Cara a cara del futuro del independentismo
Representantes de las juventudes de Junts y de Esquerra debaten con 'El HuffPost' sobre una estrategia que divide al independentismo.
BARCELONA.- No se conocían por entonces, pero el 27 de octubre de 2017 Josep Maria y Álvaro estaban en la Plaça Sant Jaume, donde se ubican los edificios de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona, celebrando hasta las doce de la noche la república independiente que un rato antes había proclamado de manera unilateral el Parlament. “También se había aprobado el 155, pero decíamos que ese 155 no valía porque ya éramos independientes”, recuerda Josep Maria Tirapu, hoy secretario de organización de la Joventuts d’Esquerra Republicana. “Nos preguntamos qué pasaría, si nos tendríamos que quedar a defender las instituciones, si se abriría un periodo de negociación”, completa Álvaro Clapés, secretario general de las Joventuts Nacionals de Catalunya, vinculadas a Junts, partido de Puigdemont.
Estaban de acuerdo, como lo están hoy sentados en la terraza de un bar de la misma plaza dialogando con el Huff Post, en el objetivo de la independencia de Catalunya, pero también en algo que ahora les aleja y que está dinamitando las relaciones en la coalición del Govern, una palabra que se repite entre interrogantes una y otra vez en el entorno del independentismo, nunca acompañada de una respuesta clara: La estrategia.
Josep Maria, criado en el Eixample, tiene 24 años y un estilo algo más desenfadado con su camiseta de rayas azul marino que Álvaro, de 28 y de Sant Gervasi, con su polo gris ceñido y su reloj de correa marrón, más clásico. El primero, que pide una Coca-Cola Cero, está “liberado” con las Joventuts d’Esquerra, eufemismo que se emplea en la política y el activismo cuando estás a sueldo, mientras que el segundo, agua con gas, trabaja como asesor a distancia de los diputados de Junts en el Congreso de los Diputados.
Los dos manejan ya a la perfección el argumentario de los partidos, matizando cualquier palabra que pueda envenenar un titular, y tienen un argumentario rico, elaborado e informado para defender sus posiciones. Mantienen la cordialidad y las formas en todo momento, aunque Álvaro es un poco más agresivo cuando discrepa sobre algún punto, generalmente, claro que sí, relacionado a la estrategia. Como sucede con los partidos de coalición, demuestran más flexibilidad ideológica en cuanto a la gestión pública que en relación a la estrategia para asumir la independencia.
Así, Álvaro se define como un “liberal” cercano a “las socialdemocracias de los países nórdicos”, se desmarca de la dicotomía izquierda-derecha y avisa de que gravar altos impuestos a los grandes patrimonios conlleva el riesgo de que “se marchen”, mientras que Josep Maria se coloca sin ambages en la izquierda y dice que la clasificación sigue siendo válida. Con todo, resultaría más fácil ponerlos de acuerdo en el qué que en el cómo y esto se demuestra cuando se habla del gran último pique entre los partidos del Govern: la mesa de diálogo con el gobierno español.
Un consenso en 30 segundos
Discrepan, sí, como sus partidos, pero cuesta 30 segundos arrancarles un camino de consenso que ha sido imposible en el ejecutivo catalán. Junts quedó fuera de la mesa al presentar a última hora unos nombres que mayoritariamente no formaban parte del ejecutivo y, por tanto, llevando la mesa al plano de lo político y sacándolo de lo institucional. A Esquerra no le gustó el gesto y les dejó fuera. El entuerto se puede resolver de dos formas, en caso de que Junts realmente quiera estar en la mesa. ¿Debería Junts cambiar los nombres y poner en la lista a miembros del Govern? Álvaro dice que no. ¿Debería Esquerra aceptar los nombres de Junts aunque no sean del gobierno? “Puede que sí”, dice Josep Maria. Parece que si fuera por ellos, se llegaría antes a un consenso sobre la maldita mesa.
Pero hay matices. “La cuestión no es qué nombres van o no van a esa mesa, sino que Junts realmente se la crea, porque es la estrategia que se ha pactado en la investidura y la única vía que tenemos ahora mismo”, defiende Josep Maria, mientras que Álvaro cree que es “lamentable” que Pedro Sánchez dijera en la Generalitat, después de la reunión con el ejecutivo catalán, que no hablaría de derecho a la autodeterminación ni de amnistía a los presos indultados y a los miles de encausados por acciones relacionadas con el procés independentista, que son los dos objetivos compartidos por el independentismo.
La mesa de diálogo con el gobierno español concentra ahora mismo las discrepancias del independentismo. Es un asunto peliagudo, porque los que la defienden reconocen sus carencias, “no la idealizamos”, dice Josep Maria, mientras no se ponga sobre ella la autodeterminación y la amnistía. Y los que la critican, desde la CUP a Junts pasando por entidades como Òmnium o la ANC, estarían de acuerdo con esta mesa si en ella se abordara el referéndum. O sea, que incluso estando de acuerdo en el fondo de la cuestión, el cómo les divide.
