Aprendiendo de Guillermo del Toro
Hay ocasiones en que me resulta difícil reconciliarme con el mundo. Ocasiones en que escucho tantas aberraciones, provenientes de tantos lugares distintos, que pienso hasta qué punto el mundo no está sino a punto de fenecer. Hemos conquistado a pulso la iniquidad. Bombardeos, esclavitud y trata, secuestros, pobreza. Un panorama desolador, nada más. Para terminar de dar forma a la barbarie, nos advierten de que nuestros hermanos mexicanos sufren un devastador terremoto. Veinte víctimas, cuarenta, ya son sesenta. En menos de veinticuatro horas alcanzan los doscientos. La cifra aumenta, todavía hay desaparecidos. La tragedia no se frena.
El cine se creó, o eso piensan muchos, para todos aquellos que no saben, o no pueden, desertar de la vida; un lugar para experimentar un mundo paralelo, pasar inadvertido y casi de puntillas; para centrarse solo en el placer imaginativo que propone la obra audiovisual. Pero no, no es así, el cine es emoción, son personas. Pocos individuos se revelan tan expansivos como aquellos que trabajan en el cine, tan comprometidos, tan viscerales, tan humanos.
En estos días de fervor global, las redes se han fundido en plena ebullición solidaria gracias a centenares de miles de personas que, arengadas por su espíritu humanitario, lanzaron su auxilio en ciento cuarenta caracteres. Ante los gritos de quienes habían perdido, o estaban a punto de perder, todo cuanto poseían, desconocidos de medio mundo ayudaron al otro medio a poder regresar a sus casas, a proveerlos de comida y mantas, a entregar tratamientos médicos u ofrecer un sillón donde dormir.
Y allí, enredado en el tejido social, comprometido como el que más con la gente, Guillermo del Toro hizo su aparición: "A cualquiera en México que necesite publicar mensajes urgentes, puede hacerlo por medio de mi cuenta. Solo agregue @RealGDT y yo apoyaré". De este modo las redes, tan frías, tan distantes, se convirtieron en un auténtico bote salvavidas para náufragos de todo México. Decenas de mensajes comenzaron a brotar: "No están solos, ¡son héroes!", "camioneta lista para transportar"; "si desean apoyo, soy psicóloga"; "tenemos cuarenta lunches preparados para rescatistas, ¿a dónde los llevamos?"; "si por donde viven necesitan apoyo, grúas para remoción de escombro gratis". De la nada emergió el espíritu solidario, informal y heterodoxo, intentando acercar un ápice de humanidad a donde autoridades, instituciones y organismos no daban abasto. Se dice que los ciudadanos no tenemos capacidad de agencia porque no podemos organizarnos, pero gestos a priori nimios como un mensaje son capaces de trasladar el centro de la acción a la gente de a pie. Durante estos días, el perfil de Twitter de Guillermo del Toro no ha dejado de actuar. A diestro y siniestro ha informado acerca de hospitales, camillas, furgonetas, gente aparecida y desaparecida. Y todo de manera altruista y totalmente desinteresada.
Él, que tantos sobresaltos y sustos nos ha dado con su cine, ha demostrado que la monstruosidad es estar callado cuando se puede hablar; es estar quieto cuando uno puede moverse; es mirar hacia otro lado cuando la vista no nos es grata. Quien nos ha introducido en laberintos con faunos, nos ha mostrado el espinazo del diablo o nos ha dado una trepidante vuelta por entre las más endiabladas epidemias e insondables fantasmas, nos recuerda que el peor mal no está nunca en la ficción.
Hace poco más de una semana, cuando Guillermo del Toro se convirtió en el primer cineasta mexicano en hacerse con el León de Oro por La forma del agua, pudimos sentirnos conmovidos ante las palabras enunciadas por un ser humano honesto e implacable: "En este momento, nuestra primera acción política debería ser escoger el amor por encima del miedo. Vivimos en tiempos en que el odio y el cinismo son usados de forma penetrante y persuasiva. Nuestra primera misión cuando nos levantamos tiene que ser creer en el amor".
Y él, predicando con el ejemplo, ha dado amor donde otros solo sienten indiferencia. Porque nadie ha dicho que crear ficción signifique alejarse de la realidad, Guillermo del Toro se ha ganado el honor de obtener un título sagrado. Extraordinario gesto, extraordinaria persona y extraordinario cineasta. Gracias.