Así funcionan las elecciones en Estados Unidos
Guía para entender los comicios del 3 de noviembre, en los que Donald Trump (republicano) y Joe Biden (demócrata) se disputan la Casa Blanca.
Estados Unidos vota y el mundo contiene la respiración. Con permiso de China, con permiso de Rusia, sigue siendo la mayor potencia del mundo y todo lo que allí ocurre ocupa y preocupa. Y, como cada cuatro años, surgen las preguntas clásicas sobre el proceso de elección: cómo se criba a los candidatos, quién vota, cómo es el recuento, cómo se elige, en fin, al inquilino de la Casa Blanca.
A continuación tienes una guía rápida para entenderlo todo... siempre que Donald Trump no saque de nuevo los pies del tiesto y entonces ya no se entienda nada.
Qué se vota
El presidente de EEUU se elige para un período de cuatro años, una legislatura similar a la española. Desde el año 1951, cuando se añadió una enmienda a la Constitución, ya no puede ejercer más de dos mandatos, un intento de que nadie se perpetúe en el poder. El calendario de las elecciones se definió poco después de la independencia de EEUU y se ha mantenido hasta la actualidad, una verdadera marca propia dentro de las democracias occidentales.
A quién se vota
Antes de proceder a la elección presidencial hay un paso previo obvio: hay que elegir a los candidatos de cada formación. Se hace a través del proceso de primarias de cada partido, que se celebran a lo largo del primer semestre del año en los diferentes estados del país, y que fomenta la competitividad entre aspirantes y la igualdad de oportunidades en la pugna.
Con el resultado de las primarias (que pueden tener también forma de caucus) se elige al candidato a la presidencia del país, que participará en la elección de noviembre frente al nominado del partido contrario. En el caso de este 2020, Donald Trump, actual mandatario, repite como candidato del Partido Republicano (el del elefante) junto a su vicepresidente, Mike Pence, y Joe Biden, exvicepresidente en la Administración Obama, es el elegido por el Partido Demócrata (el del burro), acompañado de la senadora Kamala Harris como aspirante a número dos.
No son los dos únicos partidos que existen en EEUU, pero sí los únicos capaces de gobernar, a años luz de los demás, sin necesidad de buscar alianza alguna o sumas a la europea. Hace cuatro años, por ejemplo, concurrieron también a las urnas el Partido Libertario, el Verde y varios independientes.
Cuándo y cómo se vota
Las elecciones norteamericanas siempre tienen lugar el primer martes después del primer lunes del mes de noviembre de los años bisiestos y de los divisibles por cien. Esta curiosa decisión sobre la fecha se tomó en función de la organización y costumbres de la época (la Carta Magna es de 1787). Todo tiene una razón: se optó por el mes de noviembre porque está en mitad del otoño, aún no es invierno, habían pasado las principales campañas agrícolas y el transporte ya era más sencillo. Y se puso el primer martes después del primer lunes para evitar celebrar las elecciones el día 1, que es el día de Todos los Santos.
Es el primer lunes después del segundo miércoles de diciembre cuando los electores del Colegio Electoral —esto es, es el cuerpo de compromisarios electos encargado de elegir al presidente y al vicepresidente— emiten formalmente sus votos. El ciclo se cierra en enero. El 6, día de Reyes, el Congreso recibe los votos electorales de los estados, los recuenta y certifica el resultado. Y el 20 de enero, al fin, se celebra la ceremonia de investidura. El presidente jura el cargo en las escaleras del Capitolio ante el presidente del Tribunal Supremo e inicia oficialmente su mandato.
Así se elige al presidente
El 3 de noviembre, los ciudadanos estadounidenses mayores de 18 años registrados como votantes tienen que elegir a los compromisarios que, en su nombre, votarán al presidente de la nación, mediante un sistema de colegios electorales. Sí, el voto de los norteamericanos no es directo, son los compromisarios o electores dentro de cada estado quienes emitirán votos electorales, como representantes del pueblo, en última instancia.
Para ganar las elecciones, el candidato que sea deberá obtener una mayoría absoluta de esos votos electorales, que no siempre coincide con el voto popular. De ahí polémicas como la de la última cita electoral de 2016, cuando la demócrata Hillary Clinton fue la más votada en términos generales, pero Trump la superó en los colegios y se quedó con el cargo.
