Cómo nosotros, maestros, debemos prestar atención a la fobia escolar de nuestros alumnos
Entre todos los chavales, seguro que alguno sufre fobia escolar. Ese miedo que te paraliza y te aterra hasta el punto de no ser capaz de ir a la escuela.
Ahora que se acerca la vuelta al cole, algunos —más que otros—, van ya arrastrando los pies. Aparecen los nervios en el estómago y la agitación a la hora de dormir. Vuelta al cole equivale a veces a ansiedad. Por supuesto, da un poquito de angustia, pero la bola en el estómago desaparecerá a medida que la jornada avance. Sin embargo, para otros, esta bola de angustia no hará más que crecer hasta convertirse en un verdadero inconveniente para el día a día.
En el patio de recreo, nosotros, los maestros, miraremos con indulgencia cómo nuestros alumnos entran a clase. Escrutaremos la expresión de su rostro, prestaremos atención a las afinidades ya creadas, a las que se forman, a las que se van perdiendo. Y luego todo se encadenará. Seguiremos echando un ojo a los alumnos que se aíslan, dejaremos pasar a los que fingen que todo va bien (algunos lo hacen muy bien).
Entre todos estos alumnos, seguro que alguno sufrirá fobia escolar. Ese miedo que paraliza al niño y que le aterra hasta el punto de no ser capaz de ir a la escuela, pese a su interés. Primero será una ausencia de un día o menos (dolores de tripa, náuseas...), luego una ausencia más larga, y así sucesivamente. "¿Cuál es su nuevo capricho? ¿Que ahora no quiere venir a la escuela? En un vago, se va a quedar en su casa con los videojuegos". Este juicio sentencioso, pronunciado con el rostro grave, tiende a desaparecer, pero en algunos casos sigue arraigado, para disgusto de la familia, de las instituciones médicas y de otros maestros.
No vamos a mentir: existen, como siempre han existido, los niños que no quieren ir al colegio (o al instituto) porque no tienen ganas. El sistema educativo no está hecho para todo el mundo. Pero yo no hablo de esto. Hablo de los alumnos que realmente sufren lo que se conoce como fobia escolar. Son chavales para los que salir del colegio supone una liberación, mientras que entrar a clase equivale a sentir la muerte. En una sociedad que se apoya en la presión (éxito social, familiar, etcétera), en el miedo al fracaso y en la mirada de los demás, esta evolución no resulta extraña. Entonces, ¿por qué negarla?
Por mucho que se niegue la existencia del rechazo escolar ansioso —otro nombre para el mismo problema—, este no desaparecerá. Por tanto, escuchemos a los adolescentes que nos dicen que algo no va bien. Tratemos de comprenderlos antes de juzgarlos. Sigamos siendo indulgentes como en ese primer día de clase.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Francia y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano