Cómo ha llegado EEUU al grado de violencia vivido en el Capitolio
Demasiadas mentiras, demasiada bilis, demasiado que tapar: Trump ha dado alas a sus férreos defensores, con demasiadas armas en el desván.
Y la sangre ha corrido. La imagen del Capitolio de EEUU tomado por incansables seguidores del presidente saliente, el republicano Donald Trump, armados y con símbolos racistas, es una estampa noqueante pero, ay, no inesperada. Llevaba mucho tiempo cociéndose el caldo de cultivo de esta tarde de infamia en la llamada mayor democracia del mundo. Sólo se ha subido el fuego y la olla ha rebosado.
A un país profundamente dividido, con diferencias sociales abismales, donde la igualdad de razas es una quimera, llegó en 2016 un señor millonario que echó toda la leña posible: la del odio al emigrante, la del desprecio al pobre, la del proteccionismo a toda costa, la de la mentira. Cuatro años después, con unos datos históricos, el demócrata Joe Biden le ha quitado la Casa Blanca y no lo soporta. Ni él -porque sin la protección de la presidencia tiene mucho que tapar- ni los suyos -grupos de extrema derecha y paramilitares a quienes ha alabado en público-.
Ha habido antecedentes serios a los altercados de hoy en Washington, con disparos de por medio. Por ejemplo, en agosto, un joven supremacista blanco de 17 años mató a dos personas en Kenosha, manifestantes que protestaban después de que la policía disparase por la espalda hasta en siete ocasiones a un hombre negro llamado Jacob Blake. En mayo, un grupo de milicianos invadió la sede del parlamento estatal de Michigan y aterrorizó a sus legisladores.
Facebook ha cerrado varios grupos proTrump -con más de 300.000 seguidores- en los que se llamaba a la violencia. Y en algunos estados demócratas, favorables a medidas estrictas de control contra la Covid-19, han aparecido grupos armados con fusiles sofisticados, chalecos de camuflaje y walkie-talkies para “proteger” a los comercios locales.
Los mensajes lanzados por Trump han ido in crescendo, alentando a los suyos, a esos grupos que en muchos casos tenían a afines al presidente o a republicanos de su cuerda como líderes o impulsores. Lejos de apaciguar y pedir justicia por las buenas, empezó a hablar de “fraude” y de “robo” incluso en campaña, antes de conocer los resultados, esos que aún no ha reconocido. Con frases como: “Si contáis los votos legales, gano con facilidad. Si contáis los votos ilegales, ellos pueden intentar robarnos las elecciones (...). No podemos dejar que eso ocurra”.
Su ira, contagiosa, también ha ido a más, mientras sumaba revés tras revés: en algunos sitios no ha habido nuevos recuentos de votos porque la justicia no los ha considerado oportunos o, peor, se han repetido, pero con resultado favorable para su enemigo: una segunda suma en el estado de Wisconsin, pagada por los republicanos, acabó dando 87 votos adicionales a Biden. En cuanto a las presiones ejercidas sobre los congresistas locales, alabados o criticados por el entorno de Trump, tampoco impidieron la certificación de los resultados en los estados más determinantes.
Cada golpe vino acompañado de una nueva andanada contra los contrarios, siempre en posesión de la verdad. Llegados a ese punto, ¿qué resta? Pues poner en jaque a las instituciones, han pensado los más radicales. Porque lo dice el presidente, eso lo legitima todo. Y porque, esencial también, no ha encontrado voces realmente fuertes ni masivas en su partido, el Republicano, con las agallas y el pundonor como para pararle los pies y decirle que frenara. Algunos hasta lo han alentado.
“Un peligro desconocido”
El International Crisis Group, a las puertas de las elecciones, emitió ya una advertencia sin precedentes acerca de los comicios que iban a celebrarse en Estados Unidos. En un informe de 30 páginas, los rastreadores de amenazas del ICG alertaban de que el país se enfrentaba a “un peligro desconocido” estos días. Entre los factores que enumeraba sus analistas y que podrían avivar la violencia están la proliferación de desinformación en internet y los discursos de odio, el aumento de grupos armados y la posibilidad de que las elecciones presidenciales estén muy reñidas o sean controvertidas (no hay que olvidar que a Trump lo han votado 75 millones de personas).
El grupo también responsabilizaba al magnate de la violencia potencial, poniendo como ejemplo sus incendios varios al referirse a casos de violencia policial contra ciudadanos negros, apoyando a los supremacistas o a los agentes de gatillo fácil, y escribía que su “retórica tóxica y su voluntad de cortejar conflictos para promover sus intereses personales no tienen precedentes en la historia moderna de Estados Unidos”.
Lo mismo que diversas fuentes de Inteligencia y Seguridad Nacional explicaban a la CNN, la ABC o el New York Times que se temía que hubiera “una potencial violencia por el descontento de los resultados” tras la derrota de Trump y que el país, en suma, afrontaba “momentos increíblemente difíciles”.
Demasiadas armas
Todo esto ocurre en un país donde cualquier vivienda particular puede ser un polvorín o un arsenal. A principios del año pasado, se estimba que había aproximadamente 393 millones de armas de fuego disponibles para los civiles estadounidenses (la población del país es de 328,2 millones de personas), según un informe del Instituto Nacional de Justicia (NIJ). Los ciudadanos norteamericanos representan el 4,4% de la población global, pero poseen el 42% de las armas del mundo. Y per cápita, también son los primeros, con 1,198, casi cuatro décimas por delante del segundo país, Yemen, en guerra abierta.
La pandemia de coronavirus lo ha agravado todo aún más: ha hecho que entre marzo y noviembre de 2020 se vendieran 19 millones de armas más, lo que supone un incremento del 91% respecto al mismo periodo del 2019. Son datos de la propia industria del armamento. En sólo el mes de marzo pasado, el FBI registró más de 3,7 millones de verificaciones de antecedentes, un paso esencial para lograr el permiso; es la cifra más elevada de los últimos 20 años.