Ansiedad, nervios y exposición: cuando es imposible #quedarseencasa porque toca ir a trabajar
No todos los españoles pueden teletrabajar. Así lo viven quienes no tienen más remedio que exponerse en época de coronavirus.
Este lunes 16 de marzo, cuando España ya llevaba 48 horas bajo el estado de alarma que restringía el movimiento de la población, hubo una imagen que se quedó grabada en la retina de los españoles —especialmente de los madrileños— para mal. Era la de la estación de trenes Cercanías de Atocha (entre otras) atestada de gente sin ningún tipo de protección y sin cumplir la distancia de seguridad recomendada en plena pandemia de coronavirus.
Adif, la empresa ferroviaria responsable, achacó la aglomeración de personas a una avería en un tramo de una línea, y aseguró que se trataba de un fallo “puntual”.
La hermana de Daniel tenía que coger uno de los trenes que sufrió retrasos, y se vio obligada a esperar en la estación de Méndez Álvaro con más gente de la que suele haber en hora punta, o incluso en huelga de transportistas. “¿De qué sirve que la gente en sus horas libres se quede en casa, si luego todos a currar a exponerse y exponer a los demás?”, se preguntaba Daniel.
“Mi hermana trabaja en un call center de una famosa marca de coches. Gracias a la presión del otro día [lunes], está en casa teletrabajando. La situación fue agobiante e incluso llegó medio mala a casa, de los nervios. Su empresa, en la medida de lo posible, ha entrado en razón y ha mandado a la gente con portátiles a casa”, explica.
No obstante, no todas las empresas ni los trabajadores están en esta situación. Aparte de los centros que permanecen cerrados —colegios, bares y otros locales comerciales de productos no esenciales—, hay muchas empresas que siguen funcionando a pleno rendimiento con trabajo presencial, ya sea porque no tienen la capacidad de permitir el teletrabajo o porque aún no han “entrado en razón”, como decía Daniel.
El HuffPost ha hablado con personas que tienen que seguir yendo a trabajar pese al estado de alarma. Y se ha encontrado con historias como la de Nuria (nombre ficticio, como todos los que aparecen en este reportaje), que es dependienta en un Mercadona, usa la misma mascarilla durante una semana y vive verdaderas situaciones de estrés; la de Clara, cuyo hotel ha estado abierto hasta este miércoles y se ha sentido “muy expuesta”; o la de Diego, que trabaja en atención al cliente para una compañía telefónica y considera que su empresa “lo está haciendo bien”.
Las medidas de prevención varían de un empleo a otro, así como el nivel de estrés entre los trabajadores. Laura reconoce estar “un pelín harta”. “Estamos superexpuestos”, se queja. Es educadora social en un centro de menores de Castellón y tiene que seguir yendo a trabajar “sí o sí”. “De momento, lo único que nos llegan son medidas preventivas, no hay ni un protocolo de actuación ni nada, y siempre igual. Hace unos meses una niña llegó de otro centro con sarna y ahí no pasaba nada... no sé, estamos superexpuestos, pero como los menores no son colectivo de riesgo, parece que no pasa nada”.
Álex trabaja en Madrid, en el sector de seguros. Prefiere no dar su nombre ni el de su empresa por si esta decidiera tomar represalias. Todos los días va en metro al trabajo. Aunque “han reducido la frecuencia” de trenes, “somos cuatro gatos los que venimos en transporte público, y cada uno se pone en una esquina”, cuenta.
En su empresa han dado la posibilidad de teletrabajar al 70% de la plantilla y “el resto tenemos que seguir yendo”. “La percepción que tenemos los trabajadores es que no se ha seguido ningún tipo de criterio a la hora de designar quién tiene que venir o no a trabajar. Lo lógico sería que se quedaran en casa las personas que viven con población de riesgo, y en cambio hay compañeros trabajando en la oficina que viven con ancianos y personas con enfermedades respiratorias. No lo entendemos”, lamenta.
Aunque todos los empleados preferirían “estar en casa trabajando”, la compañía “está teniendo problemas para ofrecer esta posibilidad a todos”.
“Disponemos de guantes desde el martes 17 de marzo y también tenemos dispensadores de jabón”, detalla. Pero eso no impide que la situación los desborde por momentos. “Como cada día va evolucionando, hay momentos en el que uno se contagia de lo que vive alrededor. Por el nerviosismo que se respira, ha habido momentos de verdadera tensión entre los compañeros”, cuenta.
