'Castigar a los rojos', o cómo la represión de Franco se inspiró en la Inquisición y los nazis
Ángel Viñas publica 'Castigar a los rojos', obra a seis manos que desvela el papel del fiscal militar Felipe Acedo Colunga en la forja de la venganza contra los republicanos.
En la calle hay silencio, apenas un hilillo de coches y paseantes, cielo plomizo y hojas en el suelo. Es verano en Bruselas, pero la sequía está pelando los árboles por anticipado y parece que hay calma de otoño, pero con flama. Dentro también hay paz, murmullo de papeles y de tazas de café. Pero es una paz de mentira: a Ángel Viñas (Madrid, 1941) lo rodea un infierno de documentos sobre la Guerra Civil y el Franquismo, esos que documentan sus obras, las de uno de los historiadores más respetados de nuestro tiempo.
Su último libro se titula Castigar a los rojos. Acedo Colunga, el gran arquitecto de la represión franquista (Crítica), un trabajo que desvela y desmenuza la Memoria escrita en 1939 por el general Felipe Acedo Colunga (Palma,1896), fiscal jefe del Ejército de Ocupación, que permite conocer en profundidad cómo se persiguió a los republicanos, con una mentalidad de exterminio. La obra ha sido escrita a seis manos con el también historiador Francisco Espinosa, cuyo hallazgo del documento está en el origen de todo, y el catedrático de Derecho Penal Guillermo Portilla, quien ha puesto la visión más técnica.
Hablamos de un personaje conocido, del que se sabían algunos datos biográficos como que llegado a general del Aire y había sido gobernador civil en Barcelona, pero no la hondura de su papel en la concepción del castigo y la venganza contra los rojos. ”Él es el que la piensa, la concreta y la aplica, el que la hace”, resume Viñas. “Era una persona de máxima confianza para Francisco Franco y formaba parte de la Unión Militar Española, la parte del Ejército que conspiraba con los monárquicos para acabar con la República. Fue uno de los activistas de la represión jurídica de Asturias y estuvo un tiempo en la cárcel porque había participado en la sanjurjada [un fallido golpe de Estado de 1932]”.
Acedo “es el que da el background” a las leyes de responsabilidades políticas o contra la masonería y el comunismo. Hasta ahora, explica Viñas, pensaba que ese corpus era obra de una serie de catedráticos, pero la nueva investigación constata que la “concepción” que tenían detrás estas armas judiciales del fascismo la puso él, que aquello “no salió por azar”, sino de un claro convencimiento, y que sus órdenes “impregnaron” las actuaciones judiciales por venir en el futuro modelo procesal-penal de Justicia en España. “Acedo estaba detrás de ese mensaje”, resume.
Por ser, no por hacer
El documento troncal de la obra es una memoria, con fecha de 15 de enero de 1939, que Acedo, como fiscal jefe del Ejército de Ocupación, presentó a modo de guía para quienes tenían que administrar justicia en los consejos de guerra de España. Este documento, que sale a la luz ahora, es muy importante porque describe la estrategia seguida en los procesos penales contra los defensores de la II República y porque dibuja los planes represivos de los sublevados. Todo giraba en torno al caudillo Franco, la unidad de la patria, la iglesia católica...
“Una de sus obsesiones era lo que podíamos llamar hoy la España liberal, la de izquierdas, no la católica, de Santo Oficio. Lo que no sabíamos hasta ahora es que Acedo bebe de las doctrinas de Carl Schmitt [un jurista alemán, destacado miembro del partido nazi], que es uno de los contribuidores más importantes al derecho nacionalsocialista. Sentó en la doctrina del derecho penal moderno la noción de que a un hombre se le juzga no por lo que ha hecho, sino por lo que es. Eso es terrible. Así se llevó a la muerte a los judíos, no por lo que hacían o no, sino por lo que eran”, constata.
Se empeña en mostrar la supuesta peligrosidad criminal de la ideología republicana, a modo de precrimen, persiguiendo más unos valores y una manera de pensar que actuaciones concretas, procesables. Viñas cita el caso de Julián Besteiro, quien fuera presidente de las Cortes durante la II República, y también del PSOE y la UGT. Fue sometido a un consejo de guerra, en el que se le acusó de haber promovido un socialismo moderado, y condenado a cadena perpetua que, posteriormente, fue sustituida por treinta años de reclusión mayor. Murió en la cárcel, en Carmona, enfermo. Colunga había pedido la pena de muerte para él “estrictamente por lo que era”, como evidencian los documentos aportados por estos tres especialistas.
Y eso es lo que tomó por inspiración el fiscal español, que fue “a por toda la España que venía de las luces”. Los “comunistoides” y “seudodemocráticos” intelectuales de la República eran los más odiados, pero el escaneo llevaba de la cúspide a la base, “desde las más altas instancias hasta el último alcalde, al último mono, con especial interés en perseguir a los maestros y profesores, que son los que envenenan a la juventud”.
A los aires nacionalsocialistas se añade el “componente católico”, la idea de expiación, que también estaba en la Inquisición. “Es que la Memoria es un manual de inquisidores, es así, la justicia de Franco se inspiró en la Inquisición y en los nazis”, asevera. “La impunidad galopa por las páginas de este documento”, dice en el prólogo el juez Baltasar Garzón, “helado, estupefacto” ante lo que leía. “Decían que España estaba camino de desaparecer a causa de estridencias, alborotos, violencias... y aplicaron la exterminación, propia de un régimen malvado”, denuncia Viñas.
Acedo Colunga “es un militar que piensa en militar y eso es esencialmente lo que plantea, un castigo militar”. “En aquellos primeros años de la dictadura, lejos de adoptarse un sistema penal indulgente con los vencidos, se asumió la necesidad de abordar un procedimiento de eliminación física, moral y económica del rival político. Una técnica basada conjuntamente en la represión corporal, la restricción de la libertad, el expolio económico y la humillación del hostil al denominado Alzamiento Nacional”, se lee en la obra.
