Ciudadanos y el odio
El último show ha sido el de Inés Arrimadas, que ha ido a Waterloo para insultar de nuevo a Carles Puigdemont (y de paso negarse a hablar con él, a pesar de tener las puertas abiertas de la Casa de la República). La semana pasada fue el de la misma Arrimadas, junto al resto de diputados del Parlament, presentándose como extraterrestres en Amer, el pueblo natal del expresident –donde las fuerzas independentistas obtuvieron el 84% de los votos en las últimas elecciones– y paseando por unas calles que habían cerrado ante su visita. Hace dos meses, Rivera y el resto de dirigentes 'asaltaron' Altsasu, un pueblo sumido en el dolor por tener a siete jóvenes en la cárcel injustamente acusados de terrorismo por una simple pelea en un bar. Este es el estilo de Ciudadanos: la provocación, el odio, el hacer más grande la herida...
Aterrizaron en la política española hace cinco años con la intención de representar un nuevo estilo, tanto en las formas como en el espíritu. Para ello se compraron un traje liberal y reclutaron algunas voces que pretendían avalar este recurso. Pero ya hace tiempo que Ciudadanos se ha quitado la careta. Ni son de centro (ningún partido de centro pacta con la ultraderecha, como ellos han acordado en Andalucía y aspiran a hacerlo en el próximo Congreso), ni son liberales (en Europa no existe ningún partido liberal de ámbito estatal que sea nacionalista, como lo es C's) ni son nueva política (la bronca, el insulto o el bloqueo son lo más alejado de los valores que necesita la política hoy en día).
De las tres derechas españolas, la de Ciudadanos es sin duda la más peligrosa. Vox no se esconde y dice claramente lo qué es y lo que quiere; el PP de Casado se aleja por voluntad propia del centro y articula propuestas en esta línea, pero Ciudadanos se presenta con un vestido aparentemente centrista con el que pretenden camuflar sus intenciones reales: la de un populismo nacionalista tejido en base al enfrentamiento, el conflicto y la bronca.
¿Qué hay de constructivo en la provocación que los dirigentes de Ciudadanos cometen en Waterloo, en Amer o en Altsasu? ¿Qué pretenden más allá de buscar una foto con la que contentar a los sectores más nacionalistas y reaccionarios de la sociedad española? ¿En qué contribuye todo esto a buscar soluciones?
Ciudadanos se creó con un motivo bien definido: el odio al catalanismo. En su génesis inicial agruparon a gentes tanto de derechas como de izquierdas que se oponían a la política lingüística en Catalunya, avalada, por cierto, por una abrumadora mayoría de la población catalana y que se ha demostrado que resulta integradora, convivencial y efectiva para el conocimiento de las dos lenguas. Los progresistas acabaron bajando de la nave de Ciudadanos, cuando Albert Rivera la viró hacia la derecha y la formación naranja aprovechó el desconcierto y la falta de credibilidad del PP y del PSOE para obtener un lugar y un peso propio en la política española.
Pero el conflicto en Catalunya ha puesto de manifiesto la condición real de Ciudadanos; es decir, la de una formación nacionalista que incorpora tintes de populismo en cada una de las intervenciones que Inés Arrimadas realiza, sea en sede parlamentaria o en los numeritos en la calle. El centro se les ha escapado por culpa de Catalunya y los votos que iban a recibir por la derecha se los van a tener que repartir con Vox y con un Casado que no tiene nada de centrista. Las cuentas no salen y por este motivo buscan la provocación, la foto, el show...
Cuando Rivera se presentó como el candidato a regenerar la política española –con aval del IBEX 35 y del Club Bilderberg–, en Europa su figura apareció como una posible alternativa, un rostro aparentemente creíble... Le abrieron la puerta de la Internacional Liberal –una de las organizaciones políticas más mercantilizadas e interesadas–, apareció en algunas crónicas periodísticas y logró fotografiarse con diferentes líderes. Pero la información también acaba llegando a Europa. Y a Rivera –el hombre que fichó al político francés peor valorado para intentar conseguir una alcaldía de Barcelona que nunca será suya– se le desmonta el castillo de naipes. El pacto de Andalucía, su estilo agresivo y la falta de un programa constructivo y efectivo ante las necesidades de la sociedad española le han alejado del centro.