Bélgica y la pederastia en la Iglesia: una historia de escándalo, dolor y reconocimiento
Se han probado más de mil casos y, desde 2012, se han pagado 4,13 millones de euros en compensaciones a las víctimas.
AMBERES (BÉLGICA). Irlanda, Australia, Boston y su archidiócesis... Son localizaciones tristemente emparejadas con la pederastia y los abusos sexuales por parte de miembros de la Iglesia Católica. Bélgica no se suele citar con tanta frecuencia en esa lista de la infamia y, sin embargo, el país está haciendo un verdadero exorcismo al respecto: redactando informes, homenajeando a las víctimas, pagando reparaciones.
Hizo falta que hace siete años se destapase el mayor escándalo del país para que comenzase a investigarse lo que había pasado y, en mucha menor medida, seguía pasando en determinados rincones negros de parroquias, conventos y escuelas. Según informa el colectivo De Werkgroep Mensenrechten en Kerk (Derechos Humanos en la Iglesia), en 2016 se pagaron 218.000 euros en compensaciones a las víctimas de casos que han prescrito y no se pueden perseguir ya en los tribunales. En total, desde que Bélgica vivió aquella catarsis y comenzaron a documentarse los casos se han abonado más de 4,13 millones de euros, una cifra insólita en el mundo. Cada pago oscila entre los 5.000 y los 25.000 euros.
En 20 años han salido a la luz cerca de 1.050 casos absolutamente confirmados, un centenar sólo en el último año. Una quincena de religiosos han sido condenados a penas de cárcel por sus actos.
EL HORROR SALE A LA LUZ
Fue en 2010 cuando Bélgica tuvo que mirar su peor cara en el espejo. Ese año, el antiguo obispo de Brujas, Roger Vangheluwe, dimitió de su puesto tras admitir que había abusado de uno de sus sobrinos desde que tenía cinco años y hasta los 13; más tarde tuvo que rectificar y asumir que fueron dos los familiares acosados.
"Decir que fue un mazazo es quedarse muy corta. Es como si la tierra se hubiera abierto a nuestros pies, porque conocíamos lo peor de la persona que había sido nuestro guía espiritual", reconoce Vera Bosch, una de sus parroquianas, psicóloga de profesión, fiel a Vangheluwe incluso tras su autoinculpación y quien, con los años, se ha convertido en una asesora esencial sobre abusos en colegios religiosos de la zona. "No lo podía creer, lo defendí al principio, pero la realidad me estalló en la cara: salieron más casos próximos... y una de las víctimas es de mi familia. Fue la revelación definitiva". No da más detalles.
El escándalo de Brujas hizo que la Iglesia local decidiera lanzar entonces una investigación interna para esclarecer aquellos hechos, comandada por un especialista de la Universidad Católica de Lovaina. Lo que empezó con un caso concreto se había convertido en apenas cinco meses en un dossier con 476 testimonios de abusos, acoso, persecución y encubrimiento en centros católicos de todo el país en las últimas cinco décadas. La mayoría habían tenido lugar en los años 50 del pasado siglo, con un repunte importante en los 60, para ir descendiendo y prácticamente desaparecer en los 80.
Los estamentos religiosos dijeron que se habían visto "inundados" de pruebas. "Podemos afirmar que ninguna diócesis de ningún rincón del país escapa a los abusos sexuales a menores por parte de uno o varios miembros de la Iglesia", confirmaron. Tan grave era todo que acabaron por conocer el texto como el informe Dutroux de la Iglesia Católica, en referencia a Marc Dutroux, el pederasta más famoso de Bélgica, condenado en los años 90 por haber secuestrado, torturado y abusado de seis chicas de entre los ocho y los 19 años; a cuatro de ellas las mató. Algunas víctimas de las recogidas en el informe no pudieron salir de la negrura: 13 se suicidaron y seis más lo intentaron.
Desbordadas, las diócesis crearon entonces diez puntos de contacto para que las víctimas pudieran denunciar sus casos y donde, en el caso de que su abuso hubiera ya prescrito como delito, también podían pedir una compensación económica, asesoramiento gratis mediante. Se añadió un tercer propósito: el de crear una especie de comisión "para transformar la injusticia del pasado en derecho por un futuro".
A petición del parlamento belga, se abrió además en 2011 una comisión que ha sentado las bases del arbitraje que ahora se aplica en el programa de compensaciones económicas, algo único en las cámaras de representación europeas. "La implicación política es una cuestión solidaria pero también obligada, porque en Bélgica el estado aún paga salarios y pensiones del clero, mantiene los edificios religiosos y da apoyo a escuelas y misiones", matiza Bosch.
