Blancanieves y la bruja fea
Desde un país definido y articulado, la izquierda puede encontrar aliados que no sientan el desencanto de la política si está en condiciones de emitir avisos de que verdaderamente la democracia y la lucha contra las desigualdades está dentro de sus preocupaciones y de sus riesgos, en el interior y en el exterior de sus fronteras nacionales.
Un partido que se proclame de la socialdemocracia tiene que emitir señales que hagan saber a los ciudadanos de otras latitudes que no se permitirán juegos ni experimentos con la democracia. La Europa rica en la que estamos integrados, a través de la Unión Europea, siempre ha tenido a gala impedir la entrada de países gobernados por regímenes autoritarios. La izquierda debería exigir la salida de la Unión de aquellos países donde la extrema derecha, xenófoba y racista, gobierne, aunque haya llegado al Gobierno por métodos democráticos. Los ciudadanos europeos deberemos aprender y saber que el voto en una democracia tiene sus costes, que nada es gratis. Votar racismo, xenofobia, aislamiento frente al mundo exterior debe llevar aparejado aislamiento internacional y salida del club europeo. Quienes prefieran estar gobernados por la extrema derecha que los aleje de los pobres, de los inmigrantes, de los que tienen otro color de piel, deben saber que ese voto también los aleja de la Unión Europea, que no deberá albergar en su seno a ese tipo de países por muy alta que sea su renta o su PIB.
Ya sabemos que una Unión Europea sin Gran Bretaña será menos Europa en cuanto a extensión, población y riqueza. Pero quienes, como los españoles o los portugueses tuvimos que esperar cuarenta años para que nuestros países superaran dictaduras que nos impedían formar parte de un club que exhibía la libertad, la democracia y los derechos humanos incompatibles con regímenes autoritarios y dictatoriales, no podemos tolerar que esa espera para entrar no se rija por los mismos criterios que para salir. No podemos ni debemos tolerar "el grave deterioro del Estado de derecho, la democracia y los derechos fundamentales" en Hungría. Si se sigue permitiendo que se haga proselitismo sobre conductas políticas incompatibles con el espíritu fundacional de la Unión Europea, no tendremos más remedio que pensar que a españoles y portugueses se nos tomó el pelo cuando se ponía el stop a nuestra entrada en un club democrático. Cuando, bajo una dictadura asfixiante, queríamos ser como los británicos, los franceses o los holandeses, no estábamos pensando que pasado el tiempo ese sueño de estar con Blancanieves se iba a trocar en la pesadilla de estar con la bruja fea.