ducha, cuando comenzó a hablar con ella. No era algo que le ocurría solo en estas fechas especiales, pero sí sucedía todas las Navidades.
Como bien había confesado en numerosas veces, la madrileña no era creyente. No era esa la razón por la que hablaba con su desaparecida madre: “Es un espejismo, y sin embargo, siente que la imagen de una mujer mucho más joven de lo que ella es ahora, tan joven como cuando murió, la refleja igual que un espejo, y no en sus virtudes, sino en sus defectos”. Algo que le parecía “un fenómeno perverso”.
La Navidad le gustaba, a medida que pasaban los años, cada vez menos, pero necesitaba la figura de su madre cada vez más. En la cocina, preparando el caldo, comenzaba a hablarle en voz alta, mientras el resto de su familia seguía durmiendo.
“Hace balance del año que termina, y no sabe por qué, hasta las cosas que han salido bien le dan ganas de llorar. Los años le han enseñado a desconfiar de las esplendorosas familias de las fotografías. Sus hijos están bien, están sanos, tienen toda la vida por delante, pero ella podría haberlo hecho mejor, mucho mejor, y sus errores desfilan por su memoria como un ejército en formación año tras año, de Navidad en Navidad”, escribía.
Ese era el preciso momento en el que caía en la cuenta de “que la vida de su madre no se pareció a la suya, que ella no tuvo otra profesión que la de ser madre, que a eso dedicó todas sus energías y aun así cometió errores, pero ni siquiera la verdad es capaz de consolarla, de extirpar la humedad que empieza a acumularse entre sus párpados, mientras su marido, sus hijos, la pillan hablando sola, como todos los años”.
Le pedía esas cosas que hace cualquier madre, pequeños detalles que, a medida que pasan los años, se convierten en recuerdos cada vez más nítidos en la memoria de una hija que ya no puede disfrutar de esa figura: ayuda, que le cogiera en brazos, un beso en la frente, escuchar una nana de su voz, que se deshiciera en halagos hacia ella, que la absolviera de sus pecados.
El recuerdo de su madre seguía estando en el aroma del caldo, que le trasladaba a su infancia. La sentía más cerca que nunca con ese olor. “Y eso vuelve a ser lo mejor, y lo peor, de esta Navidad”, escribía.
El viudo de Almudena Grandes, el poeta Luis García Montero, tampoco ha podido evitar acordarse de la autora de El corazón helado este viernes. Así lo ha demostrado, emocionado, compartiendo una frase de la novelista para desear unas felices fiestas a sus seguidores: “Aprendí que la alegría era un arma superior al odio”.
Seguidores y lectores que también siguen homenajeando a la escritora, junto a libreros y madrileños, entre otros muchos, que la sienten Hija Predilecta.