CHICOS, DE 12 AÑOS, ESTUDIANTES
Según la investigación formal de la Iglesia, el 89% de las víctimas detectadas en este tiempo tenían menos de 18 años en el momento de los hechos y un 23% tenían menos de diez años. Hacia los 12 años era cuando más se concentraban los abusos y decaían con la pubertad, a los 15 o 16 años. El 71% de las víctimas eran chicos y el 95% de los pedófilos, hombres. De los agresores, casi la mitad ya habían fallecido en el momento de llegar al fondo de la investigación.
Habitualmente los atacantes, además obviamente de tratar con sus víctimas en las aulas, las salas de catequesis, el coro, las convivencias, los retiros espirituales o en misa, tenían un estrecho lazo con las familias de los chicos, lo que complicaba la posibilidad de delatarles.
Un 43% de los abusos se cometieron en colegios, un dato que ha sacudido a la sociedad belga. Como explica Bosch, "estos centros gozan de una gran influencia" en las ciudades del país -sobre todo en la zona de Flandes-, "tienen muy buena imagen y son elegidos incluso por familias no religiosas por sus buenos datos académicos". "Es donde se conocieron los casos de niños más pequeños, donde su voluntad se quebraba más fácilmente. Ha costado recuperar la confianza de los padres de alumnos", reconoce.
De los padres y de los creyentes en general: los escándalos de pederastia hicieron que las apostasías crecieran en el país de 66 en 2008 a 1.700 en 2010, una media que ha bajado sólo ligeramente con los años.
JUSTICIA Y REPARACIÓN
Los católicos de Bélgica, golpeados, han decidido levantarse pero sin tapar las vergüenzas de lo ocurrido. Pasó y hay que buscar justicia, reparación y transparencia. Para no repetir nunca tal atropello. El 8 de abril se declaró día nacional en memoria de las víctimas de abusos sexuales, con especial enfoque en los casos de religiosos, y se han instalado esculturas y placas de recuerdo en Amberes, Brujas y Bruselas.
En la capital europea, la víctima más antigua conocida -su caso data de 1949- descubrió hace pocas semanas el último homenaje en la basílica de Koekelberg: Esse est percipi, "Ser es ser percibido", se llama, en homenaje a la máxima del filósofo irlandés George Berkeley. La escultura, pagada por las víctimas y sus familias, es una especie de ropa bautismal, blanca y pura, que también tiene aires de mortaja, símbolo del daño pero también de la esperanza.
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Desde el Arzobispado de Amberes explican que su "empeño" en estos últimos años va más allá de símbolos como estos. "Tenemos que reconocer el daño, pedir perdón y reparar a las víctimas", resumen en su gabinete de relaciones externas. Frente a la cultura del silencio y el encubrimiento sistemático de la jerarquía eclesiástica de buena parte de los abusos, responden con su "voluntad de superar esos errores" y abrir el camino de la "reconciliación".
"Creo que hicimos lo que pudimos en estos últimos años. ¿Quiere decir esto que el trabajo está acabado? No, porque el sufrimiento de las víctimas tampoco ha acabado", alertó en el acto de Koekelberg el obispo amberino, Johan Bonny. "No debemos olvidar lo que ha pasado y lo que todavía puede suceder", añadió el arzobispo bruselense Jozef de Kesel.
Linda Opdebeeck, presidenta del grupo de Derechos Humanos en la Iglesia, estaba en aquel acto junto a otros 150 asistentes, y subió al altar en el momento de descubrir la frágil escultura. Escuchó aquellas palabras con "agradecimiento" pero insistiendo en su denuncia: "es imposible que no supieran lo que le estaba pasando a tantos chicos". Por eso insiste en la necesidad de visibilizar lo sucedido, de no desistir, aunque "afortunadamente los casos ahora son mucho menos".
Sabe de lo que habla. A ella le pasó en un colegio de Auderghem, donde un profesor religioso que le daba Francés abusó de ella varias veces por semana entre los 13 y los 17 años. "Al daño de cualquier acoso se suma el de que te lo infringía una persona que, además, te estaba traicionando, porque confiabas en su compromiso con la fe y con Dios y la Iglesia. Aún tenemos que gritar que nos duele y no renunciar a ese derecho hasta que los culpables paguen y los que sufrieron sean escuchados y compensados", indica.
Habla con respeto de los religiosos que "pelean" por erradicar a las malas yerbas-almas de entre sus filas, pero denuncia aún la tibieza de instituciones como el Vaticano. Su pelea, dice, es "global", y por eso están en contacto con otros grupos de víctimas de Europa y América Latina para encontrar mecanismos comunes de batalla. "Todos partimos de lo mismo, de una vida rota que hay que recomponer. Aquí vamos, creo, por el buen camino, pero queda mucho dolor por encauzar aún", concluye.