¿De verdad es Boris Johnson el 'Trump británico'?
Es populista, políticamente incorrecto y hambriento de poder. Pero el nuevo primer ministro de Reino Unido es un político de raza.
LONDRES — El primer primer ministro que nombró la reina Isabel II fue el héroe de guerra Sir Winston Churchill. Pues bien, tras un ceremonioso saludo con reverencia en Buckingham Palace, el decimocuarto premier de su largo reinado es, desde el pasado miércoles, Boris Johnson.
Con el Brexit aún por resolver y por llevar a cabo, Reino Unido se enfrenta al mayor reto a nivel nacional e internacional desde 1945. Y la principal cuestión, dentro y fuera, es si Alexander Boris de Pfeffel Johnson estará a la altura de dicha tarea.
Pero, ¿cómo es Johnson en realidad? ¿En qué puntos se diferenciará su Gobierno del de su predecesora, Theresa May?
Para esos despistados que todavía no conozcan a Johnson, quizás habría que empezar resumiendo con que es un ‘Trump con mejores bromas y más cerebro’.
Definitivamente, al presidente estadounidense le gusta Johnson y su marca de política populista y disruptora. En un mitin en Washington la semana pasada, Trump dijo de él: “Es un buen hombre, es duro y es inteligente. Lo llaman el Trump británico”.
De hecho, hace unos años, cuando Johnson estaba en Nueva York, rodeado de una masa de fotógrafos que intentaba hacerle una foto, localizó a una chica que caminaba hacia él. Fascinado por la escena, la paró, y entonces escuchó a la chica gritar: “¡Ehh, ¿es ese Trump?”.
La confusión de identidad que tuvo lugar cerca de Central Park no sólo se produjo esa vez, sino hasta en tres ocasiones durante el viaje de Johnson.
Trump y Johnson tienen tanto en común —en el físico, en la política y en el temperamento— que no cuesta tanto comprender por qué se entienden tan bien, o por qué el público americano puede llegar a confundirlos.
Sus semejanzas superficiales son obvias, como también lo es el hecho de que ambos tengan ese casi cómico pelo rubio que se ha convertido en su seña de identidad. Ambos nacieron en Nueva York, Trump en Queens y Johnson, en Manhattan.
La pareja comparte talento por la autopromoción y por convertir su celebridad en impacto político de una forma que repele y fascina casi a partes iguales.
Andrew Gimson, autor de the biografía Boris: The Rise of Boris Johnson, afirma que el ex alcalde de Londres y ex ministro de Exteriores tiene una conexión con Trump que pocos políticos británicos podrían alcanzar.
“Hay un motivo por el que Trump ha llegado a donde está: es un gran intérprete, siempre montando espectáculo de una manera u otra. Boris también es un intérprete, quiere divertir a la gente, ser interesante. En ese sentido, reconocerían que se parecen”, señala Gimson.
“Otra conexión es que ambos ganan del desprecio de la gente y de molestar a muchos urbanitas e intelectuales, cosa que demuestra a sus simpatizantes que algo deben estar haciendo bien. Molestar a los hipócritas pijos y liberales es una forma de revancha para ellos”, explica.
“Son disruptores anti-establishment, sorprenden a personas supuestamente maduras que creen que la política tiene que hacerse de una forma muy solemne, que no podría anunciarse nada en un tuit. Y ni Johnson ni Trump son de esos”.
En su arte también hay artificio. Trump vende una forzada imagen televisiva de hombre de negocios exitoso, aunque muchas de sus aventuras comerciales han acabado en fracasos épicos.
Johnson también lleva años elaborando con cuidado su personaje público de alguien inocente, despeinado y torpón, cuando en realidad es un individuo ferozmente ambicioso y competitivo.
La actuación, que empezó durante sus días de estudiante en Oxford, le granjeó el cariño de muchos activistas del Partido Conservador, que lo consideran un regalo inusual para darles un motivo por el que sonreír. Su distintivo pelo alocado llegó a resultarles tan familiar como sus arriesgadas bromas y su extravagancia retórica.
