Así es Amy Klobuchar, la sorpresa demócrata en Nuevo Hampshire
Abogada y fiscal, senadora por tres mandatos seguidos, es una de las dos favoritas del 'NYT', que basa su propuesta en la “moderación experimentada” y el "pragmatismo"
Otra outsider que se luce por sorpresa en las primarias del Partido Demócrata de EEUU. Se llama Amy Klobuchar, tiene 59 años, es de Minnesota y se está ganando a la gente de su partido con su discurso de “moderación experimentada”, de “pragmatismo y trabajo”, dicho en sus propias palabras.
En el polémico proceso de Iowa se acabó imponiendo el exalcalde Pete Buttigieg, pero en su caso el ascenso no ha sido tan de campanillas: en Nuevo Hampshire, Klobuchar ha conquistado un 20% de los sufragios, tras el senador Bernie Sanders (ganador con el 25,7%) y el propio Buttigieg (segundo, con el 24,4%). Aún así, disfruta estos días de su imagen de estrella rutilante, teniendo en cuenta que ha metido cabeza entre los tres primeros, por delante de pesos pesados como el exvicepresidente Joe Biden o la senadora Elizabeth Warren. No es cosa menor.
Amy Jean Klobuchar (Plymouth, Minnesota, 25 de mayo de 1960) tiene ya una larga carrera a sus espaldas, de la que hace gala para apuntalar su imagen de mujer curtida y con capacidad de gestión. Senadora por su estado desde 2006, ha revalidado sus mandatos en 2012 y 2018, alcanzando hasta 24 puntos de ventaja sobre sus rivales republicanos. Una “estrella emergente” de los demócratas, como la llamó la CNN hace cinco años, y una de las dos candidatas -junto a Warren- que dividen el corazón del prestigioso The New York Times como favoritas para derrocar a Donald Trump, el actual presidente.
Procede de una familia de abuelos emigrantes, eslovenos los paternos, suizos los maternos, hija de un exdeportista y columnista de prensa y de una maestra. Su infancia estuvo marcada por el alcoholismo de su padre, constantemente metido en líos, y el divorcio final de la pareja, a sus 15 años. De ahí que ahora uno de sus principales planes sea pelear contra las adicciones, de alcohol o de drogas, y mejorar el sistema de atención a enfermedades mentales. Los sufrió en carne propia.
Superó esa crisis familiar hasta llegar a lo más alto en sus estudios: se licenció cum laude en Ciencias Políticas en la Universidad de Yale y en Derecho en la de Chicago. En los dos campus comenzó a implicarse con las actividades de las juventudes demócratas, además de coordinar publicaciones escolares y ganar premios a la excelencia académica.
Al acabar su formación, trabajó en dos bufetes como abogada, especializada en derecho de las telecomunicaciones, y en ese tiempo tuvo su primera incursión en la política, de forma indirecta: al dar a luz a su hija Abigail, se vio obligada a abandonar el hospital 24 horas después, para liberar camas, pero nadie reparó en el cansancio de la madre y, peor aún, en que la niña nació con un problema por el cual no podía tragar. La mala experiencia llevó a Klobuchar a comparecer ante la Legislatura del Estado de Minnesota abogando por un proyecto de ley que garantizara a las nuevas madres una estancia hospitalaria de 48 horas. Minnesota aprobó dicho proyecto de ley y luego el presidente Bill Clinton luego hizo una norma federal tomando su pelea como base.
Poco después, aprovechando sus cercanías con los demóctaras y la baja de un candidato se convirtió en 1998 en fiscal del condado de Hennepin, el más poblado de Minnesota. Su buen trabajo la encumbró hasta la candidatura al Senado, que ganó en 2006, convirtiéndose en la primera mujer en lograr el puesto en su estado. Fue repitiendo victorias, cada vez con mejores datos, por su “entrega”, dice, participando en una decena de comisiones a la vez.
Especialmente conocida empezó a ser en 2016, cuando se implicó de lleno en la investigación de la llamada trama rusa, la supuesta intervención de Moscú en las elecciones de EEUU en beneficio de Trump. De entonces, también, le viene cierta crítica de llevarse bien con los republicanos, porque llegó a hacer un viaje a los estados bálticos y Ucrania con los republicanos John McCain y Lindsey Graham.
Jugó un papel especialmente destacaddp en las acaloradas audiencias de confirmación del juez de la Corte Suprema Brett Kavanaugh, extremadamente cercano a los conservadores. Entonces, en 2018, preguntó al juez si alguna vez había estado borracho. “No lo sé. ¿Y tú? Preguntó el juez, repitiendo la pregunta agresivamente. “No tengo ningún problema con la bebida”, respondió con calma la senadora. Minutos antes, ella había hablado sobre las luchas de su padre con el alcoholismo. Su temple y su pesar fueron muy aplaudidos y Kavanaugh tuvo que disculparse.
Esta defensora de Barack Obama y Hillary Clinton también ha saltado a los medios por sus complejas relaciones con sus empleados en el Senado. Ha sido acusada varias veces de intimidar a su personal con gritos y malas maneras. Se habla de una carpeta que fue volando contra la cabeza de un asesor o de cómo usó enfadada un peine en vez de un tenedor porque no se lo habían facilitado y luego lo mandó lavar. Klobuchar tuvo la tasa anual de rotación de personal más alta de todos los senadores, del 36%, entre 2011 y 2016. ”¿Soy una jefa dura a veces? Sí. ¿He presionado demasiado a la gente? Sí”, reconoció ella misma, tras las diversas informaciones del Huffpost USA, Buzzfeed o Politico.
Su ideario
No lo oculta: ella no es una revolucionaria ni una socialista, como llama a algunos de sus adversarios en la campaña demócrata a la Casa Blanca. Todo el rato habla de centro, de moderación, de trabajo constante y de cambio, pero sin ruidos. Sus principales ataques a los demás aspirantes vienen de la edad: a uno por demasiado joven, a otros por demasiado viejos. Su discurso tiene el problema de no diferenciarse demasiado de hasta tres de ellos: Buttigieg, Biden y Mike Bloomberg, el multimillonario que va por libre en las primarias y caucus.
Por ahora, ha presentado un plan de 100 medidas para sus primeros 100 días de gobierno, entre las que plantea que se aumente el salario mínimo a 15 dólares la hora, que se exija que las empresas que cotizan en bolsa divulguen todos los gastos políticos de más de 10.000 dólares a sus accionistas, “proponer una inversión histórica en el sistema educativo de Estados Unidos” (sin más detalles), extender los beneficios para veteranos a sus bebés o restaurar el Plan de Energía Limpia, un conjunto de protecciones ambientales de la era Obama.
Sin embargo, ha dicho enfáticamente que el Green New Deal, el plan verde más ambicioso entre los demócratas, le parece excesivo, y que hay que actuar con moderación contra el cambio climático empezando, por ejemplo, por volver a los Acuerdos de París, de los que Trump se salió. Lo mismo le pasa con la protección sanitaria: Medicare ampliado, vale, pero pan para todos, como dicen Sanders o Warren, no.
Ahora su pelea inmediata es por mantenerse en la terna de favoritos, algo complicado porque Warren es la que lo ostenta desde hace más tiempo (y las encuestas le dan ese escalón como consolidado), porque no dice mucho diferente a demasiados candidatos hermanos, y porque por delante vienen primarias en estados donde los que hoy parecen moribundos tienen enormes aspiraciones. Para ello, avisa la prensa local, tendrá que ser más concreta en sus apuestas y más vehemente (ataques a la edad aparte).