Bebés robados: radiografía de la represión y el negocio que tiene a 300.000 personas sin saber quiénes son
Neus Roig presenta 'No llores que vas a ser feliz', la investigación más completa hecha hasta ahora sobre este agujero negro de la historia de España.
"Yo sé quién soy", le decía Alonso Quijano -ya Don Quijote en su sesera- a su estupefacto vecino Pedro Alonso. La suya era la certeza de la locura, la de los libros de caballerías. Hay quienes levantan su vida sobre otras certezas, las de la mentira, y creen que puede decir lo mismo, que saben quiénes son y de dónde vienen. Así hay hoy en España unas 300.000 personas que creen que proceden de un hogar que, en realidad, no es el suyo, que fueron robadas cuando bebés y a las que criaron madres que sólo estuvieron embarazadas de dinero.
Son casos (300.000, 300.000, 300.000) de los que, hasta hace muy poco tiempo, ni se hablaba. Por comparación, en la dictadura militar argentina de los últimos años 70 y primeros 80 se hicieron desaparecer 500 críos, que acabaron en manos de familias que no eran las suyas biológicas. La pelea por cada uno de ellos, que el mundo conoce por asociaciones como las de las abuelas y madres de la Plaza de Mayo, ha sido hasta candidata al Premio Nobel de la Paz. En nuestro país, la primera manifestación no se convocó hasta 2012.
Aquí han pesado el miedo, la falta de información, el poder. La transición con lagunas, con hilos sueltos, el no saber por dónde empezar. Ahora, al fin, se ha tomado conciencia de lo vasto del problema y sus víctimas se organizan para batallar. Ahora, también, sale a la luz la investigación más profunda hecha hasta ahora sobre este agujero negro de nuestra historia. Se titula No llores que vas a ser feliz (Ático de los Libros) y es la tesis hecha libro de Neus Roig, doctora en Ciencias Humanas y Sociales y antropóloga, actual presidenta del Observatorio de las Desapariciones Forzadas de Menores (ODFM).
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La investigación abarca un periodo comprendido entre los años 1938 y 1996, es decir, desde que los fascistas alzados contra la II República comenzaron a dominar de forma estable entramados de cárceles, hospitales y registros, hasta que se modificó la ley de adopción en España y se garantizó la transparencia sobre la identidad de todo niño. Unas décadas en las que se pasó "de la represión al negocio". Lo que comenzó siendo una estratagema para causar más dolor y humillación a los rojos acabó siendo un trapicheo de suculentos beneficios, incluso en democracia.
Una "plaga terrible" que había que aplastar
"Fue un entramado masivo y sistemático -explica Roig en una entrevista telefónica con El HuffPost- que ha causado un sufrimiento indescriptible a quien no puede saber su verdadera identidad biológica y a quien no puede saber si su hijo falleció o no falleció realmente. Es una tortura emocional continuada", constata.
La obra, que contiene dosis de historia, antropología y derecho hilvanadas con historias de enorme humanidad, explica que las primeras víctimas de estos robos fueron mujeres republicanas, cercanas a la izquierda por ideología o por allegados (amigos, familia, trabajo), que acababan en la cárcel en zonas bajo control de las tropas de Francisco Franco. Las internas que tenían con ellas a sus niños menores de tres años, las embarazadas y las que quedaban encinta por violaciones de sus carceleros veían cómo sus pequeños desaparecían sin explicaciones. Se ha muerto. Sin saber de qué. Sin poder ver sus cuerpos. Sin tener permitido un entierro y un duelo. Así eran las cosas.
Son años en los que se despliegan, por ejemplo, los métodos del psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera, formado en la Alemania nazi, y cuyo objetivo era acabar con el "gen rojo". No apuesta por matar al diferente, pero sí por una "eugenesia positiva", una mejora de la raza que pasaba por la separación forzosa de madres e hijos del otro bando, "para liberar a la sociedad de plaga tan terrible", decía literalmente.
"Importó un modelo que entendía que, si se separaba a un niño de su progenitora no más allá de los tres años se podía reintegrar en otra familia, porque perdía la memoria de entonces. De cero a tres años se forma la personalidad, decían los nazis, y por eso importante que estuvieran con la madre un tiempo, les diera cariño, los cuidara, les diera todo lo que un bebé necesita... y luego lo daban en adopción o lo anotaban como hijo de otra familia. Los alemanes lo hicieron habitualmente con conocimiento de la madre, con adeptas, pero en España no", sostiene la investigadora.
