Austria culmina la derechización europea
Las elecciones austriacas de ayer no eran unas elecciones más. En cierta medida venían a cerrar un intenso año electoral decisivo en la configuración del futuro inmediato en Europa. Un ciclo que había tenido como antesala precisamente las elecciones presidenciales de este país, cuya segunda vuelta hubo que repetir en diciembre de 2016, para posteriormente enlazar las elecciones holandesas en marzo de este año con las presidenciales y legislativas francesas entre abril y junio, las alemanas en septiembre y, finalmente, las parlamentarias austriacas de ayer. Un año electoral que ha servido como test de estrés para la UE en su sesenta aniversario, pero también como barómetro para medir la pujanza electoral de la extrema derecha europea después del Brexit y de la victoria de Donald Trump. Un examen que ha consolidado varias tendencias europeas: por un lado, un marcado giro hacia la derecha del arco político en la práctica totalidad de los países centrales de la UE; por otro, la crisis profunda del modelo de alternancia (o turnismo bipartidista) nacido tras la II guerra Mundial, y en especial de su pata socialdemócrata.
Con los resultados de ayer, Austria le ha gritado al mundo que no es una excepción, sino parte fundamental de la actual tendencia electoral y política que vive Europa. Los conservadores del ÖVP vencen, asumiendo gran parte del programa y del discurso del ultraderechista FPÖ, que obtiene la tercera plaza a pocas décimas de un partido socialista el SPÖ tan alejado del poder como de los ideales socialdemócratas de los que hizo gala durante décadas. Todo ello en un parlamento cada vez más derechizado y menos plural, donde apenas aguantan dos partidos minoritarios, la izquierda no comparece y los Verdes se hunden hasta salir del hemiciclo. Este último no es un detalle menor si recordamos que el actual presidente del país es el verde Alexander van der Bellen, que no contará con ningún diputado de su grupo en la cámara legislativa. Otra derivada del terremoto político que vive Europa.
Queda por ver qué forma adoptará finalmente la composición de la cámara salida de los comicios de este domingo. Pero si hacemos caso a las palabras en la misma noche electoral del vencedor y candidato del ÖVP, Sebastián Kurz, la gran coalición saliente entre populares y socialistas "es una fórmula agotada". Lo que presagia una posible repetición de la alianza entre derecha y ultraderecha (ÖVP-FPÖ, popularmente conocida como coalición "negro-azul") que ya conoció Austria a principios de siglo tras el segundo puesto obtenido por Haider en 1999 y las seis carteras ministeriales que ostentó el FPÖ en la legislatura siguiente.
Entonces, la entrada de la ultraderecha en el gobierno generó un fuerte rechazo internacional y fue tachada de "cataclismo político". Aunque la UE como tal se abstuvo, varios Estados Miembros impusieron sanciones políticas al gobierno austríaco. Hoy, casi dos décadas después, repetir algo así parece tan lejano como improbable. En estos años las élites europeas parecen haber normalizado la presencia de la ultraderecha. No hace falta sin embargo recordar qué efectos devastadores tendrían para millones de personas alejadas de esos despachos y centros de poder que un nuevo socio ultraconservador se sumase a esa 'Internacional Reaccionaria' que cabalga por Europa Central de la mano de Orbán en Hungría, Andrzej Duda en Polonia y la factible elección inminente del multimillonario racista Andrej Babis como probable próximo primer ministro en la República Checa.
Pero la presencia parlamentaria de la extrema derecha en Austria ni es nueva ni responde a un fenómeno reciente. Ya en las elecciones de 1949, la Liga de los Independientes, partido predecesor del FPÖ impulsado por cuadros y militantes nazis que habían apoyado el proyecto de anexión de Austria a la Alemania del Tercer Reich, recogió un nada desdeñable 11,7% de los votos. Sin embargo, el gran revulsivo del FPÖ llegó medio siglo después de la mano de Jörg Haider. Con su llegada a la jefatura del partido comenzó el despegue electoral en paralelo a nueva impronta basada en un discurso que mezclaba nacionalismo, populismo y xenofobia. Una fórmula que miraba de cerca y seguía los pasos de las mutaciones que ya entonces vivía el FN francés.
El ayer ganador de las elecciones, el jovencísimo ministro de Exteriores Sebastian Kurz, fue elegido como candidato y secretario general del Partido Popular Austríaco (ÖVP) con el objetivo principal de frenar al FPÖ y permitir así a su partido seguir liderando el lado derecho del parlamento austríaco. En estos meses ha conseguido remontar en las encuestas anunciando el fin de la gran coalición que tantas veces ha regido la vida política austríaca en las últimas décadas (lo cual, junto a su edad, le ha permitido presentarse como un soplo renovador en la escena nacional), mientras prometía un agresivo programa de reformas neoliberales y una aceptación creciente del marco de xenofobia política planteado por el FPÖ.
Así ha sido cómo el freno a la inmigración, la protección de las fronteras, la amenaza de la radicalización islámica (en Austria viven 700.000 musulmanes) y la crítica a los costes del amplio sistema de ayudas sociales del país han dominado los debates de la reciente campaña. El ÖVP de Kurz ha optado en todos esos temas por una línea dura con la que buscaba disputarle los votos a su contrincante de ultraderecha y candidato del FPÓ, Heinz-Christian Strache. Pero, sobre todo, Kurz ha conseguido representar una xenofobia institucional bajo un estilo juvenil e informal. Con ello no solo ha logrado arrebatarle una parte del electorado al FPÖ, sino también y sobre todo hacer girar el conjunto del arco parlamentario austríaco hacia las posturas de la ultraderecha, consiguiendo que miles de personas que no apoyarían a la extrema derecha, sin embargo han votado por un partido conservador con un programa de derecha radical en gran medida copiado de su contrincante.
Así pues, y aquí radica la conclusión más relevante y preocupante de estas elecciones, es que ha sido todo un sistema político y un parlamento nacional el que se ha desplazado hacia la derecha más reaccionaria del continente. Este domingo se culminaba un proceso de años en el que tanto el partido conservador victorioso, como la socialdemocracia ahora en segundo lugar, han ido incorporando y promoviendo progresivamente y bajo fórmulas diversas, el enfoque xenófobo y racista del FPÖ. Y todo ello sin que este intento de "quitarle el agua" al FPÖ haya mermado en absoluto sus opciones electorales. Todo lo contrario: la aceptación del marco programático y discursivo de la ultraderecha por parte del bipartidismo no ha hecho más que normalizar unas posiciones que hasta hace poco eran tachadas como inasumibles, logrando desplazar el centro sobre el que pivota el sistema político austríaco aún más hacia la derecha.
Porque no solo en votos se mide el éxito de la extrema derecha austriaca, sino también y sobre todo en su éxito a la hora de conseguir que posiciones identitarias, excluyentes y punitivas se hayan trasladado desde la marginalidad hasta el mismo centro de la arena política, condicionando hoy buena parte del debate público. Entre o no finalmente en el gobierno, el FPÖ ya ha ganado al lograr normalizar sus postulados xenófobos e islamófobos y convertirlos en el marco del debate público. Un proceso que hace años se conocía en Francia como "lepenización de los espíritus" y que hoy recorre casi toda Europa. Y, desde ayer, también Austria.
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