¡Ciego a la fuga!
Os reto a que intentéis atrapar a un ciego preocupado por el coronavirus.
Nunca me ha gustado que me toquen. Bueno, eso no se ajusta totalmente a la realidad. Efectivamente, me agrada el contacto físico. Disfruto de los abrazos, de los besos y de las caricias, siempre y cuando permita, consienta o busque esas liberalidades, pero cuando significan una intromisión en mi intimidad me convierten en un ciego a la fuga.
El metro, según mi experiencia, exalta los ánimos a la gente que palpa por vicio. En más de una ocasión, un usuario de este transporte, al verme caminar por un pasillo o aproximarme a los tornos, me ha agarrado de los hombros para modificar mi rumbo sin preguntarme si necesitaba ayuda ni saludarme de ninguna manera. También, dentro del vagón, alguien se ha acercado a mí, me ha sujetado del brazo y me lo ha elevado hacia la barra de seguridad o me ha colocado en un asiento sin decirme ni Príncipe Pío. Por todo ello, he elaborado una hipótesis simple: Todos los madrileños son sordomudos o adquieren esta discapacidad al sumergirse por la boca del subterráneo.
No obstante, este mal, el que transfigura a las personas ciegas en objetos tangibles, no aqueja a los humanos sólo debajo de la tierra, sino que se agrava en la superficie con cualquier excusa.
Por ejemplo: un conductor o una ‘conductriz’ aparca su vehículo sobre una acera de tal manera que ningún vivo o muerto puede pasar por ella sin saltarlo. En ese momento, una persona ciega avanza en dirección al obstáculo motorizado a una velocidad ‘X’. Inmediatamente, el dueño del estorbo, al percatarse de la situación, se apresura a un ritmo de ‘[X+Y]’. Y, la pregunta, querido alumnado, es... ¿Para qué corre el infractor: para apartar el automóvil estacionado de forma ilegal o para disculparse de forma compulsiva mientras, abrazándole, acompaña al viandante por la calzada en un intento de ayudarle en el sorteo de la barrera? Encontrarán la respuesta en el apartado de soluciones.
El covid-19 ha incrementado el interés de la cuestión. El vecindario no se extraña cuando, perseguido por un ser altruista, huyo mientras grito: “¡Distancia! ¡Distancia! ¡No me toque posible foco de contagio! ¡Noooo!”. El refranero sostiene que ‘es más fácil pillar a un mentiroso, que a un cojo’. Yo os reto a que intentéis atrapar a un ciego preocupado por el coronavirus. “He aquí el dilema, amigo Sancho”. Creo que he confundido obras literarias.