Se busca alternativa al gas ruso: las puertas a las que la UE está llamando con urgencia
Europa importa cada año el 40% de su gas del país de Putin y es forzoso dejar atrás esa dependencia. Por eso acude a EEUU, Noruega, Argelia o Israel en busca de ayuda.
Bruselas busca socio para comprar gas. Que sea serio, seguro y garantista y, a ser posible, que no seque sus bolsillos con precios desorbitados. No lo ha sido Rusia, quien hasta ahora, cada año, vendía a la Unión Europea el 40% del gas que necesitaba, unos 155.000 millones de metros cúbicos. No es que Vladimir Putin fuera el aliado ideal, limpio como una patena, pero Occidente llevaba décadas haciendo la vista gorda a su autoritarismo a cambio, entre otras cosas, de energía.
Ahora, con la invasión de Ucrania, esa estabilidad ha estallado por los aires y el flujo no llega ni es razonable que llegue de quien inicia una guerra: cortes de los gasoductos a Polonia (33.000 millones de metros cúbicos menos) y Bulgaria (31.000), amenazas con el Nord Stream que lleva suministros hasta Alemania y el temor constante a que cierre el grifo por completo en respuesta a las sanciones internacionales. Desde que comenzó la contienda, hace seis meses, la UE está pagando a Moscú un 89% más por su energía, cuando le compra menos material, desvela la Agencia EFE.
De ese bucle hay que salir, no se puede alimentar la maquinaria que ha dejado ya casi 6.000 muertos civiles en Ucrania. En la Comisión Europea hay consenso sobre este extremo, pero lo complicado es saber a qué puerta llamar para lograr compensar esa desconexión de Rusia. Porque ni todo el mundo está dispuesto, ni todo el mundo tiene reservas, ni todo el mundo tiene manera de enviar el gas, ni todo el mundo es enemigo de Moscú, ni todo el mundo rechaza hacer un negocio descarado con esta crisis, ni todas las reservas, de nuevo, están en países democráticos y legales.
Cómo están las cosas
La CE llegó a un acuerdo el 19 de mayo pasado para que los Estados miembros tengan al menos un 80% de gas en sus reservas antes del 1 de noviembre y así se preparen “ante las potenciales interrupciones del suministro”. “Los bajos niveles de reserva de gas sumados a la escalada del conflicto armado en Ucrania desde febrero de 2022 han contribuido a elevar la incertidumbre del mercado y han conllevado una mayor volatilidad de los precios de energía”, justificó la Comisión en un comunicado.
Actualmente, los datos revelan que las cosas se están haciendo bien: según Gas Infrastructure Europe, la asociación que representa a los operadores de la infraestructura gasista en el continente, las reservas de gas del territorio UE rozan ya el 76%, con ocho Estados -España entre ellos, más Bélgica, República Checa, Dinamarca, Francia, Suecia, Polonia y Portugal- por encima de lo pedido por Bruselas.
Era la primera orden: guardar, como la hormiga. La segunda era ahorrar, y en ello están los Veintisiete, a distintos niveles, según sus diversos escenarios. El pasado julio, los ministros de Energía de la UE cerraron un acuerdo para reducir el consumo de gas con vistas al invierno, que mantiene el objetivo general inicial de reducir un 15% la demanda de gas a nivel europeo entre el 1 de agosto de 2022 y el 31 de marzo de 2023, pero que por ejemplo pide la mitad de esfuerzo a España.
Seguridad, seguridad y seguridad es lo que reclama la presidenta europea, Ursula von del Leyen, en cada intervención sobre energía. Sin embargo, ahora mismo no la hay. Según un informe publicado por el Foro Económico Internacional (FMI), desembarazarse de Rusia supone buscar en otro lado el 10% de toda la energía disponible en Europa y eso es “mucho”. Aunque se indague y se indague para dar con alternativas, sigue quedando un buen pico de gas ruso que, hoy por hoy, es imposible de suplir.
Sus cuentas son que la UE puede lograr 50.000 millones de metros cúbicos de gas nuevos si acelera las importaciones de otros países, lo que rellenaría un 32,26% del agujero que deja el ruso; puede tener 14.000 millones más (un 9,03% de que se quiere dejar de comprar a Moscú) si recurre al carbón, una fuente fósil que se estaba abandonando pero a la que Bruselas ha reabierto la puerta, en casos concretos y justificados, para que sirva de muleta ante esta coyuntura -Alemania, por ejemplo, ya ha dado el primer paso-; 10.000 millones de metros cúbicos de gas más (6,45%) se pueden lograr vía gasoductos y otros tantos, con el fomento de energías como las renovables y la nuclear; al fin, 17.000 más (10,97%) se pueden ahorrar sencillamente con una reducción general de la demanda.
Quedarían 54.000 millones de metros cúbicos de gas sin posibilidad real de cobertura en este momento, que suponen aún un 34,84% de lo que hoy se importa de Rusia. Esa frase famosa del jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, de que Europa le paga al día mil millones a Putin por su gas se intenta reducir, pero qué difícil es.
¿Qué pasos que se van dando?
