Game Over?
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Game Over?

Todo sigue en el aire. Y todo apunta también a que Pedro Sánchez no quiere ya un acuerdo con Podemos.

Pedro Sánchez en el CongresoÓSCAR DEL POZO-AFP

O la partida ha terminado o vuelve el ajedrez aleatorio. Game over? La escena no pinta bien. Se aleja el gobierno de coalición. O no. A saber. En esta nueva democracia de tanto estreno y tanta improvisación, llegamos a un debate de investidura en el que por primera vez en 40 años no conocemos cuál será el minuto final. Hasta el jueves, hay tiempo. Todo sigue en el aire. Y todo apunta también a que Pedro Sánchez no quiere ya un acuerdo con Podemos. Las diferencias superan a las coincidencias, según la última versión. Y la ¿penúltima? oferta es un acuerdo de investidura. Mañana igual es otra fórmula. No desesperen. La imaginación da para mucho y la necesidad, ahoga. Esto ha dado tantos giros inesperados que cualquiera se aventura a anticipar un resultado. 

La realidad apunta, eso sí, a que no era a Iglesias sino a su partido a quien Sánchez no deseaba ver sentado en el Consejo de Ministros. La novedad es que ahora le costará convencer de que el responsable del desacuerdo es quien fuera su socio preferente. La culpa, si la negociación fracasa, habrá cambiado de bando porque Iglesias hace tiempo que diluyó sus líneas rojas, renunció al referéndum sobre Cataluña, desistió de exigir proporcionalidad en el reparto de poder, se quitó de en medio y no pudo mostrar más contención desde la tribuna para introducir en su relato que sus intenciones no eran aviesas. A cambio, le ofrecían una vicepresidencia que él consideró más simbólica que ejecutiva y que los socialistas creyeron acorde a una cuarta fuerza política con la que no suman mayoría en las votaciones y ofrece, además, una disciplina de voto un tanto precaria.

Sánchez debe pensar que si se batió en retirada cuando le señaló como el escollo principal, seguirá cediendo para evitar la repetición electoral. Pero una cosa es la renuncia y otra la “humillación”, según dijo el propio Iglesias después de detallar algunos aspectos de una negociación en la que el PSOE, cuentan, pretendió convertir a los morados en puro atrezzo. 

La realidad apunta a que no era a Iglesias sino a su partido a quien Sánchez no deseaba ver sentado en el Consejo de Ministros

El acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos se aleja así por segundos porque ni  Sánchez está dispuesto a ceder más ni Iglesias quiere para los suyos un papel testimonial. Y para demostrar que era solo eso lo que les han ofrecido durante el fin de semana, retó al candidato del PSOE a hacer públicos los términos de una negociación que Sánchez evitó en todo momento explicar ante la Cámara. 

Podemos, como Cataluña, fueron los dos elefantes que había en el salón de plenos y el aspirante a la presidencia hizo como si no estuvieran en el Palacio de San Jerónimo ninguno de ellos. De hecho, dedicó más tiempo a pedir a la derecha la abstención que a hablar de los contactos con Podemos. Esto después de hilvanar un discurso repleto de propuestas. 130 para ser exactos: 12 pactos de Estado, 3 reformas constitucionales 25 leyes y otras 90 medidas de distinta naturaleza. Le faltó de prometer la paz en el mundo y el fin de la pobreza. 

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Más Sánchez que nunca. No fue un discurso vibrante, pero sí el de alguien que parecía tener 180 diputados en lugar de los 123 con los que actualmente cuenta. Pero como ni eso coló ante Casado y Rivera, llegó a pedir el apoyo, no para él, sino para hacer más España. Ahí es nada.  

El presidente del PP no acertó a saber si Sánchez estaba en fase de crisálida o de mariposa, en la del “sí es sí” o en la del “no es no”, pero no parecía dar crédito a lo que escuchó porque le pidió por favor, por favor que le dejara gobernar y hasta le espetó que si se animaba a la abstención se hacía un favor a sí mismo y hasta a la humanidad. El Casado de hace unos meses le hubiera llamado felón, pero su nueva versión moderada se quedó en un “han activado un campo de minas del que no saben cómo salir” y “usted está atrapado en unos socios que no le convencen”. Razón no le faltaba.

El del PP hizo por fin toda una demostración de que se puede ejercer la firmeza y la oposición sin aspavientos, sin expresiones hiperbólicas y con una renovación a fondo del argumentario. Algo de lo que no fue capaz el líder de Ciudadanos, que volvió a mostrar su único registro. Casado crece a costa de un Rivera menguante para quien todo es “sanchismo”, independentismo, golpismo, terrorismo y todos los “ismos” incorporados a un argumentario cada vez menos creíble y más exagerado.

Más Sánchez que nunca. No fue un discurso vibrante, pero sí el de alguien que parecía tener 180 diputados en lugar de los 123

“Sánchez y su banda”, el “plan de Sánchez”, el “juego de las sillas” y la “habitación de pánico” fueron sus nuevas aportaciones al parlamentarismo de frases hechas y escasa hondura. Rivera está a un paso de ocupar el espacio de VOX -le falta hacer suya la expresión “dictadura de los progres” que repite Abascal sin cesar- más que el de un PP al que pretendía arrebatar el liderazgo de la derecha y de la oposición. No hay duda de que su “no” a Sánchez es inamovible. Ahora y en septiembre, si se diera el caso de que el jueves la investidura fracasara.

Hasta aquí la primera parte de otra jornada histórica que con Abascal nos hizo recordar lo peor de la historia de una España en blanco y negro a la que por más que se empeñe Abascal, no volverá. ¿O si? Todo depende de hasta dónde estén dispuestos a arriesgar Sánchez e Iglesias. El pulso sigue vivo, de momento.

Continuará…