Midterms: EEUU se juega la estabilidad y el futuro con el duelo Biden-Trump como telón de fondo
Este 8-N se renueva toda la Cámara de Representantes y parte del senado, se eligen gobernadores y fiscales y se vota sobre el aborto. Los ciudadanos dirán qué país desean.
El calendario marca el 8 de noviembre y las elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos ya están aquí. Las llamadas midterms permitirán elegir una nueva Cámara de Representantes (435 diputados), renovarán 35 escaños del Senado y 36 gobernadores y seleccionarán a nuevos fiscales, secretarios de Estado, tesoreros de Estado, algunos alcaldes... Toda la maquinaria institucional salvo la presidencia, la administración más cercana, la que hace leyes y la que vigila por ellas, pasa por las urnas en este martes.
En un momento de enorme división popular, de conquistas en entredicho, de crisis económica, esta votación no es una más, sino un paso del Rubicón, una decisión sin vuelta atrás sobre el modelo de país que se quiere y el que se rechaza, sobre los derechos de su gente, sus libertades y sus límites, su progreso, su futuro. Su alma. Y la antesala de lo que puede pasar en 2024, si el presidente Joe Biden y su antecesor, Donald Trump, vuelven a disputarse la Casa Blanca.
Históricamente, gana estas elecciones el partido que no está en el Gobierno, esto es, se prevé una victoria republicana sobre los demócratas, pero lo que las encuestas desvelan es que el escenario es muy ajustado, se pelea por cada sillón, y no hay suertes echadas ni escenarios imposibles esta vez. La media ponderada de encuestas elaborada por la web FiveThirtyEight otorga a los de Biden un 45% de posibilidades de mantener su ventaja en el Senado y sólo un 16% de hacerlo en la Cámara de Representantes. En principio, no le pinta bien, pero hay que esperar.
No se puede mirar sólo si hay castigo o no a la gestión de Biden, cuando cumple dos años en la Casa Blanca, sino que en este 2022 entran en juego factores nuevos, insólitos. De ahí que los analistas insistan en hablar de “los comicios más importantes de la América reciente”, por más trillada que esté la expresión.
Es nuevo el hecho de que estamos la primera consulta tras el asalto al Capitolio de enero de 2021, la mayor agresión a la democracia en el país que se recuerda, de la que los republicanos salieron malparados y por la que hasta su líder tendrá que testificar. También es la primera cita con las urnas después de que el Tribunal Supremo de EEUU derogase el derecho al aborto, instaurado en 1973, que ahora cada Estado debe proteger o meter en el cajón, lo que está movilizando masivamente a las mujeres en su defensa. Y, finalmente, también es nuevo ir a votar después de que Trump pusiera en tela de juicio los resultados de 2020, de que sus gobernadores y sus secretarios se sumasen a la sospecha, que nunca hayan acabado de reconocer como limpia la victoria de Biden.
Todo eso es tan sensible, tan hondo, tan vivo en el día a día de la política norteamericana, tan repetido en los mítines de estos días -muy por encima del argumentario de los programas-, que la balanza tiene demasiados pesos que ajustar cuando ya sea la hora del recuento y no de la demoscopia. “Nos enfrentamos a uno de esos puntos de inflexión, uno de esos momentos que ocurren cada tres, cuatro o cinco generaciones. Todos sabemos en nuestro interior que nuestra democracia está en peligro”, afirma Biden, previniendo de la victoria republicana. “Este país no sé si va a vivir otros dos años”, responde Trump, azuzando el miedo al poder demócrata. No hay nada nuevo en que los candidatos enmarquen las carreras electorales como opciones entre la estabilidad y el desorden, la luz y la oscuridad, o simplemente el bien contra el mal, pero es que ahora están en juego derechos y mecanismos nunca antes puestos en tela de juicio.
EEUU ha transitado en los dos últimos años por una incierta recuperación de la pandemia, frenada por la invasión rusa de Ucrania, con una inflación de dos dígitos desconocida en 40 años, por lo que los problemas económicos se han puesto los primeros en la agenda de los ciudadanos, que ven su poder adquisitivo mermar con una recesión a las puertas. En mitad de eso, ha soportado crisis impulsadas por las oleadas migratorias en la frontera, datos preocupantes sobre los escasos progresos en las aulas, la delincuencia al alza, Rusia amenazando con ataques nucleares... Incertidumbre y desconcierto que son el mejor caldo de cultivo para el populismo y el revanchismo.
