Benny Gantz, el general que amenaza con derrocar al 'Rey Bibi' en Israel
El exjefe de Estado mayor, al mando en las dos últimas grandes ofensivas sobre Gaza, entra en política con un partido de centro derecha que empata en las encuestas con el Likud de Netanyahu.
A Benjamín Netanyahu lo llaman en Israel "el rey Bibi". Algo tiene que ver que lleve ya 13 años en el poder, cuatro legislaturas (tres de ellas consecutivas) en las que ha tenido el don o la estrella de poder forjar alianzas de lo más variado, pragmatismo en estado puro siempre con el poder como meta. El líder del derechista Likud parece imbatible, sin rival que lo tumbe. Pero ¿y si su tiempo estuviera a punto de acabar?
Es lo que empiezan a señalar las encuestas de cara a las elecciones que se celebran el 9 de abril: que hay un hombre, llamado Benny Gantz, novato en política, que estrena partido, que puede empatarle en escaños e incluso sacarle alguno más.
Que no haya sido político no quiere decir que aparezca de la nada. Benjamin Gantz es archiconocido, como jefe del Estado Mayor del Ejército que fue entre los años 2011 y 2105. En un país en que los militares se marchan a guerrear en el Parlamento con bastante frecuencia, hay una ley que les impide enrolarse en partido alguno hasta tres años después de colgar las botas. El tiempo ha pasado y Gantz se lanza ahora a la aventura con un partido, Resiliencia para Israel (Hosen LeYisrael), que usa hasta el caqui de los uniformes como color corporativo.
A sus 59 años, sigue el camino que llevó a otros mandos militares como él a convertirse en primeros ministros (Isaac Rabin, Ehud Barak), en ministros o en diputados. Su opción es la del centro-derecha, aunque sus apuestas y reflexiones son tan poco concretas que no se acaba de comprometer con nada. Como el que nada y guarda la ropa, a la espera de ver con quién tiene que sumar escaños para tocar Gobierno, no vaya a ser que se arrepienta de algo.
Lo que se sabe hasta ahora de su proyecto es que se ha aliado con Yesh Atid, la formación laica y centrista del expresentador de televisión Yair Lapid, en una lista bautizada como Azul y Blanco (Kajol Laban), lo que se entiende como un guiño para el sector templado del electorado, menos compatible con su ideología conservadora pero necesario, vital, para contrarrestar el bloque de derecha, ultraderecha, nacionalistas y religiosos que, si nada cambia, volverá a ponerse de acuerdo para encumbrar a Netanyahu. En su ascenso, ha conquistado el apoyo de otros dos jefes de Estado Mayor, Moshe Yaalon (que fue ministro de Defensa con Bibi) y Gabi Ashkenazi, y de los cabezas visibles del principal sindicato nacional.
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Muy pocas ideas concretas ha dicho Gantz en estas semanas de precampaña, desde que en enero anunció su cambio de rol a través de una intervención televisada que causó sensación. Ha dicho algunas "verdades" que son más bien obviedades para un político local común: que responderá "con contundencia" a Irán si sigue amenazando a Israel con sus armas nucleares y que zonas como los Altos del Golán, ocupados a Siria, así van a seguir.
Ha sido algo crítico con la Ley del Estado Judío, que define oficialmente Israel como el "Estado Nación del pueblo judío", reserva el derecho a la autodeterminación a este colectivo y establece que el hebreo sea la única lengua oficial. Y sobre el conflicto eterno con los palestinos se ha declarado "partidario" de volver a la mesa de negociación, sobre la que crecen telarañas desde hace cinco años. "Buscar la paz no es vergonzoso", dice uno de sus eslóganes de campaña. Otro gesto con los tibios y cansados, que hacen que Netanyahu lo tilde de "izquierdista".
Que nadie se equivoque: la suya no será una posición suave si ese diálogo se retoma. Como dice en otro de sus vídeos promocionales, "sólo el fuerte gana"; la frase se lee sobre los restos bombardeados de la franja de Gaza en el verano de 2014, cuando Israel mató a más de 2.300 palestinos (la mayoría civiles, según la ONU), hirió a casi 11.000 más y dejó a 108.000 familias sin hogar. Él estaba al mando y ni en uno sólo de los 50 día de ofensiva le temblaron ni el pulso ni la voz para dar órdenes.
Sin embargo, no se le ha escuchado aún un análisis serio sobre los problemas del país ni ha tenido un cara a cara con Netanyahu, ni ha expuesto en público las carencias del actual primer ministro. Sólo afirma machaconamente que "genera división entre los ciudadanos" y por eso "su tiempo ha acabado". ¿Es por falta de experiencia? ¿Por desprecio a su adversario? Está por ver.
