Mi Brexit sin mí: cómo quedan las negociaciones con la UE ante la marcha de Johnson
El primer ministro de Reino Unido dimite, pero sus hechos quedan: deja en herencia su insurrección ante el protocolo de Irlanda del Norte, que puede llevar multas de Bruselas.
Boris Johnson se va. Con agonía, entre escándalos variados, a mitad de legislatura, repudiado por más del 60% de su gabinete, pero con una de sus metas ideológicas cumplida: su carrera política ha servido para divorciar a Reino Unido de Europa. Enorme legado, el Brexit. Suya fue la campaña más dura por el leave -plagada de populismo y mentiras-, suya fue la guerra interna con su antecesora, Theresa May, para ir a las negociaciones a cara de perro, y suyas son las últimas salidas del tiesto sobre lo ya firmado con Bruselas.
Al primer ministro de Reino Unido no se le va a echar de menos en los Veintisiete. Ha dado demasiados dolores de cabeza y los seguirá dando, porque su legado de palos en las ruedas del proceso de salida es una herencia venenosa para quien venga, sea otro conservador o sea un laborista. Con la mayoría absoluta que logró en 2019, el Parlamento ha avalado sin problemas los órdagos de Johnson y con eso tendrán que lidiar los nuevos negociadores.
“Por supuesto, estoy inmensamente orgulloso de los logros de este Gobierno, de concretar el Brexit y asentar nuestras relaciones con el continente después de medio siglo reclamando el poder para que este país haga sus propias leyes en el Parlamento”, dijo expresamente Johnson en el discurso en el que anunció su dimisión. Nada de lo que arrepentirse.
Por eso, obviamente, ha hecho pocos amigos en la UE en este tiempo, así que la sensación general en Bruselas es de alivio por verle la espalda. Otra cosa es que se guarden las formas en público. Su marcha fue acogida formalmente con un “sin comentarios”. “Sobre los acontecimientos en el Reino Unido como tales, no tenemos comentarios. No comentamos los procesos democráticos en países terceros, tampoco en los Estados miembros”, declaró el pasado día 7 el portavoz de la Comisión Europea, Johannes Bahrke, durante una rueda de prensa de rutina.
Evitando cuidadosamente las críticas directas al aún premier, el primer ministro irlandés, Micheál Martin, sugirió que su salida abriría el camino a mejores relaciones con Londres -porque se entiende que difícilmente puede llegar alguien más tóxico para el proceso- y fortalecería el acuerdo de paz de Irlanda del Norte. “No siempre estuvimos de acuerdo, y la relación entre nuestros gobiernos ha sido tensa y desafiada en los últimos tiempos”, dijo. “Ahora tenemos la oportunidad de volver al verdadero espíritu de asociación y respeto mutuo que se necesita para respaldar los logros del Acuerdo del Viernes Santo”.
En el resto de los Gobiernos de la UE, discreción. En los partidos, menos. “El tiempo en el cargo de Boris Johnson ha tensado las relaciones entre la UE y el Reino Unido a un mínimo histórico (...). Su dimisión, largamente esperada, debe marcar un punto de inflexión. El Reino Unido se merece algo mejor que este gobierno tory”, dijo la líder del grupo parlamentario de los Socialdemócratas, la española Iratxe García, según informa EFE. El belga Guy Verhofstadt, exprimer ministro, eurodiputado y que fue líder del grupo de los Liberales hasta 2019, espera que esto sea “el fin de una era de populismo transatlántico”, sumado al adiós de Donald Trump en EEUU. No es que sea una comparación aduladora.
El gran nudo gordiano
Ahora mismo, el mandatario se va dejando un gran nudo gordiano sin resolver, que impide la desconexión final con la UE: se llama Irlanda del Norte. Durante cuatro largos años, es el mayor dilema que ha perseguido las negociaciones sobre el Brexit, que estudiaban cómo abordar este territorio en los protocolos que aplican la separación final, para que los ciudadanos tengan una salida razonable.
