Carta desde Mosul
La batalla urbana más grande y duradera que se ha producido desde la II Guerra Mundial se llevó a cabo para reconquistar Mosul de las manos del ISIS. La libertad tuvo un precio terrible: miles de civiles fueron asesinados y grandes extensiones de la ciudad acabaron reducidas a escombros.
Buena parte del este de Mosul se conservó, pero la parte oeste sigue en ruinas un año después del final del enfrentamiento. De pie allí, tuve la sensación de que los disparos no habían cesado hasta hacía solo un día.
Si hemos aprendido algo durante la última década en Oriente Medio y Afganistán es que si a la "victoria" militar no le secunda una asistencia efectiva para garantizar su estabilidad, el ciclo de la violencia no hace más que continuar.
Lo lógico es pensar que no hay nada más importante en esta situación que tratar de que el extremismo violento no regrese jamás a Mosul. Que reconstruir una ciudad que fue un emblema de diversidad, convivencia pacífica y de patrimonio cultural sería una máxima prioridad. Que las calles del oeste de Mosul estarían abarrotadas de maquinaria y material de reconstrucción, de desactivadores de minas, de arquitectos, de planificadores urbanos, de agencias gubernamentales, de ONG y de expertos de patrimonio cultural mundial para ofrecer asistencia técnica a Irak en el plan maestro de reconstrucción de la ciudad.
Un año más tarde, el oeste de Mosul sigue abandonado, en ruinas, apocalíptico. Los muros que aún se encuentran en pie están horadados por el fuego de mortero y por disparos. Las calles permanecen en un silencio misterioso: los 500.000 antiguos residentes viven ahora en campamentos o en comunidades aledañas porque ya no tienen nada por lo que regresar. Todavía hay cadáveres en descomposición entre las ruinas esperando ser recogidos.
En calles absolutamente inhabitables, hay familias traumatizadas retirando los escombros de sus hogares con las manos desnudas, desafiando los explosivos ocultos que quedaron olvidados. La semana pasada, en una casa se produjo una explosión que terminó con 27 heridos y fallecidos.
Algo aún peor que la devastación física de la ciudad es el daño invisible en la salud emocional de su gente. Los habitantes que regresan han perdido las casas en las que vivieron sus familias durante generaciones, sus posesiones, sus ahorros e incluso los documentos que demostraban su identidad. Comunidades que profesaban distintas fes y que antes vivían codo con codo han sido apartadas y están ahora divididas.
Un hombre que se me acercó me describió con los ojos empañados cómo había sido azotado por los milicianos del ISIS. Una niña me contó que había visto cómo asesinaban a un hombre en la calle delante de ella. Una madre y un padre me relataron la mañana en la que una bomba de mortero le arrancó las piernas a su hija adolescente, dejándola con los huesos destrozados y sobresaliendo. La llevaron a un hospital y suplicaron asistencia médica, pero les fue negada y la joven murió desangrada en sus brazos.
Semejante injusticia y sufrimiento son imposibles de cuantificar. Para las personas que han sobrevivido a estas experiencias, ser abandonadas a su suerte y haber caído en el olvido es algo absolutamente injusto y preocupante. Es desconcertante la brecha que hay entre lo que merecen y lo rápidamente que se ha olvidado el mundo entero de ellos.
Me pregunto si, en algún otro momento de la historia, habríamos reaccionado de forma diferente a lo sucedido en Mosul. ¿Habríamos actuado como hicimos tras la liberación de Europa al terminar la II Guerra Mundial, colmándola de ayudas para su reconstrucción y recuperación?
También pienso en los supervivientes de los ataques con armas químicas, en los hospitales bombardeados, en las violaciones organizadas y en las hambrunas impuestas de forma deliberada a los civiles, características de los conflictos bélicos contemporáneos, y me pregunto: ¿Nos hemos vuelto insensibles al sufrimiento humano? ¿Tanto dudamos de nuestra capacidad para actuar de forma efectiva en el extranjero, a la luz de la historia reciente, que hemos empezado a tolerar lo intolerable? ¿Somos culpables por realizar una especie de criba moral colectiva por la que escogemos selectivamente cuándo y dónde defender los derechos humanos, durante cuánto tiempo y hasta qué punto?
En Mosul, sentí que me encontraba en la zona cero de los fracasos en política internacional a lo largo de la última década. Sin embargo, también sentí que estaba en un lugar que representa la capacidad que tiene el ser humano de sobrevivir y regenerarse, así como la tenaz resistencia de los valores universales en el corazón de los individuos.
Me viene a la mente un padre que conocí y lo feliz que se sentía de que sus dos hijas pequeñas pudieran volver al colegio. Arruinado y sin un techo bajo el que guarecer a su familia, hablaba como si no hubiera posesión más valiosa que las notas de sus hijas. El mayor símbolo de victoria que podría haber en Mosul es que todas las niñas pudieran regresar al colegio y destacar en los estudios.
No hubo ni una sola familia del oeste de Mosul que me pidiera algo. No cuentan con nuestra ayuda. La historia de Mosul se remonta 3000 años atrás y estoy segura de que sus gentes superarán estos tres años de terror. Pero sería mucho mejor si viviéramos su recuperación como obra de nuestro esfuerzo conjunto, del mismo modo que concebimos la derrota del ISIS como una responsabilidad colectiva.
Angelina Jolie es actriz, cineasta, enviada especial de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) y cofundadora de PSVI (Preventing Sexual Violence Initiative).
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.