Pero los que le han seguido durante años se han dado cuenta de lo fabricada que está su performance. Sonia Purnell, autora de la biografía Just Boris: A Tale of Blond Ambition, trabajó con Johnson cuando ambos eran periodistas en Bruselas a principios de los 90.
“Es un gran actor, es un showman. Lo del pelo alborotado es para asegurarse de no parecer demasiado ambicioso. Las meteduras de pata no eran realmente pifias, tenían guión”, sostiene Purnell.
Una vez, durante la conferencia del Partido Conservador en 2007, el ponente invitado Arnold Schwarzenegger estaba esperando para subir al escenario mientras escuchaba a Johnson. “Está yéndose por las ramas todo el rato”, dijo el actor en voz muy baja, pero un micrófono captó su comentario.
Como señala Purnell, Schwarzenegger fue sólo una víctima más que se tragó la actuación de Johnson. “Los titubeos estaban escritos en sus discursos”, afirma Purnell. “Estaba cuidadosamente ensayado y, al día siguiente, con otro público, hacía las mismas divagaciones”.
El deseo de Boris Johnson de ser divertido, o provocador, a veces se le ha aparecido para atormentarlo. Sus antiguas columnas como periodista han causado indignación entre sus críticos, especialmente cuando entró en insultos raciales.
En una columna en el Daily Telegraph, bromeó sobre los “negritos que ondeaban banderas” para saludar a la Reina en el extranjero, y añadía que cuando los combatientes armados congoleños conocieran a Tony Blair “todos lucirían sonrisas del tamaño de una sandía al ver al gran jefe blanco tocar tierra en su gran ave blanca financiada por los contribuyentes británicos”. Desde entonces, Johnson se ha disculpado, pero sus amigos argumentan que su ironía y su sarcasmo se entienden de forma demasiado literal.
Cuando en junio la edición británica del HuffPost preguntó a británicos negros cuál era su opinión sobre todo esto, no se mostraron muy favorables. Kwame Anthony, de 45 años, reconocía no seguir mucho la política, pero sí había oído hablar de Johnson.
“Lo primero que me viene a la mente cuando dices la palabra ‘negritos’ es la esclavitud. Inmediatamente. Es una palabra asquerosa y cualquier persona que la use obviamente piensa que los negros son menos que ellos. Si no, ¿para qué la usan?”.
Tyrone Stewart, de 68 años, sostiene que las palabras de Johnson “dicen mucho sobre su postura hacia las personas negras”. “En Jamaica utilizamos el término ‘pickney’ para hablar de nuestros niños, que deriva de ‘piccaninny’ [negritos, la palabra que usó Johnson] y que, por supuesto, tiene connotaciones racistas. Así que, viniendo de Boris Johnson y en el contexto que lo utilizó, es ofensivo”, asegura.
“La referencia de Johnson [a las sandías] es similar a la de los monigotes negros que usaba la mermelada Robertson, allá por la época. Es lo mismo”, denuncia.
En otra ocasión, antes de la visita de Barack Obama a Reino Unido previa a la votación del Brexit, Johnson lo describió como un “presidente medio keniata”. Afirmó que el hecho de que Obama quitara un busto de Winston Churchill de la Casa Blanca en 2008 demostraba su falta de interés por las relaciones entre Reino Unido y Estados Unidos.
“Algunos dijeron que fue un desaire a Gran Bretaña. Algunos dijeron que fue un símbolo del desagrado ancestral de un presidente medio keniata hacia el imperio británico, del cual Churchill había sido un ferviente defensor”, decía Johnson en su columna de The Sun.
Stewart, que tiene una tienda en el sur de Londres, comenta a la edición británica del HuffPost que el hecho de que Johnson se refiriera a Obama como keniata no era en sí racista, “aunque todos sabemos a qué se refería”, matiza.
La londinense Angela Watson apunta que el término ‘piccaninny’ [negrito] le evoca sentimientos de decepción y tristeza, más que nada. “Si alguien viene y me dice eso en la calle, le preguntaría que con quién está hablando. Es inaceptable”.
