Autobiografía de un cuadro de Pollock
Entrevista con la escritora australiana Angela O’Keeffe.
Un cuadro de Jackson Pollock cuenta su propia vida y la del artista que lo creó. Sí, ha leído bien, el narrador es el cuadro, no Pollock. Así es Azul noche (Alba, 2022), una novela corta de Angela O’Keeffe en torno al arte y la historia de un país: Australia. El libro, lleno de sensibilidad, gustará a quienes han sentido o temen sentir el síndrome de Stendhal: verse desarmado y conmovido por la contemplación de una obra de arte.
¿De dónde le vino la inspiración para encontrar una voz narrativa tan peculiar?
Estaba escribiendo una historia sobre una familia que discutía sobre Postes azules de Jackson Pollock en una mesa de comedor. El relato no estaba saliendo muy bien. Todo me parecía inerte; lo único que tenía algo de vida era Postes azules. Leí sobre la obra, cómo se creó y cómo Pollock daba vueltas alrededor del lienzo cuando la pintó. Él afirmó en una entrevista: “El cuadro tiene vida propia”. Me lo tomé como una invitación para imaginar esa vida.
Por aquel entonces, estaba leyendo El museo del amor moderno de la escritora australiana Heather Rose, que trata sobre la artista Marina Abramovic. La narradora de la novela es la musa de la artista. Una mañana reflexioné sobre qué pasaría si la pintura contara la historia. Me pareció apasionante y bastante lógico. Fui a mi estudio y escribí los primeros párrafos de lo que después sería Azul noche. La voz estuvo ahí desde ese día, casi como si hubiera estado esperándome.
Ha dicho en una entrevista que le hizo bien olvidarse de la clásica dicotomía entre mostrar y contar. ¿Cómo se consigue eso?
En la universidad se tenía la idea de que mostrar era mejor que contar y eso me confundió durante un tiempo. En la novela, la voz del cuadro es tranquila, aunque de una forma engañosa; teniendo eso en cuenta, descubrí que podía usar el acto de contar como una especie de interrupción de lo que se estaba mostrando.
La novela es muy sensorial: Australia huele a eucaliptos y destacan colores como el azul oscuro, el malva y el marrón anaranjado. ¿Trabajó este aspecto de manera específica o fue algo natural?
Surgió con naturalidad. Una vez que encontré la voz, es decir, cuando permití que la pintura contara su propia historia, me sentí como si tuviera una responsabilidad dentro del cuadro. Tenía que ser respetuosa y no asumir nada (debía hacer preguntas, escuchar, etcétera). De esa forma podría encontrar el modo de “ser” de la pintura. Me di cuenta de que el cuadro tenía que ser sensual, ya que la pintura es una experiencia sensual, sobre todo por la manera de pintar de Pollock, desde el suelo, a veces descalzo, con gestos que revelaban su propio ser, su propia vida. En la primera página del libro, la pintura se huele a sí misma cuando Pollock abre un bote de pintura, antes de que en realidad llegue a ser lo que es.
La crisis constitucional australiana de 1975 fue un día después de la muerte de Franco y usted culpa, al menos parcialmente, a la reina, ¿no es así?
El gobernador general, que es el portavoz de la reina, destituyó a un gobierno democráticamente elegido. Todavía hay muchos australianos que sienten esto como algo muy injusto. El gobierno de Gough Whitlam tuvo una legislatura muy corta, pero cambió el país a mejor. Fue un cambio profundo. La controvertida adquisición de Postes azules fue parte de ese cambio; la compra era una jugada visionaria para algunos, pero para muchos fue un desperdicio de dinero para los contribuyentes. En la actualidad, casi cincuenta años después, el cuadro vale mucho más de lo que costó y ha dejado de ser polémico. Esto es parte del legado de Whitlam y habría que estar orgullosos.
La novela pivota hacia el feminismo y trata figuras como las de Lee Krasner y Helen Frankenthaler. ¿Quería hacer justicia a través de la ficción?
Supongo que sí. No me disponía a hacer eso, pero cuando investigué, resultó bastante obvio que para escribir sobre Lee y Helen necesitaba abordar el desequilibrio de poder entre hombres y mujeres en el mundo artístico. Aun así, tenía que ser una parte natural de la historia. Supe que conseguiría algo así con el personaje de Alyssa. Cuando supe que a ella no le gustaba Pollock, y por qué no le gustaba, las cosas cayeron por su propio peso. Leí sobre cómo Lee se enteró de la muerte de Jackson mientras ella estaba con amigos en París, y supe que quería escribir esa escena en el libro. Creía que era importante explorar o imaginar su vida interior en esos momentos. De hecho, esa es una de mis escenas favoritas del libro.
He sentido la soledad del cuadro al leer la novela y supongo que como autora ha logrado cruzar el puente entre el arte y la vida.
No creo que realmente haya una separación y ahí radica el misterio, la magia.