Actualmente, los demócratas de Biden tienen una estrecha mayoría en la Cámara de Representantes y el Senado, un hecho que ha permitido al presidente -no sin contratiempos hasta con sus propios compañeros- avanzar en parte de sus propuestas legislativas más importantes. Hoy cuentan con 221 de los 435 escaños de la Cámara de Representantes, frente a los 212 de los republicanos y los dos escaños vacantes. En el Senado, los del presidente tienen 50 miembros, los mismos que los republicanos, pero la vicepresidenta demócrata, Kamala Harris, puede desempatar en el Senado.
En la mayoría de estados, la votación tiene un claro candidato, por lo que concentran la atención aquellos pocos donde el duelo está más ajustado. Pensilvania, Nevada, Georgia, Ohio y Arizona tienen en estos momento el peso de decantar el poder del Senado hacia uno u otro bando.
Los grandes temas de la campaña
La inflación en Estados Unidos se acerca a máximos nunca vistos en cuatro décadas -tampoco se han visto en 70 años unos beneficios tan potentes para las grandes empresas, todo sea dicho- y un 77% de los estadounidenses considera que es un tema primordial a la hora de decidir su voto, según la última encuesta publicada este domingo por ABC News y The Washington Post. El Partido Republicano, según este sondeo, aventaja en 12 puntos o más a los demócratas en los índices de confianza a la hora de gestionar la situación económica en Estados Unidos. Biden repite: “Ellos no son nosotros. Se trata de una elección entre dos formas muy diferentes de ver la economía”, sabedor de que lo si
Sin embargo, los demócratas responden con una ventaja significativa en la confianza de la población para un tema tan delicado como el aborto. En la encuesta, un 66% de estadounidenses considera que el aborto debería ser legal en todos o en la mayoría de los casos, el porcentaje más alto el más alto en las encuestas de ABC y el Post desde 1995. Se trata, además, de una subida de ocho puntos desde abril, dos meses antes de que la mayoría conservadora del Tribunal Supremo eliminara el derecho constitucional a la interrupción voluntaria del embarazo. En estados como Kansas, habitualmente conservador, el 70% de quienes fueron a votar sobre el refrendo de este derecho fueron mujeres y en ellas confía Biden. “Vamos a demostrar su fuerza”, enfatiza. Los ciudadanos de California, Kentucky, Michigan, Montana y Vermont también están llamados este martes a votar sobre esta materia.
A pesar de medidas tan aplaudidas como las que han facilitado el descenso del paro (un 3,7% en octubre, próximo a mínimos nunca vistos en décadas) o la condonación parcial de la deuda universitaria, las leyes sobre infraestructuras o producción de chips -el sprint legislativo más importante en décadas en EEUU-, el presidente actual llega a estos comicios con un índice de aprobación del 38%, según una encuesta publicada a finales de octubre por Pew Research, entre dos y siete puntos más baja de la que sus predecesores tenían en el ecuador de su mandato. De nuevo, hay que añadir un “pero”: Biden aún cuenta con el fuelle de quienes votaron por él por no votar a Trump, gente que no lo adora pero lo entiende como mal menor. En la misma coyuntura puede estar ahora su partido y beneficiarse del rechazo visceral que genera el magnate, allá donde no lo veneran. Amor y odio. Agua y aceite.
Todo fango
Trump sigue con su ordeno y mando en el Partido Republicano, una formación de larga vida donde los críticos se han ido escondiendo o pagándolo, hasta dejarle el camino expedito para volver a ser candidato a la Casa Blanca. Ha creado una legión de fans, afiliados o no, líderes del partido incluidos, que creen literalmente en la bondad del asalto al Capitolio o en que el expresidente hizo bien en llevarse documentos confidenciales a su casa de Florida.
Apenas una semana antes de las elecciones se produjo un feroz ataque contra el esposo de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, aparentemente con la intención de atacar a la propia demócrata, pero que parece no hacer mella y mostrar, en cambio, las serias de las consecuencias de las mentiras sobre los resultados electorales a quienes siguen pensando a pies juntillas lo que Trump desliza. Este ataque terminó de concretar la advertencia formulada a mediados de octubre por el grupo de expertos Soufan Group, que alertaba en un informe sobre la posibilidad de un nuevo estallido de violencia política durante las elecciones legislativas mientras el Southern Poverty Law Center (SPLC) volvía a poner de manifiesto en un estudio las conexiones entre los radicales del Partido Republicano, los movimientos extremistas y plataformas de desinformación.