Los compromisarios o electores, los representantes designados dentro de cada estado para emitir el voto electoral que definirá quién es el presidente, son 538 en la actualidad. Un número equivalente al número de diputados de la Cámara de Representantes (435) más el número de Senadores (100), más los tres delegados de la capital, Washington, D.C.
Los compromisarios se distribuyen entre los 50 Estados y el Distrito de Columbia, juntos formal el Colegio Electoral y cada uno de ellos emite un voto electoral. La mayoría de los estados conceden todos sus votos electorales al candidato que gana la mayoría absoluta de los votos populares (el voto del ciudadano) en el estado. Las únicas excepciones a esta regla mayoritaria son Nebraska y Maine, que distribuyen el voto electoral de forma proporcional entre cada candidato de acuerdo con el porcentaje de votos populares obtenido. Pasadas las elecciones, los compromisarios de cada estado se reúnen en las capitales de su estado para emitir formalmente su voto electoral, que se envía a Washington, D.C. para que sea certificado por el Congreso.
El dilema del voto popular y el voto electoral
Debe ser desolador: ganar las elecciones si contamos cada voto de cada ciudadano pero, pese a ello, quedarte fuera de la Casa Blanca porque no tienes los votos suficientes de los representantes del pueblo. Muy fresco tenemos el caso de Hillary Clinton: en los comicios de 2016, Trump logró 304 votos electorales (62.984.828 de ciudadanos), frente a los 227 de Clinton (65.853.514 populares, un 2% más). Y se quedó compuesta y sin presidencia. Pero esto no es algo nuevo, ya ocurrió en cuatro ocasiones previas.
De recuerdo reciente es también el caso del año 2000, cuando George W. Bush fue elegido presidente con 271 votos electorales y gracias a la adjudicación de los votos del estado de Florida, tras una impugnación y recuento que copó los titulares del mundo entero. Aunque Al Gore, su adversario, obtuvo casi 450.000 votos populares más, sólo llegó a 266 votos electorales sin el apoyo de Florida. Otro chasco para los demócratas.
Según explica el explica el Hispanic Council, hay que remontarse muy atrás para dar con casos similares, en 1824 (John Quincy Adams fue elegido presidente, aunque el General Andrew Jackson obtuvo 38.000 votos populares más), en 1876 (Rutheford B. Hayes obtuvo el apoyo casi unánime de los estados pequeños y resultó elegido presidente, a pesar de que J. Tilden consiguió 264.000 votos populares más que él) y en 1888 (Benjamin Harrison fue elegido presidente con menos votos populares que Grover Cleveland. Los votos de este último provenían casi en exclusiva del sur, por lo que el sistema cumplió su misión de prevenir la victoria de un candidato apoyado sólo por una región del país).
Quién gana
Después de esta cadena de primarias, voto ciudadano y voto electoral, lo que queda es fácil: gana las elecciones el candidato que alcance los 270 votos electorales.
Cómo se resuelve un posible empate
¿Y si ningún candidato obtiene la mayoría de los votos electorales? La decisión de elegir al presidente pasa entonces al Congreso, según la Enmienda 12 de la Constitución. La Cámara de Representantes elige al presidente entre los tres candidatos más votados de los comicios. Luego, cada delegación estatal en la Cámara tiene un voto. Finalmente, es el Senado es quien elige al vicepresidente de entre los dos candidatos más votados.
Esta rocambolesca situación se ha dado ya en dos ocasiones, en 1801, con el empate entre Thomas Jefferson y Aaron Burr, que necesitó de 36 votaciones seguidas para deshacer el nudo -en favor del primero- y en 1825, con el choque John Quincy Adams-Andrew Jackson, que se acabó llevando el primero en un proceso bastante menos farragoso.
¿Puede haber ‘tamayazo’ a la americana?
Sí, se puede dar el caso de que el compromisario de turno no vote por el candidato de su partido, por el cual tendría el compromiso de votar de acuerdo con el resultado de la elección popular y las normas de distribución del voto electoral de su Estado correspondiente. La Constitución no impone una disciplina de partido, pero 29 estados y el Distrito de Columbia piden lealtad a sus electores y cinco estados más prevén sanciones para electores desleales, que van desde multas de 1.000 dólares hasta condenas por delitos, directamente. No obstante, nunca se ha penalizado a ningún elector desleal en la historia de EEUU.
No han sido muchos en todos esos años, apenas 10 compromisarios. Y en ninguno de los casos se acabó modificando el resultado de una elección ni torciendo la voluntad de los ciudadanos.