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Era un método "efectivo" de "deshumanizar al otro", a los "inferiores", los "portadores de destrucción social", completando un trabajo que la guerra civil dejaba a medias. Al dolor físico de las heridas de sus supervivientes se sumaba el moral, el de la derrota, más el económico de la represión y el ostracismo, más el afectivo del "desmembramiento" de familias.
La guerra y su ruido ayudaban, además, a que no hubiera ni papeles ni registros de por medio. Por ejemplo, Roig rescata el relato de un hombre que busca a su hermana robada que explica cómo en 1938 su madre llevó a la pequeña al Hospital Moreno de Mora de Cádiz, porque jugando se había clavado un cristal en una rodilla. A la media hora, los médicos le dijeron que la bebé estaba muerta y echaron del lugar a la familia. No la pudieron ver. No les dieron certificado de defunción. No se la ha encontrado enterrada en Cádiz. La guerra, una estupenda cortina de humo.
Para los buenos cristianos
Roig detalla que esa separación forzosa siempre acababa con los niños en manos de familias próximas a la causa sublevada y, tras la contienda, al franquismo. "En el año 41, ya en la postguerra, una ley permite borrar todo rastro del recién nacido en los registros. Ya es más sencillo inscribirlo como hijo biológico de otra familia afín, de misa diaria, buenos cristianos, afectos al régimen", explica.
Las víctimas, más allá de la persecución aún en vigor en ese tiempo a las mujeres de izquierdas, fueron habitualmente viudas, madres solteras mayores y menores de edad, madres de familia numerosa, parturientas con gemelos ("siempre se moría el de más peso o el del sexo que los nuevos padres decidían") y, prácticamente siempre, pobres.
Gracias al Concordato firmado con la Santa Sede en 1953, se le dio "muchísimo poder" a la Iglesia Católica, que dominó desde los hospitales hasta los orfanatos, pasando por el patronato de la mujer, donde empiezan "a reprimir sistemáticamente a esas madres solteras, a quitarles niños y llevarlos a familias buenas. Ese modelo llegaría hasta principios de los 60", sostiene la autora. "O ángel o puta, no hay término medio. Siempre se mostraba el mismo discurso: o estábamos ante casos de niñas de buena familia que se habían quedado embarazadas y no podían quedarse con el niño o de putones verbeneros que iban por el mundo soltando niños, sin control. Pero no eran sólo esas mujeres las que se quedaban sin hijos", denuncia.
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Son los tiempos, escribe, en que se vio ese "rostro oscuro de la Iglesia", que compara con los escándalos de pederastia que están saliendo a la luz en los últimos años. Un poder creciente al servicio del mal que se nutría de la pobreza, del analfabetismo, del miedo, de la desmemoria de anestesias que anulaban a las madres durante cuatro o cinco días, incapaces de afirmar ya si escucharon o no llorar a su hijo, si nació vivo. A las chicas jóvenes se les obligada a renunciar a los niños; al resto, cuando les venía bien, se les decía que había muerto.
Había casos en los que se metía a la embarazada elegida en un convento o institución y la madre que iba a recibir al niño llevaba un embarazo paralelo, "una embarazada de dinero con sus cojines y la otra escondiendo el embarazo para no ser tachada de madre soltera".
Más oferta que demanda
Todo se "acentuó" cuando los ministros tecnócratas llenaron el gabinete de Franco y, con ellos, desembarcó el Opus Dei en el gobierno. "Son ellos -comenta Roig- los que empiezan a decir que un matrimonio sin hijos es como una maceta sin flores, los que presionan a los jóvenes matrimonios y los que hacen que haya más demanda de niños. El fin de la pareja es procrear, así que bajo sus exigencias, se creó un mercado asistido por la Iglesia. El estado le daba poder e inmunidad".
La adopción se empezó a plantear como un "consuelo" para matrimonios sin hijos. Unos se hacían con niños robados a sabiendas y otros, aconsejados de que era mejor registrar directamente a los críos como biológicamente propios, porque sus madres los rechazaban supuestamente. "Ellos querían adoptarme legalmente y los liaron", dice gráficamente un adulto catalán que ha conocido que fue arrebatado de su madre y que ha colaborado en la investigación.
Llega un momento, abunda Roig, en que "hay más demanda que bebés" y es entonces es "cuando empiezan a trapichear con el robo". "Un instrumento de represión se convirtió en negocio", constata. Para ello, con la modificación de la ley de Registro Civil de 1958, se dice que todo bebé que nace muerto o muere antes de las 24 horas se considera "feto" y la familia no puede intervenir, por ello, en el sepelio. "Lo controlaba todo el hospital. Con el hecho de decirle a una madre "tu bebé se te ha muerto", esa madre no podía hacer nada, absolutamente", denuncia.
