'Anfitriones', Yasmina Reza entre Pedro Sánchez y Pablo Casado
"Todos los personajes son capaces de construir un mundo en escena".
Antes de que lleguen los grandes estrenos de principios de la temporada se estrena Anfitriones. Una obra escrita y dirigida por Inge Martín que se presenta a la chita callando en el Teatro Quique San Francisco, antes conocido como Teatro Galileo.
Una comedia de salón o de butaca. Sí, una comedia burguesa, que plantea a sus espectadores con humor, a veces negro, y amabilidad, aunque no siempre lo parezca, los dilemas en los que se encuentra la sociedad occidental. Una obra en apariencia ligera. Un lindo gatito que a medida que pasa la obra adquiere el aspecto de poder dar un zarpazo.
La historia comienza como una reunión de amigos de los de toda la vida que no se ven desde hace tiempo. De esos que el confinamiento ha vuelto a reunir, pues, una vez levantadas las medidas de aislamiento social impuesto por el covid, han corrido a encontrarse físicamente de nuevo.
El caso es que, la pareja formada por un alto directivo de una empresa y una concienciada y conocida autora teatral convoca a dos amigos con no tanto éxito personal y profesional como ellos. Una es una secretaria divorciada y con dos hijos que juega a ser poeta e influencer. Otro es un novelista de éxito amargado, que no levanta el ánimo desde que le dejó Blanca, su pareja.
Cuatro amigos cuya amistad creció en los ochenta. En la que vivían y bebían de la movida madrileña y de la música y el baile que les acompañaba. En la que el compromiso político se hacía real. ¿La generación de Pedro Sánchez y Pablo Casado, o de la lideresa que le va a la zaga, Isabel Díaz Ayuso, quizás, reunida en un salón comedor?
El caso es que la pareja les ha convocado para solicitar su ayuda. Tienen un problema que infringe varias leyes habidas y por haber. Un problema en el que se han metido de cabeza pero sin pensárselo mucho. De manera inconsciente y apresurada buscando ¿qué?
Es la petición de esta ayuda y la respuesta que obtienen de los invitados la que da lugar al conflicto. Porque si el teatro es conflicto, en esta obra haberlo lo hay. Un conflicto que obliga a posicionarse, a tensar la amistad que les une, ver el grado de elasticidad de lo que les unió y del qué y del cómo les mantiene unidos. De cómo posicionarse manteniendo la elegancia y decoro delante de los anfitriones con los que no se está de acuerdo.
Algo que permite de forma muy física y visceral, poner en escena el debate social y de ideas que está en la calle. Un debate entre la izquierda acomodada y la derecha desencantada con la libertad sin ira. En el que, como los personajes de esta obra, la sociedad está inmersa. Un debate que deja el tablero social en tablas y sin posibilidad de que se produzca un cambio real y efectivo. Es decir, deja la casa sin barrer.
Debate de ideas escrito con claridad, sin simpleza, desde lo que se dicen personas normales y corrientes. Manteniendo la ambigüedad de la vida, la de los grises que van del blanco al negro. Un debate que no lo parece por la vitalidad y la presencia que le pone todo su elenco.
Un elenco que atrae, en principio, por dos nombres. Uno es José Luis Alcobendas que sabe convertirse en un sosia del afamado novelista francés Michel Houllebecq, más en actitud que en aspecto, presentando su misma mala leche e ironía conservadora sin ridiculizarlo ni caricaturizarlo. De hecho, el libro que en esta obra va a sacar en breve y regala a sus amigos antes de que publicarse es Sumisión, la última novela de este autor.
El otro nombre es Lucía Quintana. Que está graciosa y luminosa como esa secretaria de dirección desjefada y poeta que juega a ser influencer subiéndolo todo, y lo que se dice todo es todo, a Instagram. Haciendo, si es necesario, el ridículo para conseguir un like más. Personaje que no resulta patético, sino lleno de vida gracias a esta gran actriz que no debería bajarse de los escenarios, ni de las películas de Pedro Almodóvar. Una cómica de raza.
No le van a la zaga sus otros dos compañeros, menos conocidos. La autora y directora de la obra, Inge Martín, que se ha reservado, quizás, el personaje más antipático de la función. El de esa mujer cool, elegante, delgada y fina, que sabe vestir, que tiene una casa de ensueño y es capaz de mantener una postura política y artística aparentemente comprometida.
El otro es Bruno Ciorda, que hace de un marido algo calzonazos en la pareja, aspecto que contrasta con su pragmatismo asertivo en lo profesional. Personaje al que le sabe poner garra, energía y, para que sea creíble, llenarlo de vulnerabilidad.
Como ya se ha dicho, entre todos ellos son capaces de construir un mundo en escena. El primer mundo, el occidental, y sus problemas, en presente. En la línea que abriese para el gran público Yasmina Reza con su Arte y siguiera con Un dios salvaje. En la línea de El chico de la última fila de Mayorga. Y en la línea de El test de Jordi Vallejo o de Perfectos desconocidos de Paolo Genovese. Obras, sobre todo la segunda de Reza, en las que Anfitriones bebe sin avergonzarse.
Un montaje que tiene la virtud de cerrarse en falso, mejor dicho, de no cerrarse. Dejar la respuesta en el aire. Pues será el espectador el que desde su punto de vista pondrá fin o punto seguido a la relación entre estos personajes.
Ese tipo de finales que animan a hablar y al debate en la cena, el picoteo o las copas que siguen al teatro o en la vuelta a casa, si no está el bolsillo para estipendios. Un debate que podrá parecer banal, pero en el que cada cual, con su opinión, irá perfilando su postura, su manera de ser y estar en este mundo, en el que le ha tocado vivir.