Besarnos más que en libertad
Mi primer Orgullo fue en 1994, el año en que me mudé a vivir a Madrid. Leopoldo Alas era más que mi amigo, una mezcla maravilloso de Cicerone y musa que me adentraba sin esfuerzo alguno por laberintos donde jugábamos a ser Minotauro y Teseo al mismo tiempo. Y esa semana de junio fuimos a todos sitios convencidos de que, más que hacer historia, vivíamos los días mas delirantes del final de lo que creíamos era nuestra juventud.
Empezamos decidiendo que íbamos a actuar un poco más "heterosexuales" y nos parábamos en la calle escupiendo al piso y leyendo prensa deportiva con las piernas muy abiertas, bajo el pretexto de que nuestra actitud haría entender a mucha gente que el Orgullo era algo más incluyente que excluyente. Una buena amiga nos vio en esas y nos gritó desde el coche: "¡Ahora sí que están locas de verdad!".
Otra de nuestras actividades en esos días fue ir a la Casa de Campo y a su zona de atracciones y entramos en la zona del terror, y gritábamos como gays estereotípicos cada vez que aparecía un fantasma o un Drácula. Al final uno de los vampiros se medio enrolló con nosotros y subimos con él a la montaña rusa y lo besábamos, y Leopoldo le enseñaba el nombre de las estrellas al caer la noche.
El día de la mani, como Leopoldo llamaba a la manifestación, quedamos en la entrada del metro de La Latina y tragamos grueso cuando vimos cuan pocos éramos. No llegábamos a veinte y estábamos vestidos, al menos yo, como si ese día nos fuera a descubrir Almodóvar. Pero Leo no se vino abajo, señaló a Zerolo (que sí estaba) y a unos que el denominó "históricos de buen rollo", y a todos nos dijo: "Veréis como en el recorrido se nos unen esas "distraídas" maravillosas". Y empezamos a hacer ruido y a andar muy compactos y voceando nuestras consignas. La que más recuerdo ahora creo que era original de Leopoldo y decía: "En los balcones también hay maricones", porque mucha gente se asomaba a vernos y la ocurrencia fue genial porque, de repente, empezaron a bajar los de los balcones. Fue la única salida del armario en masa de la que he sido testigo. Leopoldo vino a recordarme que yo ya tenía novio, pero yo planteé que en esa ocasión había que hacer causa y no ser egoísta.
La mani pasaba delante del Cine Carretas, que ya no existe, porque durante décadas fue un sitio de reunión homosexual mucho más reprimida que nosotros. Y de inmediato, alcanzábamos la Puerta del Sol, donde se hacía un discurso y al final de este la Gran Besada, el momento favorito de Leopoldo según me explicó y me dio uno de los besos más profundos de mi vida. Y alrededor nuestro gritaban: "¡Incesto, son hermanas!".
Leopoldo vivió para ver la mani convertirse en una de las fechas señaladas de Madrid. Y yo también, y recuerdo esa semana de 1994 sin nostalgia ni dolor sino con orgullo. El orgullo de saber que estábamos metidos en una historia con final feliz. Besarnos más que en libertad, encantados de la vida.
Disfruten todos ustedes este Orgullo 2018.