Amalia López, la historia de la primera española en abrir un estudio de fotografía propio
Llegó a recibir premios por su trabajo y acabó olvidada: no se conoce ni la fecha de su muerte.
La historia ha sido tan injusta con ella que ni se sabe cuándo murió. Una pionera de la fotografía en España olvidada en blanco y negro. Su nombre, Amalia López Cabrera. Su mérito, ser la primera mujer en España en abrir un estudio de fotografía propio, en 1860.
Siempre fue una aventurera. Su situación familiar se lo permitió. Nació en Almería en 1837, en el seno de una familia acomodada de comerciantes. Disfrutó de algunos ‘lujos’ de niñez: junto a sus tres hermanas contó con dos trabajadoras en el hogar. En su juventud conoció a Francisco López Vizcaíno, un influyente viudo de Jaén, impresor de profesión y con tres hijos a su cargo. Las relaciones se formalizaron pronto y Amalia se casó en 1857 y se marchó a vivir con él a su tierra.
Ese Jaén de mediados del siglo XIX no parecía el lugar ideal para un espíritu curioso como el de Amalia, pero en su camino se cruzó un personaje de lo más peculiar, el Conde de Lipa. Luis Tarszenski, su verdadero nombre, fue un antiguo capitán del ejército polaco exiliado en Francia y amigo personal de Louis Daguerre, el gran precursor del arte fotográfico. El conde se sirvió de sus conocimientos para recorrer las ciudades de España con su particular magia a cuestas: la cámara oscura, la albúmina, los baños de plata... Todos estos ‘artilugios’ le conferían cierto aire ‘místico’ que causó sensación en la capital del Santo Reino desde 1858.
Los ecos de la llegada de un exótico maestro fotógrafo en la ciudad alcanzaron pronto a Amalia, que no dudó en acudir a su buhardilla a tomar clases. Sola, no necesitaba compañía. Fue su primera discípula y, según cuentan las fuentes de entonces, pronto se mostró como una alumna aventajada.
Sus progresos -sumados al patrimonio familiar- le llevaron a tomar una decisión radical: abrir un estudio de fotografía. No era el primero en España, desde luego; ni siquiera iba a ser la primera mujer en manejar retratos y revelados, pero sí la primera en abrir su propio estudio. Otras trabajaban a la sombra de sus familias o sus maridos, como la popular Anäis Napoleon, que por aquellos años participaba de un estudio en Barcelona que dirigía su esposo, reputado fotógrafo.
El novedoso bufete abrió sus puertas en 1860, situado en el barrio de La Merced, calle Obispo Arquellada, 2, junto a la imprenta de su marido. Allí, Amalia llegó a capturar retratos, paisajes, escenas del día a día y algunas composiciones más originales “con todos los adelantos recientes”, que terminaron por ganarse el reconocimiento de sus coetáneos. Hoy, en ese edificio de viviendas “no hay nada que recuerde el estudio o la memoria de Amalia”, lamenta Vicente Barba, técnico del Ayuntamiento de Jaén, inmerso en una campaña para dar a conocer el legado de este y otros personajes reseñables en el municipio.
Amalia L. de López, como firmaba sus trabajos por la coincidencia de apellido con su marido, se lanzó también a la publicidad y promocionó su empresa en El Anunciador, una cabecera local. El texto en sí ya era todo un reclamo:
La vida profesional le sonreía. Incluso se atrevió a salir de su ciudad de adopción para recorrer el país, como había hecho su instructor, el Conde de Lipa, años atrás. Entre sus destinos, Zaragoza, donde se celebraba el Concurso Nacional de Fotografía de 1868. Su obra no pasó inadvertida y recibió una mención honorífica. Otra barrera rota para una mujer en un mundo, por entonces, casi exclusivo de hombres.
Era su mejor momento vital y nada parecía poder derribarla. De golpe, una noticia lo cambió todo: en 1869 su marido recibió la concesión del Gobierno para imprimir La Gaceta Agrícola en Madrid. Una oferta irrechazable para él y para la economía del matrimonio. La mudanza supuso el cierre del estudio fotográfico. “No hay pruebas de que permaneciese abierto con otros gerentes tras su marcha”, reconoce Vicente Barba.
Cerró su bufete y con él, la actividad laboral de Amalia, pues su rastro profesional se pierde en Madrid, donde no hay ninguna pista sobre posibles obras suyas. Tal es la sombra de su larga etapa madrileña que aún no se sabe con certeza ni dónde ni cuándo murió. Sí su marido Francisco, fallecido en 1899 en la capital.
“Muy poca gente la conoce”, confiesa con tristeza el técnico del consistorio jiennense. “No hay nada expuesto suyo, al menos de forma oficial, ni nada que haga que la recordemos. Y da pena”. Más de un siglo después, el nombre de Amalia López Cabrera sigue sin sonar como lo que fue: una pionera.