Cómo plantarle cara a una persona cuando odias las confrontaciones

Cómo plantarle cara a una persona cuando odias las confrontaciones

Muchas veces, pese a tener las ideas muy claras, la conversación queda aparcada o incluso olvidada por completo.

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A muchas personas, la sola idea de tener que enfrentarse a alguien les provoca ansiedad. Ya sea hablar con un compañero de piso para que eleve sus estándares mínimos de higiene, para pedirle a un compañero de trabajo que deje de atribuirse el mérito de todo lo que haces o para decirle a un familiar que no te gustan sus chistes racistas, el hecho de enfrentarte a otra persona es intimidante.

En muchas ocasiones, pese a tener las ideas muy claras, la conversación queda aparcada durante semanas o meses, a veces incluso olvidada por completo.

“Muchas veces imaginamos que la conversación acabará en una discusión desagradable y hostil, pensamos que seremos rechazados por los demás y que no lograremos controlar nuestros sentimientos”, comenta la psicóloga Ellen Hendriksen, de la Universidad de Boston, autora de How to Be Yourself: Quiet Your Inner Critic and Rise Above Social Anxiety.

“Si no se nos da bien defendernos, si nos han enseñado a no ser una molestia para nadie o si somos especialmente sensibles a las emociones fuertes, lo más normal es querer evitar cualquier confrontación a toda costa”, señala.

Cuando evitas una conversación complicada, tu ansiedad se reduce de forma temporal, pero a largo plazo solo te estás perjudicando a ti mismo. Tus necesidades seguirán sin ser satisfechas, tu problema seguirá sin resolver y, mientras tanto, tu autoestima se habrá ido deteriorando.

“Con esa mentalidad estás reforzando la idea de que no tienes el valor necesario para plantarle cara a otra persona”, indica el psicólogo Ryan Howes y autor de Mental Health Journal for Men.

“El mensaje que estás transmitiendo es que sus ideas son más importantes que las tuyas. Cada vez que validas ese pensamiento, les estás dando más poder y estás asumiendo que no deberías defender tu postura”, explica.

Esta actitud también puede dañar tus relaciones. Al no defenderte, piensas que estás manteniendo la paz, pero las emociones negativas que se acumulan acaban saliendo siempre, por mucho que intentes ignorarlas.

“Si evitamos hablar de algo que nos molesta, estamos poniendo una olla en el fuego, metafóricamente hablando. Al final, empezará a hervir y las emociones negativas aflorarán con rencor y hostilidad”, asegura Hendriksen.

Presta atención a los siguientes consejos si tú también lo pasas mal con las confrontaciones.

Las confrontaciones no tienen por qué ser algo negativo

“Ya sea porque una vez tuviste un jefe complicado o porque tienes miedo de las confrontaciones desde la infancia, pon a prueba tus creencias”, propone la psicoterapeuta Amy Morin en el Psychology Today.

¿Qué falsas creencias están arraigadas en tu mente y necesitan que las replantees? Tal vez pienses que las confrontaciones son discusiones acaloradas que terminan con las relaciones y las amistades, pero debes saber que una confrontación a tiempo puede ser muy saludable si se afronta con asertividad y amabilidad.

“Las confrontaciones no tienen por qué ser gritos y reproches ni mucho menos tienen por qué poner fin a una relación”, aclara Hendriksen. “Pueden ser negociaciones en las que todos salgáis ganando y acabéis más unidos que antes”.

Céntrate en lo que tienes que decir, no en cómo se lo tomará la otra persona

Cuando te preocupa tanto la posible reacción de la otra persona, es muy fácil atascarse y perder el hilo de la argumentación e incluso el propósito de la conversación.

“Tienes una necesidad, un deseo o una opinión, y tienes el derecho a expresarla”, afirma Howes.

Un consejo es poner en orden tus sentimientos y pensamientos antes de empezar la conversación. Puedes hacerlo por escrito. Apunta en guiones todo lo que te molesta y sé específico. En vez de poner por escrito una frase poco precisa (“Me gustaría que mi compañero de piso fuera más considerado”), concreta tu deseo o tu necesidad: “Me gustaría que mi compañero de piso me avisara antes de invitar a sus amigos a nuestra casa”.

“Tú solo anota lo que te venga a la mente”, recomienda el psicólogo Nick Wignall en su blog. “Puede tratarse de personas, emociones, imaginaciones... Lo que sea. Al obligarte a pensar por escrito, consigues una visión más clara del problema”.

