Lo bueno de la gala de los Goya
"Es casi casi imposible hacer una entrega de premios que tenga un alto grado de entretenimiento, porque no estamos haciendo un ‘late night".
Bien, de lo malo de la gala ya se ha dicho todo. Vamos pues con lo bueno, que yo he venido hoy aquí en plan outsider y redicha y benevolente. He tenido gargantas profundas también y con ellos y mi particular mirada (que la tengo) aquí va el relato. Disfrutad, va.
La gala es larga
A ver. Somos capaces de comernos series truño y maratonearlas sin rechistar, pero resulta que una noche al año, tres horas de gala para celebrar el cine con todo lo que eso significa, nos parece tedioso e insufrible. Vamos a decirlo: las galas duran lo que tiene que durar, porque es una noche única, especial e insustituible.
Detrás de algunos agradecimientos, que sí, que son largos, hay historias preciosas, otras jodidas. Hay gente que lleva años trabajando de verdad y ese es su momento: gente que ha dejado otros curros, que ha estado en el paro, que ha sufrido por ese momento creativo, que ha tenido hijos, que se le han muerto personas queridas durante el proceso, que ha vencido depresiones, que se quedó sin dinero para seguir pero siguió. Porque el cine, por dentro, es jodido. La alfombra roja suele eclipsar todo eso. A gente que nunca sale, que tenía ese sueño desde pequeño, estar en los efectos especiales de una peli, por citar al azar uno de los premios pequeños.
Por ejemplo. Mientras esperaba en el backstage del photocall, de la alfombra roja llena de brilli brilli (otro día hablamos de ese tema, madre del amor hermoso), en un rincón de la escalera por la que se accedía a la alfombra para sonreír bajo los focos, solitario y paciente, estaba Alberto Mielgo, el director del corto de animación nominado a los Oscar. Pues bien, este creador, al que nadie conoce, evidentemente, estuvo más de una hora esperando a las estrellas Penélope Cruz y Javier Bardem. Y a Alberto Iglesias que es menos estrella que ellos pero más que Mielgo. Hasta que no llegaran ellos no podía entrar en la alfombra, (la cosa era juntarlos como los cuatro españoles nominados este año a los Oscars), pero como él no es nadie —discúlpame Alberto, es una frase hecha— protocolo lo había citado con muchísimo tiempo de antelación. Todo normal en este tipo de eventos. Como ya repiten como un mantra tantos en esta profesión, “el cine es esperar”.
Yo, que estaba allí curioseando, faranduleando, intentando captar momentos distintos, como este por ejemplo...
...me acerqué a él y le di un rato de conversación. Espero haberle hecho la espera menos tediosa. Ni siquiera estaba nominado en los Goya. Sí, Alberto, la rubia que te entró y que estaba allí tranquilamente con su teléfono, no era una loca cazafamosos, era yo, que me aburría como una ostra en la sala de prensa gris y sin ventilación que está reservada para los medios en los bajos del grandioso Palau de les Arts de Valencia (OTRO DÍA HABLAMOS DE ESTO).
Hasta aquí la anécdota. Ahora la categoría. Si esto sucedió en los Goya, imaginen los seis días con sus seis noches que tendrá que esperar Alberto en la antesala de los Oscar. Si ese día le dan el premio, esa será probablemente la noche de su vida. Solo va a tener ese momento único. Él y otros tantos Albertos como él. Y nosotros estaremos ahí, derrengados en el salón, en pijama, escuchándole y fatigándonos…
Los 1.245 capítulos de series varias y películas que hemos visto en el último mes y medio no nos han molestado, pero ese minuto y medio del montador, nos jode la noche, porque oye, no nos concierne. La última comedia estúpida romántica de Netflix sí que nos interpela, pero este premiado al mejor sonido, no.
Los agradecimientos son largos
¿Y qué queremos, poner un francotirador para los discursos de la gente?. Cierto, los discursos matan el ritmo, pero bueno, si queremos bailar, a las discotecas.