El marco que creíamos final establece que este territorio seguiría vinculado al Mercado Único comunitario, por lo que las mercancías que crucen entre ese territorio y el resto del Reino Unido deben pasar controles aduaneros en los puertos de la región. Así se asegura que la frontera entre las dos Irlandas sigue siendo invisible, algo clave para el proceso de paz y las economías de las islas. Eso significa que, en la práctica, la frontera se ha desplazado al mar de Irlanda, con nuevos controles aduaneros a los productos que llegan a los puertos de Irlanda del Norte procedentes de la isla de Gran Bretaña.
Tras el Brexit, Irlanda del Norte está integrada en el mercado del Reino Unido y el de la UE al mismo tiempo, esa fue la salida. Ese estatus singular permite cumplir los acuerdos de paz de 1998 (los llamados del Viernes Santo), que exigen que no haya frontera entre las dos Irlandas, pero obliga a la región británica a cumplir leyes y decisiones judiciales europeas.
El Ejecutivo de Johnson no quiere ahora ese arreglo, firmado por el propio primer ministro hace dos años. Quiere recuperar la soberanía que aún mantiene la UE en Irlanda del Norte y exige reducir el papel de las instituciones comunitarias en la provincia, en particular el arbitraje del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), y evitar que las empresas norirlandesas deban cumplir las normas de subsidios comunitarias.
La respuesta del Gobierno británico había venido siendo, hasta ahora, extender unilateralmente los periodos transitorios y retrasar la puesta en práctica de los controles, básicamente. El pasado septiembre, Johnson volvió aplazar por tercera vez de manera unilateral estos controles tras el Brexit, asunto que ya había provocado la apertura de un expediente al Reino Unido en Bruselas.
En una cumbre del G7 del año pasado, Johnson aseguró que no dudaría en aplicar el artículo 16 del protocolo, que prevé que una de las partes tome medidas si cree que el pacto provoca “serias dificultades económicas, sociales o medioambientales”. Los controles aduaneros que se pactaron entre Irlanda del Norte y el resto del país generan demasiadas fricciones en su mercado interno, insistía, pero es que eso es lo que ellos mismos habían pactado y acatado. Estaba rompiendo la baraja.
Una opción para solventar todo fácilmente podría haber sido que Reino Unido permaneciera en el mercado único sin dejar de salir de la UE, pero Johnson quería salir de todo, como fuera, y por ello, para evitar fronteras duras en el territorio continental irlandés, aceptó los controles aduaneros. Esta solución resultó profundamente impopular entre los líderes unionistas de Irlanda del Norte, que hablaron de traición. Tras eso vino un otoño-invierno de negociaciones con la UE, sin avances, enredadas desde febrero por la crisis generada por la guerra de Ucrania. Y, aún así, para hacer frente a estas preocupaciones, el vicepresidente de la UE, Maros Sefcovic, propuso en octubre una serie de medidas para reducir los controles aduaneros en un 80%. No se puede decir que la UE no se movió.
Lo que parecía un avance de gigante recibió un portazo por parte de la ministra de Asuntos Exteriores de Reino Unido, Liz Truss, la enviada de Johnson y hoy una de las aspirantes más fuertes a su sucesión. Rechazó la mano tendida y propuso que no se realizasen controles a las mercancías cuyo destino final fuese Irlanda del Norte, dejando los controles sólo para las mercancías con destino al país de Irlanda. Eso, y que haya un panel de arbitraje conjunto.
Lo fundamental es que Reino Unido ha roto con lo que se había pactado y eso es obra de Johnson. Ordenado por él y ejecutado por sus negociadores. Poco antes de esta crisis, llevó al Parlamento un proyecto de ley para cambiar unilateralmente un tratado internacional que él mismo firmó hace menos de dos años. Los analistas locales explicaron la jugada por varias vías: fue un intento de mejorar su imagen en lo peor del partygate y sus fiestas en pandemia, una vuelta a su tema estrella, al que le dio la mayoría absoluta en 2019, y un intento de aferrarse al nacionalismo y el proteccionismo, una de las tendencias más fuertes en el electorado británico de hoy.
