Bitcoin no ha muerto
El sistema se defiende ante esta clara amenaza y procura ganar tiempo para poder mantener el control, pero las criptomonedas llegaron para quedarse.
En pocas semanas el valor de bitcoin ha caído alrededor de un 40%, volviendo a valores de principios de año, arrastrando a la baja al resto de criptomonedas y haciendo evidente la alta volatilidad de estos activos digitales. Para algunos hombres del tiempo de la economía ha ocurrido lo que llevan anunciando desde hace tiempo, el pinchazo de la burbuja de las criptomonedas, aunque para los más agoreros esto es solo el principio del fin.
Ciertamente, bitcoin ha sufrido la enésima corrección a la baja desde que, por allá 2017, empezó su andadura alcista en un mercado donde muchos no sabían nada de este tipo de monedas digitales ni de la tecnología blockchain que las sustenta. Algunos siguen sin entender nada, mientras que otros no se cansan de alertar sobre los graves peligros que supone operar con monedas digitales fuera del sistema monetario que regula y ampara las transacciones comerciales.
También es cierto que bitcoin, y el resto de criptomonedas, aún están lejos de ser aquello para lo que fueron pensadas originalmente, ser medios de pago habituales en las transacciones electrónicas al margen de los tradicionales medios y sistemas de pago regulados. Y es evidente que lo tienen difícil, no solo por su alta volatilidad, sino porque todo indica que la batalla con las monedas de curso legal se saldará con una primera victoria a favor de los bancos centrales que, frente a la amenaza real que suponen las monedas digitales, se afanan en poner en circulación sus stablecoins para copar el mercado de pagos electrónicos antes de que sea demasiado tarde.
Dado que el valor de bitcoin depende en gran medida de las órdenes de compraventa, que operan como en cualquier otro bien o activo sujeto a cotización, cualquier noticia o declaración más o menos interesada, como las del presidente de Tesla o del gobernador del Banco Central de China, pueden disparar o hundir su cotización rápidamente, haciendo entrever que detrás del activo digital no existe nada que explique su valor más allá de los intereses y decisiones de los operadores de este particular mercado.
Sin embargo, si se analizan los gráficos de diferentes activos durante los últimos años, también se observan sucesivas alzas y bajas de los mercados, todas ellas explicables a posteriori pero muchas no advertidas con antelación, poniendo en evidencia aquello que los iguala a todos, el ser bienes y activos sometidos a las tensiones propias de la ley de la oferta y la demanda. Sin ir más lejos, por ejemplo, la cotización del barril de Brent muestra continuas e importantes subidas y bajadas desde 2017, cayendo los primeros meses del año pasado de casi 70 dólares el barril a menos de 20, habiendo casi recuperado ese valor en la actualidad. Sin duda, la mayoría son fruto de coyunturas geopolíticas y de la pandemia del coronavirus, cierto, pero otras son tan imprevistas como el sabotaje de un oleoducto en Estados Unidos.
Lo mismo sucede si se analizan las cotizaciones del oro o la plata (con tres caídas de casi el 20% en los últimos 18 meses), igual que muchos activos del mercado de futuros. Sus precios, lejos de ser perfectamente estables o responder siempre a la lógica del mercado, reflejan que están sometidos a todo tipo de vaivenes económicos, políticos o meramente especulativos. Ni que decir de los mercados bursátiles que, aun queriendo representar la realidad de la situación financiera de las empresas, también son sensibles a todo tipo de informaciones y decisiones, algunas de los cuales claramente especulativas, los cuales aún no han recuperado los valores previos a la pandemia.
Que algunas monedas de curso legal se muestren más estables, e incluso refugio de inversores, puede deberse a la fortaleza de la economía de cada país pero también a la acción concertada de uno o más bancos centrales interesados en la estabilidad del tipo de cambio. Por contra, otras monedas centrales ya hace tiempo que perdieron su sentido, y ni tan siquiera son queridas por sus nacionales. En este sentido, nadie pone en duda que el actual valor del dólar, tras las ingentes impresiones de dinero de la Reserva Federal, que solo en 2020 aumentó un 24% la oferta de dólares, no responde a la realidad de la economía americana y su descomunal deuda.
En definitiva, acusar al bitcoin y demás criptomonedas de los mismos males que también padecen la mayoría de bienes y activos sujetos a cotización, o bien responde a un análisis parcial de la situación o a un claro interés para alejar a los potenciales inversores de un activo que nació con la clara voluntad de actuar al margen de los reguladores y controladores de los mercados financieros y comerciales. Está claro que el sistema se defiende ante esta clara amenaza y procura ganar tiempo para poder mantener el control, pero las criptomonedas llegaron para quedarse y, con uno u otro nombre, ni están muertas ni desaparecerán.