Cómo hablar con racistas, empezando con uno mismo
El pasado 30 de julio se publicó en la sección de opinión de The New York Times un artículo de Margaret Renk titulado How to Talk to a Racist (Cómo hablar con un racista) que logró hacerse viral. Renkl, una escritora residente en Tennessee que tiene un enorme corazón y un talento prodigioso, intentó desplazar el tema de la raza a un espacio conversacional más productivo y sugirió que las personas interesadas en combatir el racismo deberían resistirse a gritar "¡Racista!" a los racistas y que, en lugar de eso, deberíamos... La verdad es que no aportó ninguna alternativa significativa.
Bueno, Margaret, como se suele decir por Internet, a menudo con un meme sutil y fulminante: al menos lo has intentado.
Ya sea en Elleo en The New Yorker, se está prestando mucha atención al tema de la fragilidad blanca, sobre todo entre las mujeres. Estupendo. Hablemos de ello. Pero, una vez que hayamos hablado sobre ello, tuiteado sobre ello y escrito ingeniosos artículos moralizantes sobre ello, ¿qué podemos hacerlas mujeres blancas progresistas para mejorar la situación?
Tengo unas cuantas sugerencias. Pero, antes de nada, aquí va una historia personal humillante.
Hace unos diez años, entré en la tienda local de pintura con la cabeza llena de preguntas sobre qué tipo de acabado convenía utilizar para un estudio y fui directa al mostrador. No tenía que hacer fila, ¿no?, solo tenía una pregunta.
A mi izquierda, esperando su turno pacientemente, había una encantadora mujer negra de unos 40 años con coleta, vaqueros y una sudadera de la Universidad John Hopkins. Se me quedó mirando. No era una mirada desagradable ni borde, simplemente una mirada.
Sonreí como diciendo: "Hola, simpática desconocida. Estoy aquí porque solo quiero preguntar una cosa, para eso no tengo que hacer fila, ¿no?".
Me siguió mirando y me sonrió levemente.
Empecé a hablar. "Me gusta la Johns Hopkins. Tiene un campus precioso. Solía visitarlo cuando estábamos en Fort Meade".
Se giró un poco y miró a su marido antes de volver a mirarme a mí.
Y entonces me di cuenta. Probablemente estaba enfadada conmigo porque pensaba que no la había visto y que no había respetado su turno en la fila.(¿Muy simbólico, no? Dios...).
¿Y sabéis qué? Tenía razón. Ni siquiera la había visto. Quiero pensar que también me habría parecido bien colarme si ella hubiera sido blanca, pero, siendo sincera, creo que en mi subconsciente su raza fue un motivo.
Esa interacción solo duró seis segundos, pero me cambió la vida por completo.
Os doy mi palabra: si queréis cambiaros a vosotros mismos, tenéis que estudiaros en profundidad, y si queréis cambiar el mundo, tenéis que hablar sin tapujos. Ambas cosas requieren un baño de realidad a través de la admisión de que, en efecto, tenéis sesgo racista. Ambas cosas requieren un proceso de autorreealización, lo cual significa que no hay que pedir a las personas de color que se conviertan en instructores privados sobre cómo no ser racistas (aunque estoy segura de que muchas personas estarían encantadas de ser contratadas para semejante papel). Aunque os mováis, como yo, en un entorno relativamente equilibrado racial y socioeconómicamente (en mi caso, en el sector militar), al principio puede ser desconcertante hacer frente a la profundidad y extensión del racismo, incluido el racismo de las mujeres blancas protectoras a las que no les gusta ser tachadas de racistas. A este respecto, recomiendo el podcast de Luvvie Ajayi About the Weary Weaponizing of White Women Tears (Sobre el cansino uso de las lágrimas de las mujeres blancas como armas). El podcast que hace con Glennon Doyle también es muy bueno. Sin embargo, aprender sobre el racismo no es tan duro como vivir con ello a diario, de modo que es fundamental tener humildad.
Más recientemente, me sentí conmovida y profundamente inspirada por un artículo maravilloso de Brittany Packnett: How to Spend Your Privilege(Cómo invertir tus privilegios). En el artículo, la autora redirige el tema de la culpabilidad blanca respecto a los privilegios más allá de la tendencia habitual para empezar a interpretarlos no como un factor limitante (que sería lo contrario a un privilegio, si lo interpretamos de forma literal), sino como un tipo de divisa que puede utilizarse como moneda sanadora, reparadora. No como un déficit de justicia social, sino como lo que es: verdadero capital social. Eso cambia un poco las cosas, ¿a que sí? En mi caso, ahora me muevo por el mundo con mi dinamismo característico, pero con más conciencia y sensibilidad, y cada vez más, espero.
¿Y qué hay del imperativo de Renkl de iniciar la conversación frente al racismo? Yo tengo dos vías y un par de respuestas preparadas y escojo cuál usar según las circunstancias.