Una cosa es hablar y otra, ceder
Bruselas ha reiterado su voluntad de buscar una solución negociada, pero también ha retomado un proceso judicial contra Reino Unido por incumplimiento del derecho internacional. Ya abrió un expediente a Londres el año pasado, cuando Londres desveló por primera vez sus planes para saltarse el protocolo irlandés, pero lo aparcó para darle una oportunidad al diálogo.
El anuncio de que volvía a activar el trámite se hizo el pasado 15 de junio y eso, en la práctica, supone darle dos meses para dar marcha atrás a la ley impulsada por Johnson. Los servicios legales comunitarios han enviado a las autoridades británicas un dictamen motivado, que es ya la segunda fase en un procedimiento de infracción, que da un plazo de dos meses para corregir la situación. En caso contrario, Bruselas podrá elevar el caso ante la Justicia europea, cuya competencia también contesta Londres. En concreto, en este caso la Comisión denuncia el incumplimiento de las disposiciones en materia de circulación de mercancías y de los desplazamientos de animales de compañía aplicables.
Pero es que, ya puestos, Bruselas ha ido a más y ha decidido abrir además otros dos expedientes contra el Gobierno tory por incumplir sus obligaciones respecto a las reglas sanitarias y fitosanitarias de la Unión, previstas también en el protocolo, y que fue una de las condiciones aceptadas por los británicos para que Irlanda del Norte pudiera seguir participando del Mercado Único europeo.
“No hay duda ni justificación legal ni política para cambiar de manera unilateral un acuerdo internacional (...). Es ilegal. También es extremadamente dañino para la confianza mutua”, dijo entonces Sefcovic, responsable de las relaciones con Reino Unido en la Comisión.
Y es que una cosa es hablar y otra ceder porque sí. “Los acontecimientos políticos “no cambian nuestra posición sobre el protocolo, sobre nuestro trabajo con las autoridades británicas, con Irlanda del Norte”, señaló el portavoz comunitario Daniel Ferrie, quien pone voz a las negociaciones entre los dos bloques.
¿Qué hará el nuevo premier?
En Bruselas ya han dado sus pasos y han puesto en marcha el cronómetro. Es Londres quien debe reaccionar ahora. El periodo de dos meses que se ha dado es inferior al tiempo fijado por Johnson para marcharse como mandatario, a la vuelta del verano, con lo que será él mismo quien tenga que tomar la decisión de si sigue con el órdago o reconsidera la situación. Eso, si la presión no hace que se marche antes.
De momento, su partido está enzarzado en una carrera por su sucesión en la que el Brexit también está saliendo como arma de campaña. Truss, la cara de Exteriores, se hace fuerte en la línea dura de Johnson, por lo que su victoria no auguraría nada nuevo. Los favoritos en la carrera, ahora mismo, son el extitular de Economía, Rishi Sunak y la exministra de Defensa Penny Mordaunt. Ambos son unos convencidos del divorcio con Europa, pero podrían tener más cintura que Johnson a la hora de negociar.
Mordaunt, no obstante, ha recibido justo un severo correctivo sobre la materia, de parte de David Frost, su antiguo jefe y exnegociador británico para el Brexit, que mostró en público sus “grandes reservas” acerca de que la candidata pueda convertirse en la próxima primera ministra. “Estoy bastante sorprendido de que esté donde está en esta carrera por el liderazgo. Fue mi segunda en las negociaciones por el Brexit del pasado año y me pareció que no daba la talla”, comentó en una entrevista.
Más allá de la capacidad del sucesor o sucesora de Johnson, está por ver su empecinamiento en forzar las cosas con la CE, lo que podría abocar, después de años, a un Brexit duro demoledor, con un previsible colapso financiero, inflación (más), desempleo, colapso de exportaciones, limitaciones en el tránsito de personas y mercancías, brechas en la cooperación de seguridad o inmigración... No parece inteligente ir por ese camino, a priori.
Quedan meses de incertidumbre por delante que evidencian, de nuevo, que este del Brexit es el cuento de nunca acabar.