Anexiones rusas en Ucrania: qué se queda Moscú, en qué condiciones y qué consecuencias tiene
Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia son, según Putin, suelo ruso de pleno derecho. No hay reconocimiento internacional más que de su invasión. Se teme que la ofensiva crezca.
Vladimir Putin llevaba años hablando en términos grandilocuentes: la Gran Rusia, el imperio perdido, la “catástrofe” de la URSS que dejó a gente “fuera de su patria”, los rusos étnicos, la lengua común que salta fronteras... Excusas perfectas para la nueva ideología imperialista del Kremlin, ante la que el derecho internacional parece inerme. El presidente ruso hace tiempo que fue de las palabras a los hechos, como cuando en 2014 se anexionó Crimea, en Ucrania, y avaló la independencia del Donbás, en manos de rebeldes prorrusos. En febrero dio una vuelta de tuerca a su manía, invadiendo Ucrania, y este viernes ha llegado la consumación de otro robo: Rusia se queda con cuatro territorios del país vecino porque dice que son suyos, que el “deseo” de esos ciudadanos es volver al abrigo que nunca debieron abandonar.
Mientras en Moscú se celebran los fastos por la adquisición de nuevos suelos y nuevos vecinos -lo que Putin llama “liberación”-, a los ucranianos les corre un sudor frío por la espalda, temiendo que la ofensiva crezca porque ahora los rusos no serán, a sus propios ojos, invasores, sino que estarán en tierra soberana. Y para proteger la tierra propia se usará lo que haga falta, recuerda el Kremlin, incluyendo armas nucleares. “Los defenderemos con todos los medios y fuerzas, vamos a hacer que sus vidas sean seguras (...) Rusia no les traicionará”, como ha dicho el presidente en su fastuosa intervención de esta mañana.
Así que el paso dado por Putin en las regiones del este de Donetsk y Lugansk y las sureñas de Jersón y Zaporiyia va más allá de la violación de las fronteras de un país, sino que amenaza con recrudecer una contienda que suma siete dolorosos meses y con internacionalizarla.
El origen
Putin va a más, pero lo que hace no es nuevo. Ya el 18 de marzo de 2014 firmó el tratado de anexión de la península ucraniana de Crimea y de la ciudad de Sebastopol, tras un referéndum en el que un 97 % de los crimeos se pronunciaron a favor de la reunificación con Rusia. Consulta hecha, como las de estos días, con soldados desplegados en cada calle por “seguridad”, en una zona ocupada. Una vez que concluyeron los trámites parlamentarios y legales, que se aceleraron de lo lindo, la zona quedó incorporada a Rusia tres días más tarde.
En paralelo, Rusia apoyó al mes siguiente una sublevación armada en el Donbás, que incluye a las regiones de Donetsk y Lugansk, tras el derrocamiento en Kiev del presidente prorruso Víktor Yanukóvich. En la zona había grupos prorrusos que trataban de hacerse con el poder y que comenzaron una guerra civil con el Ejército ucraniano en la que, desde el primer momento, Putin intervino apoyando y armando a los rebeldes. Aunque se nos olvide, esta contienda se seguía desarrollando en el Donbás en febrero, tras ocho años, cuando el día 24 se inició la invasión de Ucrania. Mucho sufrido ya en Ucrania.
Tres días antes de ese momento, el Kremlin había tenido un gesto que ya presagiaba la “operación militar especial”, como la siguen llamando: se reconoció la independencia de las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, pese a que Ucrania insiste en que es su tierra y que no hay reconocimiento alguno de esa independencia en el plano internacional.
Tras iniciar una campaña por tierra, mar y aire con hasta seis frentes, la guerra avanzó menos rápido de lo esperado. Aún así, en las primeras semanas Rusia se hizo ya con el control de gran parte del territorio de las regiones de Jersón y Zaporiyia, de ahí el simbolismo añadido de estos territorios en la anexión anunciada ahora. Al controlar ambas regiones, el Ejército ruso abrió un corredor terrestre entre el Donbás y la ya anexionada península de Crimea, que necesita para su supervivencia los recursos hidrológicos, energéticos y agrícolas del sur de Ucrania.
Inicialmente Putin habló de “desnazificar” el país que comanda Volodimir Zelenski (judío, además) o de impedir la entrada de Ucrania en la OTAN como algunos de los objetivos de su ofensiva, pero los analistas siempre han defendido que, si no podía poner un Gobierno títere en Kiev, al menos no cedería en control del sureste, del corredor que conecte con su propio suelo y le dé poderío en la región porque, con la anexión de esos territorios, Rusia convierte el Azov en un mar interior, lo que garantiza la seguridad de Crimea. Todo medido.
El proceso
La anexión firmada este viernes por Putin y festejada en Moscú llega tras cinco jornadas de consulta popular en territorios ocupados o intervenidos, entendidos como un fraude o un teatro por el mundo entero, en los que el 97% de la población supuestamente apoyó ser parte de Rusia. Son datos imposibles de verificar, resultantes de un proceso imposible de verificar, revisado por soldados rusos en cada colegio. “Los ciudadanos se han pronunciado claramente”, dice el presidente ruso, aunque no se han dado más que datos globales, nada detallados.
Aceptado en Moscú como bueno ese resultado, el proceso tiene que pasar aún por varios formalismos: el lunes y el martes, respectivamente, la refrendan las dos cámaras del Parlamento, la Duma o Congreso de Diputados y el Consejo de la Federación o Senado, explica EFE. Putin está “seguro” de que no habrá obstáculos en este trámite. Además, la incorporación de esos territorios obligará a reformar el artículo 65 de la Constitución, que incluye actualmente 85 entes federales, que es como se organiza la administración en la inmensa Federación. Ahora, pasarán a ser 89 con la inclusión de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, donde se instalan unas autoridades satélite.
Ahora mismo Rusia cuenta con más de 147 millones de habitantes, pero con las nuevas adquisiciones superará los 150 millones cuando el proceso esté completado.
Los cuatro territorios anexionados tienen una superficie de unos 100.000 kilómetros cuadrados, lo que supone aproximadamente el 15 % del territorio de Ucrania. Actualmente, según cálculos del Ministerio de Defensa de Reino Unido y del Instituto para el Estudio de la Guerra -con sede en EEUU-, las tropas rusas controlan un 20% del país.
Putin ha planteado este movimiento en paralelo a un reclutamiento masivo de reservistas, presionado ante el avance de las tropas ucranianas en el noroeste y el aumento de las críticas internas por la falta de resultados de esta guerra que se pretendía relámpago. También externas, con toques de atención de China, India o Turquía. Necesita mostrar un éxito, resultados, aunque sea de esta forma forzada.
Lo que puede pasar
Los cuatro territorios anexionados por Rusia ahora no están por completo en manos de Rusia, hay que precisarlo. Sus soldados controlan prácticamente la totalidad de Lugansk y Jersón, pero sólo dos tercios de Zaporiyia y poco más de la mitad de Donetsk, que es donde más duros están siendo ahora los enfrentamientos con Kiev. Eso quiere decir que es zona militarmente en disputa, se seguirá peleando palmo a palmo por el terreno que unos consideran ocupado y otros, suyo. “Lo que tenemos hoy es que Putin anuncia la anexión sin el territorio”, avisa Roderic Lyne, exembajador de Reino Unido en Moscú, citado por la BBC.
Más allá del mensaje de añoranza zarista o postsoviética de Putin, queda el órdago a la soberanía de un país democrático y el reto defensivo que pone sobre la mesa. Si Rusia entiende que esas cuatro zonas son suyas, como ya ha dicho que son, cualquier intento de Ucrania de recuperarlas se va a entender como un ataque a su propio territorio, y eso lleva la guerra a otro nivel. Porque Putin dejó claro la semana pasada, por si alguien se olvida, que va a proteger lo suyo incluso con armas nucleares. “No intenten recuperar la tierra que hemos incautado y reclamaremos como nuestra”, avisó. Con una amenaza final: “Aquellos que intentan chantajearnos con armas nucleares deben saber que los vientos predominantes pueden girar en su dirección”.
Hoy ha vuelto a hablar de “todos los medios y fuerzas” para que los ciudadanos de las zonas anexadas sientan “el apoyo de toda su enorme patria”, y ha lanzado un nuevo mensaje “a Kiev y a Occidente”: estos ucranianos “se convierten en nuestros ciudadanos para siempre”.
Por todo ello, se ha incrementado el debate sobre si es posible o no que esa amenaza se haga carne. La conclusión común en Occidente es que no es descartable. No es muy probable, por sus enormes consecuencias, pero en la cabeza de Putin cabe todo. Se están extremando los trabajos de Inteligencia para tratar de adelantar la jugada que piensa el líder ruso.
“No digo que sea altamente probable que las armas nucleares se usen, pero digo que cuando vemos ese tipo de retórica nuclear una y otra vez por parte de Rusia, del presidente (Vladímir) Putin, es algo que debemos tomar en serio”, declaró recientemente el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.
Esta misma mañana, el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, ha enfatizado que será considerado como “una agresión” contra Rusia cualquier agresión a los nuevos territorios, parte integral del país, añade. “No serán considerados otra cosa”, ha zanjado, en una tensa comparecencia en la que no ha sabido decir cuáles son ahora las fronteras de su país, ni las que ellos quieren imponer.
