Brasil voto a voto: gana Lula, pero todo depende de Bolsonaro
La reacción del perdedor será fundamental para la democracia después del resultado electoral más ajustado en el gigante sudamericano tras el fin de la dictadura.
Brasil ha puesto pie en pared a la ultraderecha internacional, pero no se ha librado del derrape. Los electores del gigante sudamericano han dado la victoria a Luiz Inácio Lula da Silva, el obrero metalúrgico que con un meñique de menos ha resurgido de las cenizas políticas tras pasar más de 500 días encarcelado.
El candidato del Partido de los Trabajadores ha vuelto a ganar por tercera vez, pero sin triunfos. El resultado es tan ajustado que asfixia más que nunca desde que volvió la democracia. Apenas 1,8 puntos lo separan al exmilitar ultraderechista Jair Bolsonaro de Lula.
24 horas después de que empezara el recuento, Bolsonaro, que aún será presidente hasta el 1 de enero, no ha reconocido su derrota. Conforme pasan las horas, su silencio se vuelve cada vez más ensordecedor, en un ambiente en el que planea la sombra de un golpe de Estado.
Durante la campaña ha jugado al gato y al ratón con la idea de no aceptar una derrota en las urnas, aunque también ha dicho lo contrario.
Una país fracturado
Lejos quedan los tiempos en los que un candidato sacaba más del 55% de los votos en Brasil. Las dos veces que ganó Lula, en 2002 y 2006, cosechó un aplastante 61,3% y 60,8%, respectivamente. Ahora, 12 años después, alcanzar esas cotas es una quimera.
Para Javier Lorente, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Rey Juan Carlos, una de las conclusiones claras que se pueden sacar de estas elecciones es que la confrontación ha alcanzado cotas nunca vistas, el país está dividido en dos. “La polarización ha sido muy alta, los candidatos han conseguido movilizar a sus bases muchísimo”, apunta Lorente.
Para el politólogo, esto explica también que la participación haya sido alta, casi el 80% de los votantes acudieron a las urnas: “Cuando hay mucha polarización, la participación por lo general sube, y si esta además es simétrica, tiende a igualar mucho los resultados”.
En la primera vuelta los de Lula habrían estado más movilizados que los seguidores de Bolsonaro, explica Lorente, mientras que en la segunda se habría reactivado más el sentimiento antiLula.
En el terreno, el candidato del PT arrasó en el noroeste y noreste del país, mientras que en el interior y el sur, este último más desarrollado y rico, Bolsonaro aplacó al izquierdista y mantuvo sus cotas de poder.
La victoria del primero, aunque cuenta con la claridad que le otorgan sus casi 2 millones de votos de ventaja, se antoja pírrica en la distancia de un país de más de 200 millones de habitantes. Uno de los puntos claves fue el estado de Minas Gerais, conocido como el ‘Ohio brasileño’, ya que se dice que quien gana ahí, gana las elecciones. Allí Lula se impuso por apenas 50.000 votos.
El recuento de votos fue la prueba fehaciente de un contexto marcado por la tensión. El candidato de extrema derecha empezó con una ventaja que llegó a alcanzar los siete puntos, para luego reducirse, décima a décima, hasta concluir con la victoria mínima de Lula.
La polarización es una de las pocas certezas que pueden dibujar estas elecciones, que no han estado exentas de maniobras fraudulentas. “Ha habido comportamientos de los partidarios de Bolsonaro, que han impedido ir a votar a la gente en zonas que tradicionalmente apoyan a Lula”, afirma Lorente para explicar que hay aún muchas incógnitas que rodean la jornada del pasado domingo.
Ya con la jornada avanzada los partidarios de Lula denunciaron que la Policía Federal de Carreteras, cuyo jefe había mostrado su apoyo a Bolsonaro, estaba realizando controles a los autobuses que transportaban electores a los centros de votación.
Un colofón digno de una campaña en la que se ha visto hasta cómo una diputada bolsonarista perseguía a punta de pistola a un periodista en São Paulo.
“Queda por ver hasta qué punto estas artimañas pueden haber influido en que el resultado haya sido tan ajustado”, opina Lorente. Las redes se llenaron de videos de retenes policiales en los que se puede observar autobuses parados en medio de la carretera, con todo el pasaje con las manos en la cabeza, mientras son vigilados por agentes uniformados.
Otra de las únicas seguridades que han quedado demostradas, es que el antiguo sistema de partidos brasileño también ha terminado de evaporarse. La derecha tradicional, encarnada en el PSDB (Partido de la Social Democracia de Brasil), ha sido relegada definitivamente a un segundo plano.
Tanto es así, que algunos de sus históricos militantes, como Geraldo Alckmin, antiguo contrincante de Lula en 2006, se han presentado junto a Lula. Alckmin será, de hecho, vicepresidente de la República... Siempre y cuando no haya sorpresas que se salgan del guion democrático.
Democracia o autoritarismo
Se abren ahora dos vías que serán fundamentales para la configuración política internacional, que se debate en los últimos años entre la democracia liberal y sistemas híbridos cargados de autoritarismo. Esta última corriente la encarnan figuras como la de Bolsonaro, pero también Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orbán en Hungría, Marine Le Pen en Francia o Donald Trump en Estados Unidos.
Estas elecciones no son como las de hace 10 años, el mundo ha cambiado, en muchos países, entre ellos Brasil, comenta Lorente: ”Se ha excedido el marco izquierda-derecha, Bolsonaro no es un candidato al uso, no podríamos calificarlo como derecha tradicional... es otra cosa″.
Los cuatro años con Bolsonaro al mando han estado llenos de exabruptos y polémicas, entre las que no han faltado la corrupción, la militarización de ministerios, una gestión sanitaria de la pandemia que provocó 700.000 muertos y que le ha enfrentado con el Tribunal Supremo de Justicia o negar que la Amazonia fuera el pulmón del mundo ante la ONU, entre muchos.
Lo que suceda en los próximos días servirá para tomar la temperatura a los movimientos encabezados por personalidades tan impetuosas como la del ultraderechista. “Si se produce un traspaso de poder pacífico y razonable podemos afirmar que las instituciones y la calidad del sistema democrático liberal funcionan, incluso en Brasil, con una tradición democrática más corta”, ahonda Lorente.
En tal caso, podría quedar demostrado que estos movimientos no suponen un “problema para la democracia”, cuenta Lorente: “Significaría que a Meloni se le puede ganar en Italia y no pasa nada, o que Marine Le Pen puede ganar en Francia y perder cinco años después”.
Sin embargo, en el caso contrario, si Bolsonaro, sus seguidores, los militares o la policía dieran un golpe de Estado, el mensaje se tornaría mucho más “preocupante”, añade el politólogo: “Asentaría un precedente preocupante, significaría que estos modelos no están dispuestos a traspasar el poder fácilmente”.
Desde que el Tribunal Superior Electoral proclamara la victoria de Lula, al silencio de Bolsonaro se le han opuesto las felicitaciones le han llovido al izquierdista desde un gran número de personalidades de la política internacional.
Sin embargo, el reconocimiento de la victoria de Joe Biden en las elecciones estadounidenses de noviembre de 2020 no frenó la maniobra de Donald Trump que desembocó en el asalto al Capitolio, cuando una multitud intentó evitar los resultados que daban la victoria al demócrata fueran ratificados.
Se avecina un tiempo emocionante y tenso. Ha ganado Lula, pero el destino de 217 millones de brasileños sigue en las manos del excapitán de infantería Jair Messias Bolsonaro.