AMIGAS en mayúsculas
En los últimos años he dedicado más tiempo a practicar el placer de tener amigas. Hago amigas en el barrio, en el trabajo, en el súper, en las ciudades a las que viajo. A veces me vengo arriba e intercambio el número de teléfono con amigas de mis amigas, con quienes debato en redes sociales y hasta con las que comparto trayectos de tren. A algunas las conozco desde hace apenas media hora y ya siento que podría confesarles cualquier cosa.
Hay entre nosotras una especie de bagaje común, una historia compartida que hace que no seamos desconocidas. Llámalo magia, entendimiento o armonía, pero hay registros extraordinarios que sólo logramos alcanzar cuando nos juntamos.
Si una está triste, la otra pone su mejor sonrisa. Si una consigue el éxito, la otra está ahí para celebrarlo. Si una se siente sola, la otra acude ipso facto. Si una se equivoca, la otra se lo dice sin reparos. Si una se siente insegura, la otra llama para hablar y normalizarlo. Somos camaradas, hermanas, compañeras. Tenemos tanta empatía que hasta a algunas la regla se nos sincroniza.
Esta semana muchas habréis leído lo de las siete amigas en China que se han construido una mansión para retirarse juntas. Seguro que también lo compartisteis con quienes os retiraríais al final de vuestras vidas. Por lo visto cada una se ha ido especializando en una actividad útil para esa etapa: una es experta en medicina, la otra cultiva verduras, otra toca el arpa y otra cocina una sopa de alcachofas riquísima. Yo me las imagino a todas reunidas compartiendo un té de azahar bajo la sombra y discutiendo sobre actualidad y política. No se me ocurre un plan mejor para alargar la vida.
Reconozco que no siempre he sabido valorar este gran tesoro que es la sororidad. Los medios de comunicación y la cultura ponen mucho empeño en mantenernos alejadas desde pequeñas. “Somos nuestras peores enemigas” “Yo me llevo mejor con los hombres que con las mujeres” “Yo prefiero un jefe”…
Son clichés sin fundamento que se repiten una y otra vez. Recuerdo que en los cuentos y los dibujos de mi época las pocas chicas que aparecían siempre estaban solas. Las madrastras eran malvadas con sus hijastras y las brujas nos hacían la vida imposible por envidia. Con una educación así es normal tener prejuicios. Pero la vida me ha demostrado que todo eso es mentira, el mayor apoyo lo he encontrado siempre en otras mujeres. El AMOR, eso que tanto necesitamos para sobrevivir, también puede venir de las amigas.
Hay algo muy curioso que nadie me había advertido nunca: ¡resulta que el radar para detectar mujeres maravillosas es intergeneracional! Actualmente tengo amigas a las que saco más de diez años y otras que son mucho mayores que yo. Con ninguna siento ninguna diferencia. Podría compartir piso o irme a recorrer el mundo mañana mismo con cualquiera de ellas. Me ocurre también con mujeres de otras culturas, de diferentes tendencias sexuales o de distintos contextos sociales. No hay barreras para nuestra amistad porque lo que nos une es siempre mucho mayor.
Antes quería ser valorada por los hombres, ahora busco la aprobación de las mujeres. Con ellas me siento sostenida y respaldada. Aprendo tanto con ellas... Son espejos en los que me veo y puedo comprender mejor mis conflictos, mis deseos y mis miedos. Con algunas tengo contacto constante, a otras las veo una o dos veces al año, pero al volver a vernos es como si el tiempo no hubiese pasado. No me cuesta nada decirlas “te quiero”, “te quiero mucho”, “¡te quiero un montón!”. Tampoco me cuesta nada decirles “te necesito”. Siento tanta complicidad y tanto entendimiento que no hay lugar para la vergüenza ni el miedo.
Trinidad. Lucía. Ana. Rosa. Almudena. Ángeles. Semíramis. Nerea. Pilar. María. Carolina. Elena. Nuria. Blanca. Adela. Bea. Rocío. Amparo. Montse. Anais. Carmen. Miriam. Teresa. Patricia. Sois lo mejor que me ha pasado en la vida. Si yo tuviera una hija sin duda le diría “haz deporte, ríe, lee… y pasa más tiempo con tus amigas”.