Porque repito, en la industria del cine, que sigue haciendo magia, además de todas las guapérrimas actrices que desfilan por la alfombra roja hay una pléyade de técnicos, maquilladoras, sonidistas que se han dejado la piel en la película. Que está todo el año currando sin parar en el montaje, que levanta proyectos desde la producción, que se dedica a este oficio que no siempre está bien pagado en su categoría. Levantar una película desde todos sus flancos es complicado, cada vez más, y lo persigue habitualmente gente que ama su oficio de una manera bastante inusual. Los nominados a categorías que hemos decidido considerar menores se lo curran muchísimo, como la actriz glamurosa, como el director. Y sí, esta es su noche. Aguantamos a influencers absurdos, les reímos las gracias en televisión, en las redes, a personajes banales, o estúpidos incluso, pero no podemos aguantar un minuto a un tipo que a lo mejor lleva seis años persiguiendo la historia que esa noche está nominada.
Ayer, en Valencia, hablaba con un colega que dirigió una gala una vez. Y con un actor que también estuvo. No, no voy a decir sus nombres. Son mis gargantas profundas. Y nos retroalimentamos un rato con la misma reflexión.
“¿Por qué siempre estamos con ese latinario de que la gala es larga?, me decían. Coño, que son treinta premios. La gente sube allí y se pone nerviosa, se bloquea y habla y algunos son egocéntricos, a otros que se les va la olla. Lo normal. Soportamos auténticas mierdas y concursos, y ‘reality shows’ estúpidos viendo a alguien como pela un limón en una isla y al final te quejas porque los profesionales del cine salen ahí y hablan.
Qué hay que hacer, ¿cortarles? ¿echarles del escenario? ¿limitar su libertad de expresión? Luego muchos que son adalides de la libertad de expresión, de la diversidad, esto lo ven mal. ¿Qué hacemos? ¿No lo hacemos?. Pues este es su momento.
Es evidente que las galas se convierten en galas arrítmicas porque si los discursos se alargan todo se va al garete. Es decir, el ‘sketch’ entre más tarde, el chiste ya no hace gracia, la actuación musical ya te cansa, se va alargando todo, alargando todo y es normal, pero pasa siempre. Es decir nosotros hacemos una fiesta para celebrar el cine y para celebrar que podemos seguir dedicándonos a esto y podemos seguir celebrándolo”.
La gala no interesa
Otra cosa buena, la gala tuvo una buena audiencia, se recuperaron las cifras del 2019 y fue el programa más visto de la noche. Un 22,9 de cuota de pantalla en TVE, 2.777.000 espectadores. Superó en un 7,3 % la audiencia del año pasado. Y Fernando León de Aranoa, con las palabras al recibir el premio a mejor película, tan acertadas para estos tiempos, llegó al 30% de cuota de pantalla. Ya, ya sé que no han calado en Castilla y León, pero…
Vuelvo a mi particular garganta profunda. “Eso también indica que la gente vuelva a estar interesada por los Goya, vuelve a entrar al cine español… Al fin y al cabo es un escaparate para nuestro cine y para lograr que los espectadores vayan a ver las películas, que es lo que se pretende, que se valoren a los profesionales que tenemos y yo creo que eso se ha conseguido. No solo por la audiencia, que también. ¿Qué ha habido discursos larguísimos? Sí, claro siempre los hay. ¿Que ha habido gente que se le va la olla? También. ¿Que ha habido actuaciones musicales que te gustan más o menos? Claro, como en Eurovisión. Pero al final es casi casi imposible hacer una entrega de premios que tenga un alto grado de entretenimiento, porque no estamos haciendo un ‘late night’, estamos haciendo una entrega de premios con algo de ’show”.
Además, oye, para entreteneros, haber puesto Soy Georgina, la apasionante vida de la mujer del no menos apasionante jugador de futbol Cristiano Ronaldo.
Más cosas buenas. A lo mejor muchos de los que vieron la gala se interesarán por El buen patrón, otros conocerán la historia conmovedora de Maixabel. Otros amarán los vestidos y se entretendrán repasando las fotos cautivadoras. Porque, vamos con el tópico: es un ESCAPARATE, y eso es BONITO.
Sí, yo también flipé con el discurso de Roures por todo, pero resulta que Jaume Roures es un peso pesado de la industria audiovisual de este país, y sale ahí y es el puto amo porque sin él no habríamos visto El buen patrón, por ejemplo. Ni siquiera tendríamos la gala: Mediapro, la empresa que lidera era la encargada de toda la cuestión técnica. Se llama PEAJE que hay que pagar.
No, a mí tampoco me convencieron algunas actuaciones musicales. Aunque los artistas eran incontestables. Y no, yo tampoco entendí la presencia de Cristina Castaño, y a mí tampoco me gustó la versión de Libre de Nino Bravo que hicieron. Pero no hago de la noche un Holocausto.