Cómo la crisis curó nuestra tecnofobia
Siempre habrá hueco para las clases presenciales, pero la educación puede, y debería, hacerse 'online'.
Estos datos me sorprendieron. De acuerdo a unas cifras recientes del Departamento de Educación, durante el año académico 2018-2019 sólo el 35% de los estudiantes de postsecundaria de Estados Unidos tuvieron una clase online.
Piensa un segundo en esto. A pesar de la presencia de Internet de alta velocidad, la sofisticación de la tecnología de las videollamadas y la disponibilidad de las plataformas de educación online de gran calidad, dos de cada tres estudiantes no tuvieron ni una sola clase online el año pasado.
Y ahora, casi de la noche a la mañana, el número de clases online se han incrementado un 100%.
Sin duda, este cambio ha llegado con algunos problemas, ya que los alumnos y los profesores se han tenido que adaptar a un entorno de educación online. Es difícil reproducir en un espacio virtual el ambiente y el dinamismo que se vive en una clase universitaria. Tanto los profesores como los estudiantes puede que no estén familiarizados con la tecnología o que no dispongan del material necesario.
Sin embargo, la otra cara de la moneda es que el verdadero aprendizaje se está llevando a cabo ahora, a gran escala, a distancia. Piensa en el ahorro y la eficiencia que supone: todo el tiempo y el dinero que normalmente se gasta en ir y venir de clase; el hecho de que no hay necesidad de alquilar y mantener los edificios de los colegios; la disminución radical de la huella de carbono; todo el dinero que ahorran los estudiantes que ya no necesitan alquilar habitaciones y apartamentos; y así sucesivamente.
Siempre habrá hueco para las clases presenciales, pero la educación puede, y debería, hacerse online. ¿No es hora de que nos sintamos cómodos con la alternativa digital... no sólo en el aula sino más allá?
Es evidente que durante este tiempo se han producido cambios similares, en cómo trabajamos, compramos, jugamos, pedimos comida, incluso en cómo visitamos al médico. Estos cambios han sido provocados por la crisis del COVID-19, y han sido impactantes tanto por la intensidad como por la velocidad en la que han llegado. Sin embargo, el resultado puede ser una valiosa aceleración de nuestra transformación digital como sociedad.
Muchos de los beneficios se han hecho evidentes. Los niños que no han podido ir a clase han continuado su educación a través de Internet. Los médicos están atendiendo a los pacientes por teléfono para que no salgan de casa. Los pequeños comercios locales que han tenido que cerrar se han lanzado al ecommerce. Además, los trabajadores de todo el mundo han visto lo productivo y eficiente que es trabajar desde casa gracias a herramientas como Zoom, Slack y Google Docs.
Puede parecer como si esto hubiera sucedido de la noche a la mañana, pero, por otra parte, ha tardado mucho en llegar. En muchos casos, hemos contado con las tecnologías digitales necesarias durante años incluso décadas, pero el verdadero obstáculo ha sido la dejadez. Ya sea por la costumbre, por el miedo o por el interés personal, nos hemos aferrado a antiguos sistemas que añaden poco valor mientras consumen tiempo y recursos valiosos.
Sin embargo, la crisis nos ha obligado, de un golpe, a superar el obstáculo en lo que respecta a la tecnología. Esto no ha ocurrido sin desafíos reales, ni debería pasar sin preguntas o debates, pero en este momento podemos ver el pasado como como una línea divisoria clara en la transformación de nuestra relación con las tecnologías digitales, en el trabajo, en el colegio y mucho más.
De hecho, el cambio de tono y de actitud ya es evidente. Los temores por el “tiempo que pasamos frente a la pantalla” han desaparecido mientras usamos los dispositivos para relacionarnos con los amigos y la familia. El reparo por los anuncios invasivos en las redes sociales ha dado paso a que se reconozca el poder que tienen para unir a la gente. Como sociedad, de repente estamos usando más tecnología, con más sentido y con mejores resultados, que nunca. El columnista del New York Times Kevin Roose escribió: ”El virus nos está forzando a usar Internet como siempre se pensó que se usaría, para relacionarnos unos con otros, compartir información y recursos, y encontrar soluciones conjuntas a problemas urgentes.”
Tampoco es probable que estos cambios sean temporales. ¿Volverá a ser la educación igual ahora que millones de estudiantes y profesores se han adaptado a las plataformas educativas online? Los empleadores y los trabajadores han visto ahora el teletrabajo en todo su esplendor, lo que augura cambios masivos en la forma de trabajar en los próximos años. Innumerables tiendas y restaurantes se han sumergido en el comercio electrónico, un canal que es poco probable que deshabiliten una vez que la crisis haya pasado.
Esto no quiere decir que las relaciones con personas reales, cara a cara, en la vida real no sean importantes. No creo que nadie quiera un futuro donde nos relacionemos solo a través de dispositivos, pero al aceptar nuestro potencial digital, damos más valor a esas relaciones humanas como pasar tiempo con familiares y amigos, sentarnos a comer con nuestros padres y seres queridos, salir y sentir la naturaleza, estar disponible para nuestros amigos e hijos. En su máxima expresión, de eso trata realmente la transformación digital.