Chequeo a Rusia: así está Putin ante el juicio a Navalny y la oleada de protestas opositoras
El arresto del principal disidente del país saca a la calle a los ciudadanos descontentos por la falta de libertades, la crisis económica y los efectos del coronavirus.
Alexei Navalny, el principal opositor al Gobierno ruso, se sienta desde hoy en el banquillo de los acusados en un juicio que le puede acabar costando tres años y medio de cárcel -menos 10 meses que ya ha cumplido en arresto domiciliario-. Lo que lo lleva ante la justicia es un viejo caso de blanqueo de capitales y la acusación de haber violado varias veces la libertad condicional. Pero, más allá de su pena particular, el proceso tiene en vilo a Rusia porque viene acompañado de un enorme movimiento popular de apoyo al disidente y de censura al Ejecutivo.
Rusia se remueve. Es el país más extenso del planeta y el tercero en reservas petroleras. Tiene uno de los mayores arsenales defensivos -incluyendo armas atómicas-, lo que la convierte en la segunda potencia armamentística mundial. Su influencia global es indudable, pero mengua cada día. Y sus problemas internos crecen, erosionando el perfil de su presidente, Vladimir Putin, obsesionado con mantenerse en el poder. Navalny, detenido recientemente tras regresar al país después de un supuesto intento de envenenamiento por parte del Kremlin, han salido a la calle para reclamar un cambio al timón.
Un grito que suma descontento popular por la falta de libertades y la persecución de disidentes, enfado por las carencias en servicios esenciales y la economía a la baja y desgaste, como en todo el mundo, por la pandemia de Covid-19.
La pregunta es si esta ola es suficientemente rabiosa como para acabar con Putin. La respuesta, a día de hoy, es “no”.
Cómo están las cosas
Rusia, uno de los 15 países que siguieron a la Unión Soviética tras su desmembramiento en 1991, viene de superar un año en el que poco ha salido como Putin planeaba. Debía haber sido el tiempo en el que su poder quedase apuntalado hasta 2036. Pero todo se ha dado la vuelta.
El calendario que se fijaba el mandatario “ha estallado por los aires por dos motivos: la crisis del coronavirus y la de los precios de recursos esenciales como el petróleo y el gas”, explica Mattias Ramaekers, analista belga en Estudios Rusos. En el primero de los casos, el país empezó a sufrir los efectos del virus un poco más tarde que el resto de Occidente, pero ya acumula 3,8 millones de casos y 72.000 muertes. En el segundo, se han detectado, explica, caídas “desconocidas” en la historia por la guerra comercial con Arabia Saudí, de hasta un 30%, que han afectado a un sector que representa, según fluctuaciones, “ente el 37 y el 40% del PIB ruso”.
El peso de la economía rusa es mucho menor hoy que hace cinco años; su PIB es de 1,7 billones de euros, inferior al de Brasil o Italia, y su población sigue reduciéndose de forma alarmante, un problema que Putin no logra atajar. Tras las pérdidas de 1.250 millones de euros al día por las restricciones sanitarias que ha arrastrado el país y el estancamiento de unos salarios que antes crecían un 10% cada año, para 2021 se espera una recuperación del 3,5%, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Quizá un respiro.
“Putin había prometido para este año incrementar el gasto social, especialmente en sanidad y en educación, y no lo ha hecho. Si tuvo voluntad, la realidad se la ha tumbado. Lo cierto es que los ciudadanos siguen sin tener lo prometido, en un año duro”, añade el politólogo. Destaca que Rusia ha aguantado el tipo, con subidas y bajadas constantes, pero ese “desequilibro” ha generado “inquietud” en una sociedad que sigue apoyando a su líder “siempre que le responda”.
“Los rusos no viven en la luna. Obviamente, saben que sus derechos están siendo limitados a diario, por más que Putin hable de democracia soberana. Vemos cómo trata a la disidencia, a los oligarcas que pueden hacerle sombra o a los medios de comunicación pero, a cambio, sus últimos 20 años de mandato han sido los de mayor poderío económico y mayor estabilidad y seguridad, en lo interno y en lo externo. Si eso falla, hay grietas y la ciudadanía tiende a pedir cuentas”, constata.
Enumera decisiones poco populares en este tiempo, como la subida de la edad de jubilación, el incremento en el gasto defensivo para hacer frente a despliegues en Siria o Crimea o la escasez de los fondos de ayuda a empresarios afectados por la Covid (3% del PIB, frente al 60% de Alemania, el 23% de Francia o el 21% de Italia o Reino Unido).
