Balance de los Juegos II. Jugar a perder
Ya te puedes hinchar a ganar medallas, ya, que en cuanto a la vestimenta y el aspecto físico siempre juegas a perder.
Respecto a cuestiones de calzado y vestido, me adscribo a la maestría y al magisterio de Margaret Atwood.
“El Cuerpo Femenino básico viene con los siguientes accesorios: liguero, faja, crinolina, camisola, miriñaque, sostén, ceñidor, slip, zona virgen, tacones de aguja, aro nasal, velo, guantes de piel, medias de red, esclavina, cintas del pelo, viuda alegre, plañideras, gargantillas, prendedores, pulseras, cuentas, impertinentes, estola de plumas, negro elegante, polvera, body completo de lycra con zona púdica reforzada, peinador de diseño, camisón de franela, osito de encaje, cama, cabeza”. (Margaret Atwood. Asesinato en la oscuridad)
Me ayuda a entender, que no a comprender ni a justificar, por qué se empeñan en cosificar a las deportistas y, por tanto, a comerles la moral y a entorpecer su juego. Títulos como el siguiente «Noruega se rebela contra el bikini obligatorio en el balonmano playa» lo atestiguan.
No es una novedad de los Juegos de este año. Si se consulta el Reglamento Técnico de Voley Playa de la Real Federación Española de Voleibol de 2005, es decir, el reglamento de un deporte hermano, se comprueba que es padre del actual. Son francamente «instructivos» los artículos 41 (indumentaria) y 44 (sanciones). En la tapa del de 2005, a pesar de la abrumadora presencia masculina en las imágenes y contenido de documentos relativos al deporte, no hay la imagen de un jugador sino la foto de una jugadora con media nalga al aire saltando de cara a la red, de espalda a quien mira la portada y observada por el público asistente al partido. Por eso exactamente las hacen vestir como las hacen vestir. Es perfectamente imaginable la cara —récord en lascivia— y el regodeo de los directivos mientras los perpetran.
No se comprende por qué no se deja a la libre decisión de las (o los) componentes del equipo si quieren ir con camiseta o con top, si se sienten más confortables con pantalones cortos o con slips, sobre todo teniendo en cuenta que las de atletismo visten como quieren; incluso el equipamiento puede ser diferente entre las componentes de un mismo equipo de relevos.
Recordar alguna de las tesis de la detective Kingsey Millhone, la inolvidable protagonista de las novelas de Sue Grafton, ayuda a entenderlo.
“Me calcé unos zapatos bajos de color negro para poder moverme sin dar traspiés. Tengo amigas a quienes les encanta ponerse zapatos de tacón alto, artilugios que a mí me resultan incomprensibles. Si fueran tan fabulosos, seguro que los hombres los llevarían también”. (Sue Grafton. I de inocente)
Así los hombres («los chicos», diríamos si los denomináramos y tratáramos como a las deportistas) llevan slip para jugar a waterpolo, claro, pero nunca para jugar a balonmano playa o a voley playa. Si los tops y los slips fueran tan fabulosos y cómodos, seguro que los hombres no se privarían.
O te tapas demasiado, como las jugadoras de balonmano playa (no sólo las noruegas) y entonces las han de castigar multándolas e incluso descalificándolas, o te destapas demasiado.
Como Hassiba Boulmerka, la atleta que desesperó al fundamentalismo en pantalones cortos, la cara al viento, el pelo revuelto y bien libre, corriendo y ganando la medalla de oro de los 1.500 metros en los Juegos de Barcelona. Lo pagó caro: tuvo que entrenar fuera de Argelia, sufrió un exilio temporal y agresiones continuadas en su país. Ocho años después, sin embargo, otra argelina, Nouri Merah-Benida, se adscribió a la tradición y ganó la final también de los 1.500 en los Juegos Olímpicos de Sidney.
Y no es cosa del pasado, ni tampoco sólo de mucho o demasiado poco. El flequillo de la surcoreana An San —dos medallas de oro en Tokio en tiro con arco— ha puesto de manifiesto la misoginia de Corea del Sur, país donde entre un 50 y un 75% de hombres de entre 20 y 40 años se considera antifeminista, o un 61% de hombres (y un 35% de mujeres) aprobarían que se cerrara el Ministerio de Igualdad de Género.
Vale que la ataquen porque es sospechosa, ¡horror de los horrores!, de ser feminista, ¡donde iríamos a parar!, pero que lo vean inscrito en su flequillo y bramen para que devuelva las medallas y se disculpe rebasa hasta lo ridículo y pone de manifiesto cuán necesario es el feminismo y cuál la envergadura del problema.
Quizá sería hora de repensar el lema olímpico: «Citius, Altius, Fortius», porque ya te puedes hinchar a ganar medallas, ya, que en cuanto a la vestimenta y el aspecto físico siempre juegas a perder.