América Latina: la mejor prevención y gestión de desastres naturales beneficia a los más pobres
Este 13 de octubre es el día internacional para la reducción de desastres. América Latina no ha estado ajena a estos.
En efecto, hasta hace pocos días, se ha visto afectada por varios desastres naturales. Desde una serie de huracanes devastadores, pasando por dos terremotos en Mexico y varias inundaciones en América del Sur.
Se trata de eventos con un enorme poder destructivo cuyo negativo impacto se expande al golpear áreas y comunidades con escasa preparación para gestionar el riesgo y así mitigar la destrucción.
Por su parte, los expertos de Naciones Unidas sostienen que el cambio climático causado por el hombre puede estar detrás de la intensificación de la potencia de los desastres naturales, principalmente los huracanes y tormentas, al tiempo que explican que en las últimas dos décadas y a nivel global estos fenómenos extremos se cobraron 600 mil vidas humanas, 4 mil millones fueron de alguna manera afectadas y el costo económico en materia de perdidas llego a 600 mil millones de dólares.
El informe especial del IPCC sobre Eventos Extremos ha identificado que el cambio climático aumentará tanto el número como la intensidad de los eventos, las olas de calor, los huracanes y las fuertes lluvias.
Tales incidentes también pueden ocurrir donde no ocurrieron nunca antes.
En América Latina y según cifras del BID, en la última década 45 mil personas se convirtieron en víctimas fatales de un desastre natural, mientras que 40 millones de latinoamericanos fueron afectados y las perdidas económicas se elevaron a los 20 mil millones de dólares.
En realidad los peligros asociados a los desastres naturales extremos son conocidos. El problema radica en el impacto que estos tienen en comunidades pobres, aun vulnerables y sin la capacidad de prevenir y/o gestionar el riesgo asociado al impacto de los desastres.
Desde los barrios humildes de Rio de Janeiro, las llamadas favelas, hasta las "villas miserias" de Buenos Aires, pasando por las comunidades pobres de Mexico o Centroamérica, el hecho de que los habitantes de esas zonas puedan identificar los riesgos de un desastre de forma temprana y las medidas a tomar en el medio de este, representa un ahorro de vidas y recursos materiales enorme.
Por eso recientemente en FONPLATA aprobamos una provisión en todos los contratos de préstamo que establece que hasta el 5% de los fondos de un crédito pueden ser utilizados por el país prestatario en caso de emergencia o desastre natural.
Además, estamos trabajando con Argentina en un proyecto destinado específicamente a prevenir y mitigar los efectos de las inundaciones provocadas por el fenómeno El Niño en las provincias de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos (casi seis millones de habitantes en total). Es un apoyo fundamental para un país en el que cerca de 40% de los desastres naturales tienen que ver con desbordamientos de los ríos, según datos del Banco Mundial.
En Bolivia, buscamos reducir la vulnerabilidad ante inundaciones de algunas zonas del departamento de Santa Cruz para proteger áreas productivas –y posiblemente ampliar la frontera agrícola- en una zona en la que viven el 85% de los habitantes del departamento y en la que se produce alrededor del 70% de los alimentos que consume y exporta el país.
Sin embargo, una respuesta eficiente ante las catástrofes o desastres naturales también depende de que los sistemas de transporte, agua y saneamiento se encuentren en buenas condiciones, de infraestructuras viales que faciliten evacuaciones o traslados de ayuda en caso de ser necesario, de sistemas de atención a la ciudadanía eficientes y modernos.
Todas estas son áreas activas en nuestra cartera de proyectos en toda la Cuenca del Plata, además de ser temas que surgen constantemente como preocupación fundamental en nuestras conversaciones con otros organismos multilaterales de desarrollo.
Los principios de la reducción de riesgos de desastres son, en realidad, similares para las personas y los países. Hay que analizar riesgos, minimizarlos y tener planes para aquellos que no fueron previstos. Los desastres no se podrán evitar y a veces, como es el caso de los terremotos será difícil predecirlos.
Lo que si podemos, en un accionar conjunto con gobiernos centrales y locales, sector privado, sociedad civil y comunidades, es estar cada vez mejor preparados y así salir del circulo vicioso de la destrucción y la reconstrucción sin sostenibilidad en el largo plazo.