¿Pero y no preguntaban, no gritaban, no trataban de saber la verdad esas madres? Neus Roig, que confiesa que acababa cada sesión con las víctimas "llorando tres horas", se indigna ante quien se haga esa pregunta a la ligera. "Es que estaban totalmente desamparadas. El médico era la máxima autoridad y no se podía ni poner un recurso por mala praxis. No se le podía contradecir. Todo empieza a cambiar en el 96, cuando se modifica la ley de adopción, que dice que todo adoptado tiene derecho a su identidad, cuando en el 99 se suprime el parto anónimo y la madre tiene que ser identificada, cuando en 2011 al fin se dice que las familias tienen el derecho de ver el cuerpo del bebé si ha nacido muerto, a darle una despedida y a hacer duelo. Eso es anteayer. Antes, todo era una maraña", se duele.
La rutina, mientras, se repetía con éxito: un niño nace, su madre apenas lo ve, lo llevan al nido, la familia lo busca y no saben dónde está, vueltas, idas y venidas, y al final la noticia de que ha muerto y mejor no verlo. A veces no hay entierro. A veces, si se llega a hacer, se mete en un niño una caja con gasas de quirófano. Mientras, como aquello ya se ha convertido en un "negocio estable", el método se perfecciona. Ya se empiezan a elegir el sexo, el color de ojos, de pelo... y, siempre, la salud.
Supuestamente, en las renuncias voluntarias, había seis meses en los que las madres podían arrepentirse, pero la autora denuncia que muchas veces se incumplía. Canastos con bebés salían en manos de monjas, camino de un taxi o un tren, y acababan en manos de las familias seleccionadas. Un acuerdo encubierto como limosnas o donativos acababa en robo de niños, con equipos médicos enteros conchabados, al servicio de la orden que dirigiera cada centro.
"Se falsificaban los papeles que fueran necesarios", sostiene la obra. Ni las pocas estadísticas que había llamaban la atención. ¿Quién iba a extrañarse si de pronto, cada año, había 15 o 16 madres primerizas de más de 50 años en Cataluña? Tan bien iban las cosas que a veces ni firmaban las actas de defunción. Hay casos rocambolescos como el de un hombre de Valencia que sospecha que su hermana fue dada por muerta que revela que un doctor le dijo a su madre que los llevase al hospital, a los dos gemelos, siendo bebés. Al final sólo llevó a la niña y dejó en casa al varón. Buscando papeles cuando se hizo adulto, para el DNI y otras gestiones, descubrió que llegó a ser inscrito como muerto. O sea, alguien preparó las actas de defunción suya y de su hermana, alguien que quería quedarse con los dos niños, pero como sólo fue una "se les olvidó devolverle a la vida". Todo se tapó como un error documental.
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Tan revelador es el libro de Roig que hasta cuenta las tarifas de venta de niños en esos años. Por ejemplo, en el 68, en Barcelona, costaba dos millones de pesetas cada bebé. "Imagina quién tenía ese dinero entonces, imagina a qué tipo de hogares fueron estas criaturas. No eran unos cualquiera", resume. En Bilbao, por ejemplo, con gente cercana al Opus, se montaron pisos en los que jóvenes embarazadas de buena familia iban a dar a luz, a 25.000 pesetas al mes. Se corrió la voz y llegaban desde toda España. También acudían mujeres sin recursos, que pagaban como internas en casas de adinerados, siempre con la condición de entregar luego el niño.
Es angustiosa su reconstrucción de las maternidades, residencias, villas y supuestas asociaciones de protección a la mujer y la infancia, que no dejaban de ser granjas de niños, en las que las mujeres entraban a pasar el embarazo y esconderse, a buscar marido y a abandonar forzosamente a sus pequeños. En Peñagrande, por ejemplo, se entregaron cartas en las que las madres supuestamente se despedían de los retoños, explicando por qué los abandonaban. De esas misivas surge el título del libro, cartas idénticas, con el hueco para poner fecha y nombre, en las que rechazan a la sangre de su sangre. Por eso, sostiene la autora, hay niños robados que, aún teniendo algo de información, se conformaron. "Mira, me escribió esta carta, ella no me quiso". Cartas y abandonos forzados de mujeres drogadas con pentotal.