La memoria asentó este “furibundo ataque al derecho civil”, desde el convencimiento de que no podía quedar ni uno vivo -en sentido figurado y en sentido literal-, que nadie podía escapar a la “eliminación física, moral y económica del rival político”. Una “gigantesca tela de araña” permitió que la información -la delación, también- fluyera a través del Servicio de Información militar (S.I.M.), el Servicio de Información de la Policía Militar (S.I.P.M), la Delegación del Estado para la Recuperación de Documentos, el Tribunal de Responsabilidades Políticas, el Tribunal Especial de Represión de la Masonería y el Comunismo, los Consejos de Guerra, las Comisiones de Depuración, la Inspección de prisioneros de Guerra-Campos de concentración, Alcaldías, Falange, Guardia civil, Iglesia católica, delatores particulares... Difícil escapar.
No somos nosotros, sois vosotros
Viñas se muestra especialmente insiste en explicar que Colunga ayudó a darle le la vuelta a la tortilla y a tratar de situar a los republicanos como los culpables de todo, incluso de los peores comportamientos de sus propios compañeros, los levantados en armas. Toma el libro y busca una sentencia de un consejo de guerra del 5 de agosto de 1936, temprano en el desarrollo de la guerra. En él justifica por primera vez, tan a las claras, la supuesta necesidad del alzamiento.
“Frente al estado de anarquía que dominaba en todo el territorio nacional con manifiesta conculcación de todo régimen legal civilizado, al asumir el Ejército el poder por el medio legítimo de la declaración del estado de guerra que anula toda autoridad civil cuyo imperio estaba además prostituido por el desorden y la subversión de todos los valores morales de la sociedad, se ha constituido el único gobierno que puede salvar a la Patria interpretando sus destinos históricos y la necesidad de continuar su propia existencia”, sostiene.
“Quienes se sublevan son los que no se sublevan, piensa este fiscal. Es el mundo al revés, una inversión. Como si estuvieran las llamas de la revolución arrasando todo, marca una visión que estaría en el estado naciente, Acedo asume lo que se ha ido preparando y viene a decir que los que se sublevan son los del Gobierno republicano”, explica.
“Eso es lo que para mí es una manifestación de lo que en general constituye la esencia de la interpretación derechista de la Historia, que es achacar al otro los rasgos más desagradables del comportamiento propio, proyectar en el adversario el comportamiento propio”, señala. Por si aún hay que recordarlo, Viñas repite: “los terroristas fueron quienes se sublevaron”.
Su huella, hoy
El autor de La otra cara del caudillo o El gran error de la República sostiene que esa visión de que la culpa fue del Ejecutivo legítimo fue más allá de la administración de justicia y de Acedo Colunga, se hizo relato asentado en el régimen y ha perdurado en determinados sectores hasta hoy, cuando se sigue pervirtiendo hasta el lenguaje. “Tiene su importancia política que se siga hablando de “gobierno socialcomunista”, por ejemplo, pata definir desde sectores de cierta derecha al que hoy manda en La Moncloa, suma de PSOE y Unidas Podemos.
“Apela al subconsciente y a la tradición franquista porque un PCE hay hoy en España, claro, pero desde luego no propugna la propiedad pública de los medios de producción, el control público de todas las relaciones económicas con el exterior o el partido único, el centralismo socialista. ¿Por qué decirlo, entonces?”, se cuestiona. Y se responde: eso va “calando” en otras agendas, en otros discursos, y acaba asentando aquel relato de Colunga, lo que demuestra “que el legado de su Memoria sigue vivo, de alguna manera”, y no sólo porque hasta hace apenas tres años aún fuera hijo adoptivo de Barcelona.
Es obligado, llegados a este punto, hablar sobre la ultraderecha española. “La aparición de Vox y la deriva del PP hacia la extrema derecha están en la base del desquiciamiento de la vida política española y del resurgimiento de ideas y proyectos que parecían ya limitados a ciertos sectores nostálgicos de la dictadura. Lo primero viene de la convicción, ya antigua, que la derecha tiene de que el poder les pertenece y que solo ellos tienen derecho a gobernar. Lo segundo cabe situarlo en la reacción de la derecha liderada por [José María] Aznar al movimiento en pro de la memoria a fines de los años noventa, que desembocó en una descarada campaña de propaganda con Pío Moa como mascarón de proa. Poco después, desbrozado el camino por los Moas, surgió un neofranquismo académico que ha servido para darle forma y contenido a esa reacción”, se lee en Castigar a los rojos.
Viñas pone el ejemplo de la polémica generada por la nueva Ley de Memoria Democrática, que superó superar el trámite del Congreso el mes pasado. Es, de nuevo, el discurso de “deslegitimar a la II República”, de lanzar “sospechas” sobre la legalidad de la victoria de la izquierda, de “justificar el alzamiento por el vacío legal y el caos creado”, e incluso por igualar la culpa de los dos bandos enfrentados. Un fondo que explica, por ejemplo, la polémica de Pablo Casado, exlíder del PP, cuando en mitad de un debate parlamentario sobre los indultos del procés dijo hace un año que “la Guerra Civil fue el enfrentamiento entre quienes la democracia sin ley y quienes querían ley sin democracia”.
“Esa visión de la que Colunga es tan buen ejemplo ha sido la que ha quedado en España por décadas. Cuando ahora se quieren contar las cosas con precisión, se habla de adoctrinar. ¡Si desde el año 39 todos los niños españoles han sido adoctrinados! La educación y los medios son esenciales para la labor pedagógica que queda por delante, que es mucha”, concluye.