Presidente perpetuo
Esa suma de deudas pendientes y desgaste se deja notar en la popularidad de Putin: siempre ha estado por encima del 70%, llegando a un máximo del 83% en tiempos de las guerras de Ucrania y Crimea, y ahora ronda el 60%. “Un dato muy alto, cierto, pero no tanto en quien controla absolutamente todo”, añade.
Putin ha gobernado Rusia desde que fue elegido por primera vez en 2000. Dejó la presidencia después de dos periodos de cuatro años, según los límites constitucionales de aquel momento, pero mantuvo el poder como primer ministro, con un hombre de paja en la presidencia como Dmitri Medvédev, y fue elegido presidente en 2012, de nuevo, ahora por periodos de seis años.
Puede seguir siendo presidente hasta 2024, de acuerdo con una serie de reformas legales que impulsó sin despeinarse el pasado verano. Es lo que determina ahora la Constitución, es legal. Ha dicho públicamente que su idea no es “eternizarse” en el poder, porque no sería bueno para la nación, pero los analistas internacionales insisten en que su plan era seguir moviendo los hilos a base de reformas legales que le permitan perpetuarse en la presidencia hasta pasados los 80 años, esto es, hasta 2036. El proceso se ha quedado a medias en la Duma por la pandemia. “Que nadie dude de la capacidad que tiene de reinventarse. Buscará la fórmula para lograrlo”, señala Ramaekers.
La oposición
Rusia está en el puesto 52 del índice de desarrollo humano de la ONU. Hay más microondas que hogares, dice la BBC, pero ahí siguen la pobreza (la quinta parte de la población está sumida en ella), la falta de inversión en educación o el déficit democrático.
“Hoy, es más represiva que nunca en la era postsoviética. Las autoridades toman medidas enérgicas contra los medios críticos, hostigan a los manifestantes pacíficos, realizan campañas de difamación contra grupos independientes y los reprimen con multas. Las organizaciones extranjeras están cada vez más prohibidas por considerarlas “indeseables” y los ciudadanos y las organizaciones rusas son penalizados por su supuesta participación en ellas”, denuncia la organización Human Rights Watch en su informe anual sobre Rusia.
“Una nueva ley permite a las autoridades rusas bloquear parcial o totalmente el acceso a Internet en el país en caso de “amenazas de seguridad” indefinidas y otorga al gobierno el control del tráfico de Internet del país, lo que mejora su capacidad para llevar a cabo una censura detallada. La impunidad por los abusos atroces cometidos por agentes de seguridad en Chechenia sigue siendo desenfrenada”, añade.
Ahí entra Navalny y su retorno. Lo tenía planeado: tras recuperarse en Alemania de su envenenamiento, quería volver, pese a que sabía que lo arrestarían. Desde dentro, como un mártir, comenzaría una campaña de ataques a Putin con la que caldear la calle. Insólita ha sido su acusación de que el exjefe de la KGB -ese hombre del que tantas cosas se desconocen-, tiene un palacio a orillas del Mar Negro, fruto del dinero sonsacado a los ciudadanos.
Un portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, negó la mayor, aunque el vídeo ha recibido más de cien millones de visitas; es una acusación vieja que se ha reflotado y ha dejado un sabor de boca de victoria entre los opositores. Duda sembrada. Al final, la denuncia hizo aguas, pero lo importante, entienden, es mantener la tensión con denuncias y críticas de todo tipo, porque hay elecciones parlamentarias en septiembre y, confían, algo puede cambiar entonces.
De momento, las protestas son amplias y ruidosas, pero el grueso de los rusos está con Putin. Se suman las grandes ciudades, pero no el campo, por ejemplo. Además, la oposición rusa no es una mole unida, sino la suma de muchas sensibilidades, y no todas reconocen a Navalny como su cabeza visible, como el hombre a seguir.
Hay algunos partidos legalizados, opositores más templados que sí tienen reconocimiento en la Cámara, que están descolocados: Gennadi Ziugánov por el Partido Comunista, Serguéi Mirónov por Rusia Justa y Vladímir Zhirinovski por el Partido Liberal-Democrático de Rusia, tienen que decidir qué hacen, si rompen la baraja y se ponen contra Putin y su sistema institucional, el que le permite estar ahí, o si se mantienen alineados con el poder.
Está por ver la fuerza que cobra la calle, la respuesta ciudadana a la violencia policial de estos días y la respuesta del camaleónico Putin, todo un superviviente. Como mínimo, tras décadas de calma, ahora le duele la cabeza un poco más que de costumbre.