Una vez anotados los asuntos principales de los que quieres hablar, guárdate la chuleta en un papel o en el bloc de notas del móvil. Así podrás consultarla durante la conversación si pierdes el hilo, aconseja Howes.

Pon en una balanza las ventajas a largo plazo y la incomodidad que sentirás al principio

Sentirse incómodo antes de plantarle cara a alguien o incluso horas o días después es el precio que hay que pagar para alcanzar la paz mental a largo plazo. Es mucho mejor eso que darle vueltas al problema durante semanas, meses o años.

Howes pone de ejemplo hipotético a un vecino que te pidió prestado el cortacésped y todavía no te lo ha devuelto, pero lo necesitas porque el césped ya está alto. No se lo quieres pedir de vuelta porque crees que se enfadará, pero a medida que crece el césped, crece tu resentimiento.

“Puedes pasar meses esperando a que te devuelva el cortacésped hasta que estalles o puedes soportar 30 segundos de incomodidad y recuperarlo ya”, resume.

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Habla en primera persona para evitar las acusaciones

En vez de decirle a un amigo que es un egoísta y que solo se preocupa por él, dile: “Me duele tener que empezar siempre yo las conversaciones. Sería muy importante para mí que me hablaras más a menudo para preguntarme qué tal estoy”.

Tienes que intentar mantener tus emociones en el centro de tu discurso. Al atacar el carácter de la otra persona solo conseguirás que se ponga a la defensiva, y una vez que ha subido la guardia es más complicado que quiera mantener un diálogo constructivo.

“Evita las acusaciones, expresa lo que piensas y cómo te sientes”, escribe Morin. “Y lo más importante: respira hondo y no dejes que te domine la ira, aunque la otra persona se enfade. El objetivo es ser asertivo, no agresivo”.

Otra forma de suavizar la reacción de la otra persona es asumir la culpa de todo lo que hayas podido hacer mal, aunque sean cosas con poca importancia. De este modo, estás dejando claro que no quieres atacar, sino arreglar las cosas.

“Evidentemente, no hay que llevar esta táctica al extremo de pedir perdón por cosas que no has hecho o terminar la conversación solo para contentar a la otra persona”, advierte Wignall.

Piensa en una confrontación como una colaboración y no como una competición

En vez de adoptar una mentalidad competitiva para ver quién gana la discusión, replantéatelo como un problema que tenéis que solucionar juntos, propone Hendriksen.

“Por ejemplo, en vez de decirle a tu pareja que deje de comprar cosas en Amazon, dile: ’Si queremos ahorrar tenemos que intentar mantener estos gastos bajo control”.

Si la conversación se desvía, reconducidla hacia vuestro objetivo común.

“Si lo afrontáis como un equipo, será más difícil que acabéis discutiendo”, añade.

Howes coincide: es mejor colaborar para encontrar una solución en común. Además, colaborar es menos intimidante y más productivo que discutir.

“Si tu jefe necesita que metas más tiempo en un proyecto pero te resulta imposible sacar más horas, afróntalo como un problema que debéis resolver y no como un tira y afloja: ’Yo no puedo sacar más horas, pero se me ocurre que podríamos hacerle un contrato temporal a alguien o trasladar a alguien de otro departamento. ¿Es imposible posponer la fecha de entrega? ¿Se te ocurre alguna otra solución?”.

Vaya bien o mal, date un capricho por haber afrontado tus miedos

Cuando haya acabado la conversación, tómate un  momento para reconocer las cosas que has hecho bien. Quizás hayas logrado mantener un tono cordial y respetuoso todo el rato, incluso cuando tenías ganas de chillar. O quizás por fin hayas iniciado la conversación en vez de seguir retrasándola.

“Aunque el resultado no haya sido el esperado, puedes premiarte por las cosas que has hecho bien”, escribe Wignall.

Y date un capricho: pide comida a domicilio, hazte la manicura o ve a dar una vuelta en bici por tu ruta favorita; cualquier cosa que te haga sentirte bien.

Howes también anima a sus clientes a repensar en el éxito y el fracaso cuando se trata de una confrontación. No se trata de lograr cambiar la forma de pensar o la conducta de la otra persona, porque no tienes ningún control sobre eso. Lo que sí depende de ti es sentirte más cómodo en las confrontaciones y defenderte cada vez mejor.

“¿Has iniciado la conversación? Bien hecho. ¿Has pedido lo que querías, aunque la otra persona no te lo haya concedido? Bien hecho también por defender tus intereses”, concluye.

Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.