Alwin, sentado en una cafetería, comenta: “Si Boris Johnson se puede referir a los negros de una forma tan deshumanizante, abiertamente y sin despeinarse, y aun así aspirar a entrar en Downing Street… ¿a dónde estamos llegando? Los políticos deberían responsabilizarse de lo que dicen y hacen”.
“¿Sonrisas como una sandía? Como negro, me están diciendo que soy inferior. Pero no lo soy. Esto sólo demuestra que tenemos un largo camino por delante para conseguir la igualdad en este país”, señala.
George Brown, de 58 años, considera que Boris Johnson es un “charlatán egocéntrico”. “Creíamos que habíamos tocado fondo, pero no: Boris Johnson es el fondo. Es nuestro Donald Trump junto con Nigel Farage, a quien se llevará consigo. Vivimos en un mundo trumpiano. ¡Dios, tenemos que hacer algo ya!”.
Los críticos de Johnson lo tuvieron fácil cuando Trump lo agrupó, a través de un retuit de un mensaje de la ultranacionalista blanca Katie Hopkins, junto con otros líderes de la derecha más recalcitrante de todo el mundo.
“Trump en la Casa Blanca, Boris en Downing Street, Netanyahu construyendo Israel, Bolsonaro, Salvini, Orban, Kaczyński y los sensatos que están trayendo fuerza al mundo”, decía el tuit.
Ese tipo de comparación espantó a muchos conservadores moderados que dieron su apoyo a Johnson con la esperanza puesta en que él era el modernizador de centro que se las arregló para ganar dos veces la alcaldía de Londres en lo que tradicionalmente ha sido una ciudad laborista.
Al ministro Matt Hancock, que dejó su campaña para apoyar a Johnson, no le gusta del todo que vinculen tanto al nuevo premier con Trump.
“Sobre el tema de si es el Trump británico... La política de Boris Johnson es esencialmente una política del conservadurismo One-nation progresista y modernizador. Mira lo que hizo en Londres”, lanza.
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Aun así, no cabe duda de que Johnson y Trump disfrutan de su capacidad para sorprender y ven la incorrección política como un arma para alimentar el auge populista que les da protagonismo. En el caso de Trump, le llevó a convertirse en presidente; en el caso de Johnson, le ayudó a encabezar la victoria del Brexit en 2016.
La voluntad de ser grosero con los oponentes, incluso con dirigentes de grandes empresas, es un distintivo de ambos. Mientras el presidente estadounidense ignora los miedos corporativos de una guerra comercial con China, su colega británico explota una desconexión similar entre el ‘hombre trabajador’ y los que temen que su política dé lugar al caos económico.
En una recepción privada por el cumpleaños de la Reina, a Johnson le preguntaron por los miedos de los trabajadores de que la salida de la Unión Europea pudiera afectar al empleo en Reino Unido en las industrias automovilística y de aviación. “A la mierda las empresas”, replicó. Sus oponentes han intentado colgarle esta cita al cuello desde entonces, incluso en la carrera por el liderazgo tory, pero parece que lo lleva como una insignia de orgullo.
Para Trump y Johnson, parece que la regla imperante es la famosa cita de Oscar Wilde, que dice que “hay solamente una cosa en el mundo peor que que hablen de ti, y es que no hablen de ti”. El narcisismo en política no es una cualidad rara, pero ambos la han llevado a otro nivel.
Mucho más dañino que el amor propio vacío es la percepción de que ambos hombres no disimulan como otros políticos; directamente, mienten. Las mentiras de Trump están tan bien documentadas que The New York Times fue catalogando todas y cada una de ellas en 2017 (todos los días de las primeras 40 jornadas de su presidencia dijo algo incierto).
La ‘gran mentira’ de Johnson fue decir que con el Brexit se recaudarían 350 millones de libras adicionales cada semana que se utilizarían para financiar la sanidad británica porque, según él, esa cantidad es la que Reino Unido envía a la UE cada semana. Una afirmación totalmente falsa. De hecho, la famosa frase, que llevó impresa en su autobús de campaña por todo el país, ha hecho que Johnson se enfrente ahora a una acusación penal por “mala praxis en un cargo público”.
