Centenario de Fellini
Fue él quien reformuló el concepto circense en el cine, quien superó los límites de lo políticamente correcto para ser libre.
Era cineasta y se apellidaba Fellini. Fue él quien reformuló el concepto circense en el cine, quien superó los límites de lo políticamente correcto para ser libre; quien reconceptualizó los términos de la voluptuosidad, elevándola a categoría de claustrofobia.
Federico Fellini (20 de enero de 1920) era un artista. Tuvo la visión de superar los presupuestos teóricos del cine de su época para buscar una vía iconoclasta. Convirtió la anécdota en concepto, el concepto en composición y la composición en fotografía; a veinticuatro fotogramas por segundo, es cierto, pero fotografía a fin de cuentas.
Su dimensión se alejó del realismo de De Sica, de la tragedia de Rossellini, del derrotismo de Pasolini y de la poesía de Antonioni. Porque Fellini era arquitectónico, monumental, extravagante. Su cine destilaba surrealismo porque la dimensión en la que se movía no era la real. Tenía fobias y miedos; innumerables particularidades y extrañezas, así su cine es un conjunto de todo su universo dosificado en proporciones asequibles para el gran público, porque demasiado Fellini es demasiado en general.
El sentido pictórico marcó su cine, no en vano, fue dibujante antes que cineasta; sus ilustraciones todavía se conservan hoy en día, cuando rinden cuenta del programático control que poseía sobre la imaginería de todas sus películas. Porque Fellini creó auténticos storyboards de todas sus cintas.
Obsesionado por la represión, en su cine desplegó todos los excesos que le fue posible, haciendo alusión a aquellos estamentos que le habían hecho sentirse preso de su carne y del deseo que sentía. Empleó el humor sardónico que ya había desplegado en su etapa como dibujante, y lo instrumentalizó como sátira para alcanzar a todos los públicos, aquellos que entendían a la perfección el origen de su miedo, de su caricatura y de su rabia. El mundo, a fin de cuentas, era un circo perverso en el que tan pronto se ríe como se llora.
Y la mujer siempre la mujer. Pero no aquella a la que amó a lo largo de los años, la actriz Giulietta Masina con la que contrajo matrimonio en 1943, sino la fémina como entelequia y como imagen que le atenazó durante toda su vida. La mujer castradora, asfixiante, tentadora. Toda aquella imaginería religiosa sublimada en unos senos inconmensurables que hacían palidecer a sus pusilánimes personajes masculinos. Pensemos en Amarcord, en Ocho y medio, en Boccaccio 70. Las mujeres sin control ni dueño ni amo, lo cual no está mal como punto de partida, aunque en ocasiones se pierda en el histrionismo al retratarlas. Aquella descomunal Anita Ekberg tambaleando los cimientos de la arquitectura romana en La Dolce Vita, embriagada de sensualidad y de libertad para escándalo de Agripa y Trivia, aunque también de Marcello Mastrojanni y del mundo entero. Jamás la Fontana di Trevi había lucido tan onírica.
Pero Fellini también es Ennio Flaiano y Tullio Pinelli, sus coguionistas de cabecera, incombustibles a lo largo de los años y de los éxitos. Las filias de Fellini se unieron a sus imágenes mentales para recobrar corporeidad en la palabra de estos escritores, una auténtica simbiosis creativa. Junto a ellos, la polifonía de Nino Rota contribuyó a dotar de banda sonora a una filmografía sin parangón que jamás podrá ser replicada.
Por eso ahora que se celebran cien años del nacimiento de un director como él, no podemos sino rendirnos ante la evidencia de que el arte surge de manera caprichosa, antojadiza y surrealista, del mismo modo en que lo hacen los propios personajes del director de Rimini. Por ello una veintena de autores, entre ellos Gerardo Sánchez y José Luis Sánchez Noriega, nos hemos embarcado en un homenaje al cineasta de La dolce vita para despertar a los espectadores en el conocimiento de su arte. El universo de Federico Fellini (editorial Notorious) no es sino un repaso al arte inagotable del director, un tributo a toda su excelente, personal y oscarizada filmografía durante tantas décadas.
Y es que su disposición creativa inacabable, su capacidad de configurar universos paralelos (fue un visionario del multiverso, no cabe otra interpretación), y el carácter taciturno y sensualmente perverso de su cine nos recuerda que el arte es escandaloso solo si tiene criterio. Porque si algo nos enseñó Federico Fellini es que, si el escándalo no tiene criterio, con o sin mesura, difícilmente resulta artístico.