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Gantz tiene a su favor dos bazas potentes: el enorme respeto que generan los militares en el país y los problemas de corrupción que arrastra Netanyahu.
El Instituto por la Democracia de Israel hace ocasionales encuestas que constatan una y otra vez que los ciudadanos confían en las Fuerzas Armadas y sus mandos (¿el país que tiene un ejército o el ejército que tiene un país?) más que en el Gobierno: un 78% frente a un 30%, dice la última oleada. En ese contexto, Gantz se eleva sobre el común de los uniformados, porque es algo más: ha estado en casi todas las guerras y grandes operaciones en los últimos 40 años (entró en 1977 y dos años después ya era oficial), fue el último comandante de las tropas estacionadas en Líbano hasta el año 2000, se alistó voluntario en unidades de élite como los paracaidistas, ha liderado operaciones secretas y era comandante de división en "Judea y Samaria", como llaman en Israel a los territorios palestinos ocupados de Cisjordania, en los inicios de la Segunda Intifada (2000).
Sabe también de diplomacia, pues fue agregado militar en Estados Unidos -el mejor amigo de Tel Aviv- entre 2005 y 2009, y tiene una formación superior importante, con una licenciatura en Historia (en la Universidad de Tel Aviv), y dos maestrías, en Ciencias Políticas (Universidad de Haifa) y en Gestión de Recursos (en la Universidad Nacional de Defensa de EEUU).
Suma a su favor, también, el triste pasado de su familia, hijo como es de inmigrantes que escaparon del Holocausto en Europa. Su madre, húngara, logró sobrevivir a al campo de concentración nazi de Bergen Belsen (Alemania), y él ya nació en un moshav o comunidad agrícola de Israel, Kfar Ahim, levantado sobre una villa palestina destrozada en la guerra de 1948.
No obstante, el ventilador se ha activado ya y también le han caído encima dos escándalos, uno profesional y otro sexual. El primero es la sospecha, lanzada por sus adversarios, de que fue responsable de la muerte de un soldado de origen druso, al que no ayudó a tiempo tras ser herido en una acción durante la Segunda Intifada. El segundo es la acusación de una mujer estadounidense que afirma que el general abusó de ella en la Secundaria, cuando era una adolescente de 14 años y él tenía 17. Con los días, una ministra del gabinete de Bibi tuvo que reconocer que puso a esta señora en contacto con los medios de Israel para que contase su historia. ¿Verdad, mentira? En esas estamos.
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Netanyahu dice que es una "amenaza para la estabilidad" patria, un "experimento" que no tiene visos de funcionar, que quiere devolver el control pleno de Jerusalén Este, Gaza y Cisjordania a los palestinos. Discurso del miedo, "mejor malo conocido...", ante una coyuntura complicada para el líder del Likud: se enfrenta a tres investigaciones por corrupción que pueden cuajar en breve, antes de la cita con las urnas, en una acusación firme.
La Fiscalía General israelí anunció el pasado 28 de febrero que imputará al aún primer ministro por cohecho, fraude, ruptura de la confianza en un caso de corrupción y por los dos últimos cargos en otros dos casos. Hablamos de favores políticos a cambio de regalos de empresas y presiones a los medios para mejorar su imagen y la de su mujer.
Esta situación ha llevado a Gantz a escalar sobre la crisis de Bibi, o eso dicen las encuestas. Quemados los líderes de otros partidos que no han acabado de cuajar, divididas formaciones clásicas como la laborista por problemas internos, encasillados como están otras fuerzas en su cuota y su nicho (ultraortodoxos judíos, colonos), él es el nuevo y se lleva, por ahora, el favor del público.
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Los sondeos de hace un mes le daban 15 diputados y una posición de segunda fuerza en la Kneset o parlamento. Los de hace dos semanas subían a 30 o 32 escaños, uno o dos más que Netanyahu. Los de esta semana hablan de empate, parece que el primer ministro -ese superviviente sin parangón en la política mundial- se va estabilizando poco a poco tras el mazazo inicial del fiscal. Hay analistas que insisten en que, salvo procesamiento en firme, Netanyahu saldrá indemne de esta oleada de escándalos.
De momento, los partidos que le han sido fieles en los últimos mandatos lo siguen siendo de cara al 9-A. Es más: el Likud se ha asegurado el apoyo de una formación extra, Fuerza Judía, un grupo de extrema derecha cuyo líder, el rabino Meir Kahane, estuvo hasta en las listas terroristas de Washington y vetado para concurrir al Congreso por el Tribunal Supremo local. Todo muy moderado.
Queda un mes justo para que los ciudadanos de Israel decidan, pues, si mantienen al rey o el trono cambia de manos.