Ante los derechos de la infancia, ¿tolerancia a la frustración?
Estos asuntos nunca son una prioridad política.
Después de un mes de agosto en el que la infancia y la adolescencia han copado todas las portadas y noticias, se ha reforzado la idea de que los asuntos que afectan a sus derechos no son nunca una prioridad política.
Empezábamos el año afrontando una situación sin precedentes con casi 2.000 niños y niñas sin luz en la Cañada Real durante la, también sorprendente, tormenta Filomena. La falta de solución real nos dejaba a muchas impotentes ante algo que considerábamos intolerable a la vez que impensable en la España del 2021.
La pobreza infantil y el impacto de la crisis económica y social derivada de la crisis sanitaria en los hogares más vulnerables, en su mayoría con niños a cargo, se ha mantenido en el 27,4%, pero es especialmente preocupante el incremento de la pobreza severa entre los menores de 18 años, que ha pasado de un 13,1% a un 14,1% (INE). Una pobreza durante mucho tiempo negada que debe entenderse en clave de acceso a derechos y que toma la forma de graves desigualdades que condicionan el desarrollo pleno de casi 3 millones de niños y niñas en España. Por fin esta realidad ha llegado a la agenda política de distintas partes del hemiciclo y se continúan impulsando medidas desde la Administración como son la mejora del IMV y la reflexión sobre una futura ayuda a la crianza.
Por otra parte, culminamos un curso escolar en el que la brecha educativa pasaba desapercibida en los debates sobre grupos burbujas y confinamientos, con una lección magistral de profesorado y estudiantes que han hecho posible la continuidad del aprendizaje en un entorno seguro. Una generación que empieza un nuevo curso bajo el paraguas de una nueva ley de educación que introduce grandes avances en equidad y habrá que desarrollar para convertirla en mejoras reales.
A mitad de año tuvo lugar una gran celebración con la aprobación de la Ley orgánica de protección integral a la infancia frente a la violencia, algo indispensable que ha tardado más de 10 años en ver la luz y nos ha colocado a la vanguardia mundial en prevención de la violencia y promoción del buen trato a la infancia. Un paso decisivo hacia una sociedad en la que no se tolere la violencia contra niños, niñas y adolescentes.
De esta forma, con iniciativas ambiciosas en términos de derechos de infancia y equidad en distintos ámbitos, encarábamos la segunda mitad del año con ánimo y esperanza. Sin embargo, tenemos que estar preparadas para giros inesperados como el del pasado 13 de agosto, un día que difícilmente podremos olvidar por la terrible noticia de que se estaban devolviendo niños a Marruecos sin ningún tipo de garantía. No me quiero detener nuevamente sobre esto, puesto que muchas ya hemos elevado la voz durante las últimas semanas y lo seguiremos haciendo, tan sólo recordar que no podemos dar por hecho que la infancia ha llegado a la agenda pública y política, porque no ha sido así. Se ha hablado de fronteras, de problema… no de niños y niñas.
Un niño es, conforme a la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas y, por ende, nuestro ordenamiento jurídico, toda persona menor de 18 años y tiene, por tanto, una serie de derechos que le son propios independientemente de su nacionalidad, etnia, religión… Su disfrute y, sobre todo, el deber de España de garantizarlos no atiende a categorías: extranjeros no acompañados, de etnia gitana, en situación administrativa irregular, en riesgo de pobreza… no son sino “apellidos” que si algo deberían provocar en la respuesta que se les da desde las políticas públicas y las autoridades es urgencia y decisión.
De esta forma, con cierta “tolerancia a la frustración” nos preparamos para el último cuatrimestre del año, porque no sabemos si realmente primará la voluntad política de garantizar el interés superior de hasta el último niño o niña, pero también con energía, con propuestas sólidas y con la esperanza que te da hacerlo por quien más lo necesita. Y es que lo que afecta a niños, niñas y adolescentes nos afecta a todas, aunque optemos por verles sólo como futuro y no como el presente que son.