“Una mesa de diálogo no tiene demasiado sentido porque si quieres abordar un conflicto político tienes que crear una mesa de negociación, con un relator y objetivos políticos, acuerdos que se puedan implementar, para el diálogo ya puedes hacer conversaciones informales o irte a tomar un café”, reflexiona Álvaro, que defiende en cambio que Junts aceptó la mesa porque Esquerra ganó las elecciones y reconocía por tanto su liderazgo en el Govern. La gran incógnita es, cuando se escucha a gente como Laura Borrás, presidenta del Parlament, o a la ANC defender “la unilateralidad”, cómo pretenden llevarla a cabo si ni siquiera pudieron hacerla efectiva cuando el independentismo sí que estaba unido pero sin una hoja de ruta, un reconocimiento internacional o unas estructuras de estado que permitieran resistir a la reacción de un gobierno, el de Mariano Rajoy, que reprimió duramente el referéndum del 1 de octubre.
Desconfianza en el PSOE
“El PSOE sigue siendo el del 155”, alerta Álvaro, seguramente dando en el clavo de las reticencias de gran parte del independentismo ante esta mesa, “o los que decían que modificarían el delito de sedición y no lo hicieron”, añade. Josep Maria está de acuerdo en que “el estado busca ahora atacar a lo que hace más fuerte al independentismo, las bases”, después de haber metido en la cárcel a los políticos que lideraron el procés por el referéndum de 2017. Cuando hablan de estado, siempre apuntan a la justicia y a la policía como elementos “postfranquistas”, en palabras de Álvaro, y al PSOE como cómplice. Josep Maria defiende que la mesa “no es para blanquear al PSOE, sinó para poner en evidencia que no quieren hablar de autodeterminación y referéndum”.
Entre los desaguisados del Govern en los cuatro meses que lleva de mandato, el más destacado antes de la mesa de negociación fue la fallida ampliación del aeropuerto. En un triple salto con tirabuzón inesperado en el que ambos caen de pie, resulta que aquí Junts sí que defiende a capa y espada el acuerdo con el gobierno español. En este caso, Esquerra se sintió traicionado por AENA cuando anunció que la ampliación tocaría el espacio natural de la Ricarda, hasta el punto que el partido que lidera el Govern se sumó a las manifestaciones contra una ampliación en la que él mismo había participado.
“El acuerdo respetaba la Ricarda (espacio natural que se quería preservar) y era necesario para el crecimiento económico”, defiende Álvaro, en correlación con la defensa que Junts sí que ha hecho de esta política. Josep Maria, en cambio, asegura que “hay que buscar un modelo de crecimiento diferente, que no dependa tanto del turismo y de los viajes y emisiones” y se niega rotundamente a la ampliación. En este sentido, las juventudes de Esquerra fueron más radicales que el partido. Al final, el gobierno español no vio claro que el Govern apostara de veras por el aeropuerto y canceló el acuerdo. Las manifestaciones, en cambio, siguen convocadas para el domingo ante el temor a que la ampliación del aeropuerto vuelva en breve a la agenda política. Álvaro y Josep Maria, no obstante, creen que la coalición de Govern tiene futuro, aunque el sí de Josep Maria tiene tono de resignación y genera una sonrisa en Álvaro, que estaba más convencido de que “hay que naturalizar el desacuerdo” y que la coalición seguirá funcionando.
Intercambio de papeles
La evolución del independentismo catalán ha llevado en unos años a un intercambio de papeles en los que Esquerra, que siempre defendió la independencia en sus bases, ha asumido el rol de moderado por querer apostar por un diálogo sin prisas ni presiones con el estado y por un “ensanchamiento de la base” social antes de volver a hacer un sprint por la independencia. Junts, en cambio, ocupa ahora la posición de partido purista y con prisas, más radical en términos nacionales, a diferencia de su predecesor, Convergència i Unió, que de la mano de Jordi Pujol presidió la Generalitat durante 23 años con un tono siempre pactista (incluso con José María Aznar) y cocinando el independentismo a fuego lento desde el fortalecimiento de la identidad nacional a través de la cultura, la educación, la lengua y los medios de comunicación públicos.
Los líderes de las juventudes recelan de la acusación de intercambio de papeles. Álvaro porque, como la mayoría de miembros de Junts, niega que este partido provenga de Convergència, aunque es el partido al que él votaba antes de la creación del PDECat, que en 2016 fue el nombre que asumió en su refundación antes de pasar a llamarse Junts per Catalunya. “Somos un partido diferente”, defiende mientras Josep Maria niega con la cabeza. Artur Mas, que venía de Convergència, fue el primer líder del PDECat, que pasó a llamarse Junts per Cat después de que se desintegrara Junts pel Sí, la coalición entre Esquerra, el PDeCat y otros espacios independentistas que entre 2015 y 2017 consiguió unir al independentismo de izquierdas y de derechas. El cacao de nombres, siempre acompañado de alguna bromita, el lavado de cara y la renovación de líderes no han conseguido que se desvincule de su herencia convergente, como pretendían.
De esa unidad queda hoy tan solo una sombra de nostalgia reciente que se resume sobre todo en la estrategia compartida del uno de octubre de 2017, que puso de acuerdo a dos millones de catalanes sobre cómo desafiar al estado español (y a la ley) como nadie nunca antes lo había hecho. Aquel día, Álvaro lo pasó en dos escuelas de Barcelona y Josep Maria en otra, defendiendo las urnas, como miles de independentistas que se pusieron de acuerdo para su gran misión conjunta. No había diferencias de siglas ni de partidos en aquel referéndum que, sin embargo, no llegó a puerto porque no había ningún plan concreto para la independencia. Hoy, cuatro años después, ni siquiera se ponen de acuerdo en cómo sentarse en una mesa. La política, al final, es cuestión de estrategia.