Clara ha estado trabajando en un hotel en Madrid hasta este jueves. “Creo que éramos el único hotel de la zona que estaba abierto”, explica. Cuando le comunicaron que su hotel también cerraba, tuvo que “seguir yendo para terminar de cerrar todo”. “Yo me quiero ir a casa, estamos muy expuestos”, se queja.
Juan trabaja en una empresa de mantenimiento y reparación de equipos médicos en Toledo. “En vez de estar todos trabajando, la empresa ha optado por hacer turnos, así que vamos rotando para no caer todos en cuarentena si hay contagios”, señala.
Cuando van al hospital, se ponen “un pijama” que les dan al entrar y deben quitarse al salir. “Cuando pasamos por zonas de riesgo, donde hay pacientes con coronavirus, aparte del pijama te pones una bata desechable, guantes -a poder ser, dobles- y una mascarilla de las buenas, de FFP2”, explica.
Nuria no tiene tanta ‘suerte’ con el material de protección que le proporciona la empresa. Ella es dependienta en un Mercadona de Zaragoza y va cada día a su trabajo en autobús. “Hay menos frecuencias, pero no suelen ir más de dos o tres personas montadas”, relata.
En su tienda, desde el viernes pasado les “dejan usar guantes de látex” y les dieron mascarillas, “que tienen que durarnos una semana ‘si las cuidamos bien’, dicen… No sé hasta qué punto esto es verdad”, comenta. Junto a la caja de cobrar, tienen un bote de gel desinfectante y más guantes. “Nadie nos dice cuándo cambiarlos, pero nosotras lo hacemos a menudo”, señala.
Lo peor, sin embargo, no es la (falta de) protección, sino la carga de trabajo que están sufriendo estos días. “Por las mañanas está siendo muy agobiante, porque viene todo el mundo muy alterado y hacen acopio de todo. La gente que viene a las 3 de la tarde no se puede llevar nada, porque no queda nada, más allá de un bote de tomate frito y unos pepinillos. Ni leche, ni yogures, ni carne, ni papel higiénico. Nada”, describe.
“Están siendo días muy estresantes, algunas compañeras han tenido ataques de ansiedad. A muchas les han hecho doblar o partir jornada, y entre el estrés, la carga de trabajo y la vida personal, les es imposible conciliar. Juan Roig mandó un mensaje el otro día en que nos anunciaba que nos iba a subir un 20% el sueldo por este esfuerzo”, cuenta.
En su opinión, “la gente no está concienciada al cien por cien de lo que está suponiendo esta crisis o de lo que puede suponer”.
Diego, en cambio, está contento con su empresa. Trabaja en atención al cliente para una compañía telefónica y considera que esta “lo está haciendo bien”. “Desde que se declaró el estado de alarma, nos dieron un documento y una acreditación para que no nos pongan problema las autoridades si vamos por la calle al trabajo”, explica.
Como medidas preventivas dentro del lugar de trabajo, han separado los puestos de cada trabajador, han colocado dispensadores de gel desinfectante y no permiten que estén a menos de un metro en las zonas de descanso. Ahora “cada uno tiene su mesa y sus cascos y, para temas de conciliación, han ofrecido a la gente cogerse vacaciones o excedencias”.
Jaime trabaja en una firma de cosméticos para centros médico estéticos y también sigue yendo a diario a trabajar. En general, también está contento. Se desplaza en su coche particular y tiene despacho propio. Además, uno de los productos que distribuye su firma es para la higienización de manos, “así que los empleados lo tenemos a nuestra disposición”.
Por otro lado, la empresa está aprovechando este tiempo para dar formación online a profesionales que trabajan con sus productos. “Nos está viniendo muy bien para reforzar la parte de formación y conocimiento de productos técnicos”, ya que antes les costaba mucho cuadrar agendas y ahora todos los trabajadores de los centros de estética con los que colaboran —cerrados durante la cuarentena— tienen más tiempo, señala.
Jesús es la última persona con la que tratamos de contactar. Él ha seguido acudiendo a trabajar esta semana al establecimiento comercial de Madrid donde lleva más de un año como empleado. Al primer intento, no responde. Un rato después, nos escribe: “Perdona, no te puedo coger el teléfono ahora. Me acaban de plantar un ERTE encima de la mesa”.