La congresista Marjorie Taylor-Green llegó a responsabilizar indirectamente a Biden del ataque al criticar su incapacidad para controlar la violencia en las ciudades, el discurso en torno al ataque acabó completamente enmarañado. “Para cuando terminó la semana del ataque, casi nadie en la derecha estadounidense, ya fuera un extremista abierto o un comentarista conservador ostensiblemente respetable, reconocía que el ataque fue un acto de violencia política”, según las conclusiones del SPLC, difundidas por Europa Press.
Poco o nada ha cambiado el ambiente político y el “hiperpartidismo” desde la llegada de Biden al poder, y cada acontecimiento no hace sino exacerbar esta fricción, ya sean las decisiones del conservador Tribunal Supremo contra el aborto, la lucha contra la pandemia, la crisis económica derivada de la guerra de Ucrania, los procesos judiciales contra los participantes en la insurrección en el Capitolio, los ataques con armas de fuego contra los colegios del país o la investigación contra el expresidente Trump.
Según una encuesta de The New York Times, el 68% de los aspirantes a ocupar un lugar en el Congreso o en los gobiernos locales cree que hubo irregularidades en esas presidenciales, mientras Trump ha comenzado en muchos sentidos a presentar sus aspiraciones en estas elecciones de mitad de mandato. De hecho, fuentes del portal Axios próximas al exmandatario creen que podría anunciar el 14 de noviembre, como muy pronto, su nueva apuesta a la Casa Blanca. Un mensaje para calentar motores de cara a sus seguidores, para llevar a las urnas a los indecisos de su flanco.
Sumando todas estas circunstancias, más la amplificación que proporcionan las redes sociales a las narrativas mencionadas, el grupo Soufan traslada la “preocupación” sobre la posibilidad de que Estados Unidos acabe siendo presa de una “profecía que se cumpla a sí misma”; una en la que las “predicciones más graves acaben cumpliéndose”, con el efecto inmediato de un aumento de la violencia “antes, durante y después de los comicios”.
Los escenarios políticos
Desde el miércoles, está la opción de que republicanos y demócratas controlen cada uno una Cámara. Si eso es así, Biden gobernará a base de órdenes ejecutivas, porque carecerá de capacidad de actuar en solitario, de pasar los trámites parlamentarios con holgura y gobernar como le gustaría hacerlo. Esta prerrogativa es básica en política exterior.
Si los republicanos ganan la mayoría en ambas Cámaras, el presidente seguirá conservando ese poder de la política internacional pero en el ámbito interno, los republicanos podrían aprobar leyes o intentarlo, porque no es tan sencillo, ya que Biden puede vetar proyectos. No obstante, “este veto puede ser anulado por dos tercios de los votos de cada Cámara, pero dada la configuración actual de las elecciones intermedias, los republicanos nunca podrán reunir esos dos tercios. Joe Biden estaría entonces obstruyendo y podría hacer retroceder cualquier legislación aprobada”, precisa France 24.
Los conservadores han avisado que se plantean utilizar su potencial mayoría para impulsar una avalancha de investigaciones. El porqué del registro de la mansión de Florida de Trump en agosto e incluso el lanzamiento de un juicio político contra Biden están en su punto de mira. Quieren embarrar a Biden y limpiar a su líder de cara a 2024. También lo quieren lograr con los secretarios de Estado y los gobernadores, que son los responsables de los procesos electorales en cada territorio, piedra de toque si hay, de nuevo, “sospechas” de limpieza en una convocatoria. Pueden ir, sin pararse, a favor de lo que pida Trump.
El último y menos factible de los escenarios es que los demócratas ganen las elecciones con mayoría tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. En ese caso, Biden tendrá vía libre, con sus problemas internos, lasa familias demócratas y las coyunturas del momento, pero todo quedará en casa y se resolverá en casa, como en sus dos primeros años de mandato. Entre las cosas que tiene aún pendientes en el cajón destacan, a juicio de Moreno, “su proyecto de ley de inmigración, la gran reforma de su mandato, pero que está estancada porque de momento no hay acuerdo en el Senado”. Lo convertiría, sin competidor, en el presidente con más poderío legislativo en la historia reciente de EEUU.
Habrá que ver el reparto de los estados y los demás puestos paralelos a los de gobernador -fiscales o secretarios- para conocer el verdadero poder local de cada cual, que supone la aplicación práctica de las normas más cotidianas para los ciudadanos. Todo sumará para conformar un país obviamente capitalista, primera potencia mundial, tierra de libertades, que lleva ya seis años empantanado por el mando del trumpismo y su legado. “La batalla no será fácil, pero merece la pena”, que dice Back Obama.