Las reacciones
La primera reacción de Kiev ha sido la de anunciar que presentará una solicitud para ser admitida en la OTAN por el procedimiento de urgencia. Lo ha avanzado Zelenski, vía Telegram. Un “paso decisivo”, como lo ha llamado. Zelenski señaló que “de facto” Ucrania ya está de camino a convertirse en miembro de la Alianza Atlántica y ha demostrado su “compatibilidad” con sus estándares militares, que son “reales” para Kiev tanto en el campo de batalla como en la interacción con sus aliados.
Mientras, se desgañitan en insistir en que sus planes no cambian por el nuevo reto ruso. Quieren reconquistar toda Ucrania, lo invadido desde febrero y lo expoliado en 2014. Repiten que Moscú no tiene legitimidad para quedarse suelo ucraniano y que su reacción es la “desesperada” de un perdedor. Teme, eso sí, una escalada en la guerra que acabe con más muertes de civiles. El ejemplo de hoy de Zaporiyia, terrible, puede ser sólo la antesala de lo por venir. También ha dicho Zelenski que juzgará como “traidores” a quienes hayan colaborado con la organización de los refrendos.
Putin ha hecho hoy otros de esos gestos suyos imposibles: pedir a Ucrania un alto el fuego que acabe la guerra “viva desde 2014” y que vuelvan a la mesa de negociaciones. Ha dejado claro que “el deseo” de las poblaciones que ahora pasan a ser supuestamente Rusia “no se va a discutir”, pero que se puede hablar de otras cosas. Hablar de qué, replica Kiev. El diálogo hoy es imposible, con el Kremlin ahondando en la herida y Zelenski cada vez más convencido de que la ayuda internacional funciona, que la resistencia y hasta la expulsión de los rusos es posible. Que no hay cesión que valga, en resumen.
En la comunidad internacional, las críticas son contundentes: Rusia no puede hacer esto, no se puede quedar con unos bocados de país que son de otro, y una anexión supone tener fronteras no definidas, no estables, no reconocidas por la comunidad internacional. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha advertido que este plan marcaría una “escalada peligrosa” que pondría en peligro las perspectivas de paz en la región. “Cualquier decisión de proceder con la anexión de las regiones de Donetsk, Lugansk, Kherson y Zaporizhzhia de Ucrania no tendría valor legal y merece ser condenada (...). No pueden considerarse una expresión genuina de la voluntad popular”, remarca. Y recuerda que la Federación Rusa, “como uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, comparte la responsabilidad particular de respetar la Carta”, de las Naciones Unidas, que se estaría violando con este paso.
En Estados Unidos, su presidente, Joe Biden, ha mandado un mensaje directo: “Quiero ser muy claro al respecto: EEUU nunca, nunca, nunca reconocerá los reclamos de Rusia sobre el territorio soberano de Ucrania”, ha dicho la pasada noche. Su administración ha prometido más sanciones con “horribles” y “catastróficas consecuencias” y ha avanzado las primeras contra funcionarios del Gobierno ruso, que impedirán la entrada al país de 910 individuos, entre ellos miembros de los Ejércitos ruso y bielorruso, detalló el Departamento de Estado.
un lenguaje algo más elevado del usado desde la Unión Europea, que se ha movilizado y ha probado ya su octavo paquete de sanciones contra Rusia, y de la OTAN. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha dicho: “La anexión ilegal proclamada por Putin no cambiará nada. Todos los territorios ocupados ilegalmente por los invasores rusos son tierras ucranianas y siempre serán parte de esta nación soberana”.
En la misma línea, el Alto Representante de la UE para Política Exterior y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, ha afirmado que el paso dado por Moscú representa una “gran ruptura” del Derecho Internacional y una violación de la Carta de las Naciones Unidas. “Ningún referéndum falso puede justificar esto. La integridad territorial y la soberanía de Ucrania no son negociables”, ha afirmado en otro tuit, en el que ha insistido en el apoyo firme y continuo de la UE a Ucrania.
También una mayoría de países de la Unión Europea, con Italia, Francia, España y Bélgica a la cabeza, redoblaron hoy la presión sobre la Comisión Europea para intervenir el mercado del gas, y arrancaron a Bruselas el compromiso de trabajar urgentemente en esa senda, pese a las objeciones de pesos pesados como Alemania.
Hay que recordar que el precedente de Crimea de 2014 no deja en buen lugar a Occidente, ya que Rusia se quedó con la privilegiada península sin que le cayeran más que un puñado de sanciones extra. Putin seguía yendo a los G20, G7, a Davos, seguía ampliando grandes negocios como el gasoducto Nord Stream. Ahora el tiempo parece otro.
“Las fronteras de Rusia no se acaban en ningún sitio”, dijo entonces Putin a un niño. Parece que sigue pensándolo y está empeñado en cambiar los mapas.