Las anteriores mentiras del ex ministro de Exteriores dieron lugar a dos significativos despidos en su carrera. Del periódico The Times fue despedido por inventarse una cita mientras trabajaba en Bruselas.
Después fue despedido como ministro en la sombra por el entonces líder tory Michael Howard por mentir sobre una aventura amorosa mientras estaba casado. Cuando se filtró esa supuesta infidelidad en la prensa amarilla, Johnson describió la información como una “pirámide invertida de estupideces”, pero cuando Howard descubrió que el ministro había sido “poco sincero” directamente lo echó.
En lo que respecta a las mujeres, la semejanza con Trump también es notable. Aunque Johnson nunca ha acosado o agredido a ninguna de sus compañeras, el británico es “sexualmente incontinente”, como lo describe un exasesor. Petronella Wyatt, cuyo affair fue el que produjo el despido del equipo de Howard, cuenta que un día le dijo: “Me parece totalmente irracional que los hombres deban limitarse sólo a una mujer”.
Al igual que Trump, su infidelidad marital no ha afectado a su base de votantes. Es cierto que abundan las historias sobre Boris como máquina sexual’, pero Trump deja a la altura del betún a Johnson y sus amoríos. “Bueno, siempre importa, pero creo que hoy no es como era hace 20 años, y definitivamente no es lo que era hace 50 años. Creo que a día de hoy importa mucho menos”, comentó Johnson a The Sun sobre su infidelidad.
Nunca cómodo con mujeres poderosas, Trump seguramente prefiera lo que le ofrece la compadrería de machos con Johnson antes que lidiar con Theresa May.
En cualquier caso, hay grandes diferencias entre ambos, sobre todo en su intelecto y en su educación. Mientras que Trump tiene un infame problema para recordar nombres simples de personas y lugares, Johnson tiene una memoria increíble, y puede recordar fragmentos enteros de conversaciones que ha mantenido con otras personas.
Es capaz de recitar escenas enteras de películas (Apocalypse Now es su favorita), de cantar en alemán y de hacer bromas en francés.
A Johnson le gusta mucho recordar a la gente que fue neoyorquino, que nació y se crió allí. En los últimos años, renunció a su ciudadanía estadounidense, por miedo a tener que pagar impuestos en dos países.
Pero, antes de eso, apareció en el programa de David Letterman y no pudo resistirse a tocar el cielo mentalmente. “Supongo que podría ser presidente de Estado Unidos”, dijo. “Ya sabes, técnicamente hablando”.
Él y Trump quieren reírse los últimos. Pero para millones de personas, la broma ya no tiene ninguna gracia.
El día de las elecciones generales en 2010, Johnson envió al ex primer ministro David Cameron un mensaje de texto. “Buena suerte, Dave. No te preocupes si te atascas. Walpole KS, Macmillan KS...”.
Con ‘KS’ se refería a ‘King’s Scholar’, la élite dentro de la élite del afamado Eton College de Inglaterra en el que ambos fueron educados, como los anteriores primeros ministros Robert Walpole y Harold Macmillan. Pero aunque Johnson conseguió una beca para entrar, Cameron, no.
La broma consistía en que si todo iba mal después de que el líder tory entrara al número 10 de Downing Street, un tal Alexander Boris de Pfeffel Johnson estaba preparado y dispuesto para tomar el relevo y arreglar las cosas.
El ex jefe de comunicación del Ayuntamiento de Londres, Guto Harri, sostiene que las críticas de que a Johnson le falta profundidad van muy desencaminadas.
“Es un hombre con visión global. Como el periodista que es, sabe llegar a la síntesis y encontrar directamente la perla entre todo lo demás. Con él ves el bosque entre los árboles, mientras que Gordon Brown y Theresa May están mirando a las ramas”, compara.