Si veo u oigo algo que está completamente fuera de lugar (un chiste de mal gusto, la palabra negrata utilizada por una persona no negra o un comentario extremista), me salto la llamada de Renkl al civismo y respondo: "Eso ha sido muy racista, no está bien". Como veréis, no es una táctica que sea recibida normalmente con gratitud y admiración, pero si alguien prefiere ponerse a la defensiva en vez de reconsiderar seriamente las repercusiones de su comentario o acto, eso ya queda fuera de mi alcance. Desde la llegada al poder de Donald Trump, he podado mi lista de amistades, tanto en Internet como en la vida real, a raíz de todo el racismo que ha salido a la luz.
Sin embargo, es mucho más frecuente encontrarme con casos leves de intolerancia (como fue mi caso). En esos momentos, mi as en la manga consiste en un plan de dos partes que me gusta llamar Mueca y Aclaración. Primero, se empieza con una expresión facial básica: la mueca caucásica. Ya conocéis esa mueca, la contracción involuntaria que se hace cuando a alguien se le cae el café en el aparcamiento con estrépito, o cuando estableces contacto visual con otra persona al tiempo que ambos veis a unos padres lidiando con el cabreo épico de su hijo pequeño en el súper, o cuando tienes que decirle a Gary, el del departamento de diseño, que no puedes llevarlo mañana al taller a recoger su coche. Es la cara que se suele poner cuando ves o tienes una mala noticia. Pues pones esa cara y dices lo siguiente, como si lo lamentaras por la otra persona, porque claramente no ha querido decir algo tan racista de cojones. "Jope, eso suena muy racista. ¿Es eso lo que has querido decir?".
De este modo, se establece un escenario mucho más productivo para dialogar que si simplemente gritáramos, tal y como imagina Renkl: "¡Eh, tú, eres un racista!".
También es una ayuda tomarse el racismo en serio, pero no tanto a uno mismo. El racismo es un problema serio, pero a la hora de combatirlo, el humor tiene cabida si se aplica con buen juicio. Percibo, con cierta desazón, que se ha puesto muy de moda que los blancos se burlen de otros blancos por su actitud de "blanquitos" y, aunque es una forma de identificación, no puedo evitar pensar que también se trata de un tipo potencial de distanciamiento. O sea, claro que podéis soltar un comentario burlón sobre la insípida ensalada de patata que se está tomando Karen mientras guarda el picante, la mahonesa y demás, porque las risas pueden ayudar a tender puentes. Pero no hace falta que os recuerde que todavía hace falta destripar y reconstruir estructuras enteras una vez hayamos terminado de reírnos en sarcástica armonía sobre ese puente, ¿no?
Si estáis comprometidos a expandir vuestra burbuja blanca y reluciente, en Internet y en persona, es bastante probable que aun así digáis, hagáis, ignoréis o toleréis algo racista. Y puede que eso no pase desapercibido. Que te llamen la atención por racismo, ya sea en las redes o en persona, de forma verbal o con una mirada fulminante, es vergonzoso de narices. Ya es suficientemente vergonzoso acabar reducidos a una magdalena llorona. Creedme, lo sé bien. Si alguien me llamara la atención en la cara por una infracción racista, me pondría como un tomate y mi labio inferior empezaría a temblar como un flan en medio de una tormenta. Pero eso es lo complicado de ser una persona decente: si queréis ser mejores personas, tenéis que asumirlo y corregiros cuando habéis hecho algo mal.
Cuando digo esto, no espero un aplauso o una galletita. Utilizar esta plataforma para escribir un artículo como este es el requisito mínimo para ser una ciudadana del mundo con conciencia. El racismo no es una enfermedad terminal o incurable a la que estemos irremediablemente abocados. Es un continuum que va desde las pifias bienintencionadas hasta el asesinato. Aceptad con elegancia y arrepentimiento que vosotros también estáis incluidos. Todo el mundo se encuentra en alguna parte de un continuum de clasismo, sexismo, aspectismo, capacitismo, tallismo y homofobia. Formáis parte de la raza humana y no sois perfectos. Pero tenéis un maravilloso margen de mejora.
Si metéis tanto la pata que acabáis como un tomate o empezáis a llorar, secaos los ojos, disculpaos y hacedlo mejor. Vais a cometer errores, pero eso no os convierte irremediablemente en racistas o en un fracaso (aunque tampoco os exime de intentar mejorar).
En cuanto a lo de dialogar con otras personas sobre las razas o denunciar el racismo, aunque puede resultar tenso y mortificante en ocasiones, también es necesario. La forma de afrontarlo depende de con quién se está tratando. Algunas personas merecen un acercamiento con la mente abierta; otras personas, en absoluto. Sea como sea, tiene que hacerse.
Nunca lo olvidéis: el racismo puede ser mortal. En cambio, la vergüenza, os lo aseguro desde mi experiencia personal, tiene una tasa de supervivencia del 100%.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.