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Los mismos
Muere Franco en 1975, pero el negocio continúa. Era demasiado bueno, hasta el punto de que lo copiaron en las dictaduras de Chile y Argentina. Ya no es tanta la presión religiosa, pero se ha generado un hábito que sirve a las familias pudientes y a la Iglesia, que sigue controlando los hospitales. "El médico que hacía trapicheos el 19 de noviembre del 75 es el mismo que lo hacía el 21 de noviembre del 75 y que siguió haciéndolo. La democracia no paró nada hasta que pasaron muchos años", constata la autora.
A principios de los años 80, no obstante, ocurren varios hitos: se publica el primer reportaje periodístico que destapa estas prácticas, firmado por María Antonia Iglesias y Germán Gallego para Interviú, en el que se ven bebés congelados del hospital San Ramón de Madrid que se enseñaban a los padres si insistían mucho en ver a su hijo muerto; y llega la primera condena a una monja, Asunción Vivas, por su implicación en adopciones ilegales en Zaragoza. Apenas le caen cuatro meses de arresto domiciliario.
"En el 87, se obliga a que el Estado participe en las adopciones, con una modificación legal, ya tienen que controlarlas por el tribunal tutelar de menores; en el 90 se secularizan los hospitales, las monjas no podían dirigir por el mero hecho de ser monjas, y la Seguridad Social pasa a manos de la administración central. Los hospitales, al fin, están dirigidos por equipos médicos. Con la Ley del 96 de adopción ya dice que el adoptado tiene derecho a saber su identidad, luego se declara inconstitucional el parto anónimo y la ley de registro civil de 2011 da las garantías últimas a cualquier proceso. Costó mucho", indica Roig.
Con todas estas garantías, la autora entiende que hoy es "prácticamente imposible" que se dé un robo de niños en España. Deja la puerta abierta a un "trapicheo familiar", algo "puntual", si una madre rechaza voluntariamente al crío y tiene a todo el personal médico implicado para dárselo a otra madre, pero eso sería algo "excepcional", porque "los controles son garantistas".
La reparación que no llega
Hoy, tras décadas de silencio y temor, hay 28 asociaciones que se dedican a investigar y denunciar la causa de estos bebés en nuestro país. Según la investigadora, se han puesto unas 3.000 denuncias, pero es "complicado que cuajen". Los motivos son varios. "Los primeros, las presiones. A las madres les ha dicho durante mucho tiempo que no aceptan la muerte de sus hijos y a los hijos, que son unos desagradecidos que encima que se les registró como biológicos para que no constaran como adoptados van y se quejan y tratan de buscar a quien supuestamente les abandonó". Por eso, sabe de muchos casos de encuentros que se están produciendo, pero lejos de los juzgados, previa retirada de la denuncia. Sin publicidad.
Las denuncias que sí prosperan se topan con el principal problema de la prescripción. El fingimiento de parto, la falsedad documental o la usurpación de identidad son hoy delitos que prescriben gracias a la reforma de 1995 del Código Penal, "justo antes de que saliera la ley de adopción", recuerda la antropóloga. Según las leyes internacionales, cuando una familia está al menos cinco años sin saber nada de un ser querido, se encuentra bajo "tortura psicológica". Si estas madres aguardan desde hace 30 o 40 años... "¿qué va a hacer España ante esto? ¿Archivar las causas?".
Neus Roig es partidaria de incluir estos casos de bebés robados en la Ley de Memoria Histórica en lo que respecta a lo acontecido hasta 1977 y, a partir de ahí, juzgarlos "por igual", "abiertamente", "dando respuestas". "Esperanzada" está con la llegada del nuevo director general de Memoria Histórica, Fernando Martínez López, que da la casualidad de que fue su director de tesis en la Universidad de Almería. "De este tema sabe", constata.
De momento, coincidiendo con la publicación de No llores que vas a ser feliz, se ha registrado en el Congreso de los Diputados una Proposición de Ley impulsada desde las asociaciones de víctimas, que se espera que cuente con el apoyo unánime de la Cámara y que "recoge todas las reivindicaciones históricas y que está basada en el derecho internacional", en palabras de Sol Luque, portavoz de la Asociación Todos los Niños Robados Son También Mis Niños, a Cuarto Poder.
Roig espera que su investigación ayude, que arroje luz para reparar a las víctimas y lograr nuevas identificaciones. "Al menos, ahora estamos intentando poner rojos a unos cuantos. Y no rojos de ideología. Hablo de dignidad, de humanidad y vergüenza. Todo se resume en una palabra: justicia".