“Pero puede ir muy al detalle si ve que es necesario. En las reuniones de Transporte para Londres, se centraba, por ejemplo, en por qué no se podía mover un semáforo de la esquina de la calle X. Le encantaban esos modelos artificiales de planeamiento, para ver a dónde daba una puerta de entrada, si se podía conseguir más espacio exterior, si se podían meter más árboles. Entraba mucho en detalle”, recuerda.
“En cuanto a la delincuencia, era capaz de decir por qué alguien había sido apuñalado en Tottenham la noche anterior, dónde estaban, cómo podía llegar allí la policía en cinco minutos y no en diez”, ese tipo de cosas.
Harri añade que Johnson también es de esa gente que consigue lo que quiere. “La clave de Boris es este rasgo natural del periodismo, un escepticismo sano. El político medio dice ‘quiero hacer esto’ y el funcionario dice: ‘Vale, eso no se puede hacer, es demasiado caro o complicado’. Y entonces dicen: ’Vaya, qué pena”.
“Boris dice ‘¿por qué no se puede hacer?’. Esa terrible voluntad es el motivo por el que consigue que se hagan tantas cosas. Llegó él y dos años después había una bajada de un 40% en el crimen violento”.
Otros recalcan que, aunque los ocho años como alcalde de Londres le vinieron bien para forjar alianzas duraderas, la clave reposa en la forma que tiene Johnson de trabajar.
“Todo tiene que ver con el modelo de gobernanza. Es muy bueno marcando el tono y dejando luego que la gente se ponga manos a la obra”, dice un aliado. “Tenemos que darle la mejor plataforma para que sea un éxito, no sólo por él, sino principalmente porque tenemos una puta crisis delante y queremos que se resuelva”.
Un ex asistente apunta que la memoria casi fotográfica de Johnson y su capacidad para absorber un documento complejo rápidamente son talentos que contrastan con su imagen pública de político balbuceante.
“Lo que la gente parece no entender es que es un cerebrito, pero trabaja de forma diferente a otras personas”, señala.
“Literalmente, puedes soltarle algo cinco minutos antes de reunirse con alguien, de cinco páginas, y ¡boom!, él que se queda con todos los detalles. Alguien entra por la puerta y él se pone a vomitar datos sobre él. Es muy bueno con eso”, asegura.
“Absorbe los datos, marca el tono y la dirección y espera que tú le sigas el ritmo”.
Muchos se preguntan cómo será la premiership de Johnson entre bastidores. La respuesta, para uno de sus exasesores, estará en cómo funcione la autonomía que suele ceder a sus trabajadores.
“La clave en cómo opera es: él espera que tú lo hagas, pero ay, Dios, si no lo haces…”, lanza.
“Quizás decía algo en una reunión un jueves y si era lunes y todavía no sabía nada del tema, llamaba o ponía un mensaje: ‘¿Qué narices está pasando?’. Si cumples, es brillante animando a la gente y mostrando sus felicitaciones, pero, detrás del telón, él es el piloto”, afirma.
“És es muy de consensos, hace las preguntas pertinentes y adopta un punto de vista basándose en el consejo de los demás. Pero luego dice: ‘Vale, esto es lo que vamos a hacer’. Escuchará todos los argumentos, y puede que no esté de acuerdo con ellos, pero es considerado con lo que dices y espera que tú ejecutes lo que quiere”.
Definitivamente, en sus relaciones con la UE Johnson no es de consensos, y todo el mundo en Westminster da por hecho que soltará cualquier barbaridad para advertir a Angela Merkel y a Emmanuel Macron de que va en serio con su amenaza de no acuerdo.
Todavía se desconoce si el nuevo estilo de liderazgo de Johnson tendrá aceptación entre todos sus colegas conservadores y si los convencerá para apoyar un acuerdo de Brexit que May no fue capaz de sacar adelante en el Parlamento británico.
Las capitales europeas vigilarán de cerca sus primeros días en el cargo, para comprobar si en realidad se está marcando un farol con lo de sacar a Reino Unido de la UE el 31 de octubre con un ‘o todo o nada’. Pero el resto del mundo, y especialmente Washington, también le estará mirando.
Este reportaje ha sido elaborado con información de Nadine White
Traducción de Marina Velasco Serrano