Así nació 'Una mujer no muere jamás'
La novela nos traslada al Madrid y Bilbao franquistas de una historia llena de secretos que reivindica el papel de las mujeres en la época más convulsa de la historia de España.
Desconfíen del autor que sepa relatar exactamente cómo escribió su obra. Puede que haya producido algo, y que tenga forma de libro pero si de verdad ha escrito una novela lo más probable es que se enrede en extrañas explicaciones: la historia que crece sola y la de los personajes que cobran vida propia imponiéndose al autor o la de ese insoslayable avance de la ficción que parece superior a la persona que la desarrolla y que acaba con ella extenuada y pocas veces feliz.
Esas confesiones que suenan estrambóticas suelen contener la verdad. Una novela es un parto de algo cuya génesis el propio autor desconoce. Una de las protagonistas de Una mujer no muere jamás, la joven Lara, lo intenta expresar así: “Es angustioso, como si una historia hubiera germinado en mi hígado o en mi bazo y estuviera creciendo libremente entre mis órganos hasta el punto de que estos se tienen que apartar y no podrán volver a su lugar hasta que yo la extirpe escribiéndola. No estoy loca ¿no?”. Posiblemente lo esté, como todo el que seriamente se entrega a la escritura.
No sé cuando comenzó a gestarse en mí esta historia sobre los destinos comunes de las mujeres, puede que lo hiciera en mi infancia o en tantos años vividos como mujer o puede que se instalara definitivamente cuando murió mi madre hace ya varios años. Tal vez a la par que fui notando como su ausencia la hacía estar cada vez más viva en mi interior, me fui dando cuenta de que había un río de experiencia común entre su mundo de mujer marcada por la falta de libertad del franquismo y el de todas las generaciones que hemos venido después.
Sí sé con precisión en qué momento toda esa maceración de sentimientos, de certezas y hasta de injusticias se puso en marcha. Sí sé cuándo encontré el detonante de esta historia. Fue desayunando, mientras leía la prensa, como hago cada día. Encontré un titular local sobre una mujer, “la amante del arquitecto” rezaba, que había aparecido momificada en su casa muchos años después de su muerte. Dos cosas eran inquietantes, una provenía del pasado ¿cómo es posible que una persona desaparezca y esté tan sola que nadie, ni su banco, ni sus proveedores, ni sus vecinos, la echen en falta?
La otra era un escupitajo del presente: ¿cómo que la amante del arquitecto? Esa mujer ¿no era nadie, no fue nadie? Dice Lara en la novela: “La desconocida había sido la amante y podía haber sido la esposa (…) o la pareja o la hija o la madre de alguien que la convertiría en una oración subordinada. Siempre acompañando vidas sin poder tejer la esencia de la propia”. Así que decidí darle una historia, crearle una vida, construirla y construir a la vez un relato del flujo de la vida de las mujeres.
Nada de lo que sucede en la novela tiene que ver en absoluto con ese destello que me impulsó a sacarla de mí. Así de raro es esto de novelar. El libro tiene mucho que ver con esa sensación de que las jóvenes y libres generaciones de ahora siguen arrastrando algunos de los lastres de sus madres y de sus abuelas, pero también de la certeza de que han recogido los legados de sus luchas y de que tendrán que pasarles el testigo a quienes vengan detrás. Lara es una joven periodista recién divorciada que se busca a ella misma mientras cree investigar quién era y qué le pasó a Maixabel, la mujer a la que nadie reclamó, la amante del arquitecto.
Una mujer no muere jamás trata también sobre la libertad de las grandes ciudades y sobre la pesada opresión de las comunidades pequeñas y es un canto a la libertad de una gran urbe como Madrid siendo, a la par, mi novela más vasca. Puede que esto también tenga su razón de ser.
Un par de meses antes de morir, mi ama me pidió que intentara hacer el árbol genealógico de su familia, todos tan vascos como ella. Lo logré gracias a la digitalización de los libros de todas las iglesias vascas, que permite consultarlos en la red, y me quedé con la sensación de haberme perdido muchas cosas sobre esos orígenes y sobre esas historias de unos antepasados cuyos nombres y apellidos conocía pero cuyos devenires eran un misterio.
Me encantan los misterios aunque sólo para intentar descifrarlos. Así que aquí surgen en la novela en forma de mitos y de costumbres y de hablas que son las que me vieron crecer y que son patrimonio de todos, por mucho que las hayan querido o aún las quieran borrar. La obra es también mi canto de amor a esa patria recia y bella que es la de mis ancestros.
En medio de todo esto me enamoré de ellas, de Maixabel y de Lara. Maixabel fue creciendo en mí con toda la fuerza de su libertad, en un país oscuro y ensañado con las mujeres, y se desplegó con toda la rebeldía que siempre ha existido en algunos seres privilegiados. Una mujer no muere jamás es una novela poblada de mujeres, de la visión de las mujeres, de la vida y de la voz de las mujeres. Era eso exactamente lo que quería escribir: una historia hermosa, una historia de mujeres, una historia de las mujeres. Una novela en la que los hombres atraviesan hasta que tenemos claro cuánto les entregamos de nuestra libertad o cuánto conseguimos deshacerse de esos lazos y para llegar a ser nosotras mismas. Mujeres jóvenes, mujeres ancianas, mujeres luminosas y mujeres oscuras. Los personajes de este libro son mujeres inolvidables que ya, convertidas en sustancia literaria, no morirán jamás, tampoco en la mente de los lectores.