'Asamblea'
La película equivale a acompañar a sus protagonistas en este maremágnum emocional que resulta al combinar personas en estado de ebullición.
La vida se parece al cine y el cine a la vida. Esto es así, ambos se retroalimentan y, por ello, no es difícil encontrar películas que parezcan hablar de nuestra realidad. Otras muchas veces, esas cintas nos hablan a nosotros mismos, revelándonos verdades incómodas que dosifican mientras nos transmiten su mensaje a las claras, a bocajarro.
Asamblea (2019), la opera prima de Álex Montoya, es una de esas películas que se embrollan del modo en que solo la vida es capaz de hacerlo. Versión cinematográfica de la obra teatral La Gent, escrita por Juli Disla y Jaume Pérez, en ella se propone un viaje sin miramientos a nuestra forma de encarar la vida. Es una crítica, obviamente, pero su tono no parece crítico, al contrario, su discurrir simula ser arbitrario, del modo en que lo es una simple conversación.
Como el propio título indica, se trata de una asamblea. Pero no gubernamental ni tan siquiera formal, sino una reunión de los trabajadores de una empresa cuya labor se esquiva. Tampoco conocemos el nombre de la firma, la labor de cada empleado y, mucho menos, el motivo de su enfado corporativo. La única información de la que disponemos es que un grupo de trabajadores se enfrenta a la política de su organización y desean mostrar enérgicamente su oposición. Pero, para ello, se debe firmar con urgencia la propuesta de texto definitivo del concierto. Solo eso, sin más.
Ese es el objetivo de Josep (Francesc Garrido) y de Elena (Cristina Plazas), los organizadores de esta asamblea en un local en el que también está Tosca (Greta Fernández) la hija de Josep. Poco a poco van llegando los participantes, una decena en total, de entre los que destacan Nacho Fresneda, Marta Belenguer, Lorena López, Jordi Aguilar, Irene Anula y Abdelatif Hwidar.
El calor es asfixiante, están a las puertas del verano y el texto debe ser firmado. En el transcurso de una tarde, y haciendo alarde de un sentido democrático ejemplar, esta decena de almas deberán ponerse de acuerdo en el método a utilizar. Porque todos ellos están al mismo lado de la discusión, lo que no obsta para que no surjan divisiones en el modo de afrontar su pelea conjunta.
Con cortesía y siguiendo un estricto orden desordenado, cada participante aportará su punto de vista acerca de su posición con respecto al conflicto. Todos tienen razón, todos tienen sus derechos y, con el paso del tiempo, todos tienen hambre. Pese a la aparente comunión, las perspectivas van posicionándose hacia los extremos, en un crescendo que llega a límites insospechados.
Pero los movimientos de estas diez personas, que apenas se levantan de su asiento en todo el metraje, y que parecen transitar hacia una dirección difícil de reconducir, son humanos a fin de cuentas, y así comparten preocupaciones, miedos, aprensiones e incluso sueños, lo que no significa que sepan afrontarlo con la misma pericia, ni siquiera similar. Esto tampoco implica, y ahí está la clave, que no puedan conseguir consenso. Es solo cuestión de disposición y semántica.
Asamblea no es solo la primera película española que tuvo que estrenarse en una plataforma digital por esta distopía en la que se ha convertido nuestra rutina, sino que es una de las cintas que mejor refleja el valor de la incomunicación, del error, de las fallas que se producen en nuestros diálogos y que se muestran insalvables.
Los malentendidos, los comentarios subidos de tono, la mensajería instantánea que nos distrae y nos aísla, las malas experiencias que nos condicionan y el aprieto que supone ir en contra de la opinión de la mayoría son temas que se tratan en este ensayo de la vida humana, pero con la naturalidad con la que sucede un tropiezo en el camino.
Por supuesto, esto es solo una pretendida naturalidad, la cual entraña una profunda planificación. Disla y Pérez, autores de la pieza teatral y de la adaptación cinematográfica, saben perfectamente los límites del metadiscurso que recorre toda la trama. Esta idea no cobraría su pleno sentido cinematográfico si Montoya no emplease la cámara de un modo que aleja el texto de su planteamiento teatral, induciendo a los espectadores a sentirse participantes en esta reunión con derivas impredecibles.
Por último, no existiría Asamblea sin la capacidad interpretativa de su elenco, especialmente brillantes en la compleja tarea de hacer creíble una ficción, y cercana una irrealidad. Quizá porque en el interior de Asamblea subyace una verdad tan profunda como la propia naturaleza humana.
Seguramente por este motivo ver la película equivale a acompañar a sus protagonistas en este maremágnum emocional que resulta al combinar personas en estado de ebullición. Aunque solo se discuta la aprobación de un texto, aunque todos partan del común acuerdo y aunque todos estén en la misma orilla del conflicto.