Desde Europa se han dado unos cuantos primeros pasos importantes para acabar con esta relación con Rusia. En abril, los bálticos, Estonia, Letonia y Lituania, decidieron dejar de comprarle gas, directamente, y por ahora se mantienen con sus reservas. Está el plan de ahorro, está la revisión del carbón ya citada y la polémica taxonomía, que ha decidido que las inversiones en nuclear y gas sean consideradas ahora “verdes”, sostenibles, útiles para la transición energética.
Y luego está la búsqueda de nuevos mercados, un proceso caro e incierto que se resume en Bruselas con la frase del presidente francés, Emmanuel Macron: “es el precio de la libertad”. El primer país al que recurrió la UE fue Estados Unidos, por razones claras: es una potencia en el sector, es un aliado fuerte y fue el primero que tedió la mano para tejer una alianza global contra los intereses del Kremlin. Ya en marzo, un mes después de que comenzase la invasión, Bruselas y Washington firmaron un acuerdo por el que EEUU proporcionará a la UE al menos 15.000 millones de metros cúbicos adicionales de combustible para finales de año, lo que sumado a los 22.000 millones que ya aportaba el año pasado puede suplir el 10% del gas total que Europa compra a Rusia.
Se haría a través de barcos, la vía más rápida cuando no hay tuberías disponibles. Se compra gas licuado y se lleva a naves metaneras para regasificarlo en alguna de las más de 30 plantas que existen en Europa a tal efecto, siete de ellas en España, el país con más instalaciones de esta naturaleza.
También se han firmado dos memorandos de entendimiento, uno para tener flujo desde Oriente Medio y otro, desde el Caspio. El primero, en junio, se rubricó con Israel y Egipto. El plan es transportar gas natural de suelo israelí a suelo egipcio por gasoducto, donde se licuará antes de ser enviado a suelo europeo desde el Mediterráneo. Por ahora no se han dado detalles de lo que se va a exportar.
El segundo memorando se firmó con Azerbaiyán, en este caso, con cifras concretas: el plan es duplicar el suministro que llega a Europa en 2027, con una ampliación del Corredor del Sur, que cruza en Cáucaso. Ahora mismo, Azerbaiyán vende más de 8.000 millones de metros cúbicos de gas al año a la UE y se espera que ya el año que viene se eleve la cifra a 12.000. Para dentro de cinco años habría de llegarse a los 20.000, ese es el horizonte.
El único país que provee de esta energía a la UE dentro del continente es Noruega, que no es un estado comunitario, pero sí participa del Espacio Económico Europeo, a través de la Asociación Europea de Libre Comercio. La opción noruega gusta por cercanía y por volumen de producción, ya que es el tercer exportador del mundo tras Rusia y Qatar y ya cubre el 20% de la demanda de gas comunitaria. Países como Alemania, Países Bajos y Francia, además del divorciado Reino Unido, se nutren de Noruega a base de gasoductos que cruzan el Mar del Norte.
Equinor, que es la empresa pública encargada de este sector, ya ha aumentado su producción de gas para ayudar a Europa, con más de 1.400 millones de metros cúbicos -lo que satisface la demanda de gas de unos 1,4 millones de hogares europeos durante un año-, y ha mostrado su disposición de ir a más. El Gobierno ha garantizado “altos niveles de exportación” si sus aliados europeos los necesitan.
Curiosamente, el mayor yacimiento de gas en suelo comunitario casi no sirve. Se encuentra en Groninga, en el noroeste de los Países Bajos, y contiene suficiente gas como para sustituir tres años el suministro ruso a la UE. Sin embargo, el Gobierno holandés quiere cerrarlo el próximo año por los terremotos que provoca la extracción y las enormes quejas vecinales. Ahora la coyuntura es otra y aumentan las presiones para que se reconsidere la decisión, lo que está generando un importante debate nacional.
Las apuestas por cerrar
Hay otros países que también se están ofreciendo o han empezado a contactar con Europa para ello, como nuevos socios o socios reforzados en el campo del gas. Uno de ellos es Qatar, que en diversas reuniones ha hecho saber a Bruselas que es un socio comercial “confiable” y que cumple con sus obligaciones contractuales en cuanto al suministro. En Doha se niegan a entrar en política, evitando roces con Putin, sólo se limitan a hablar de negocios, y también avisan de los márgenes que tienen para vender. “El volumen de gas necesitado por la UE no puede ser reemplazado por nadie de forma unilateral sin afectar al suministro de otras regiones del mundo”, adelantan.
En julio, el nuevo presidente de Emiratos Árabes, Mohamed bin Zayed Al Nahyan, visitó Francia en su primera salida al extranjero y aprovechó para firmar con Macron un acuerdo para asegurar el suministro de energía a Francia, pero con el objetivo de “identificar proyectos de inversión conjunta en Francia, los Emiratos Árabes Unidos o cualquier otra parte del mundo en los ámbitos del hidrógeno, las energías renovables o la energía nuclear”. Europa y sus necesidades estaban en ese acuerdo, aunque no se nombraran.
Mediación está haciendo también Turquía, pero con Turkmenistán. Ambos países han firmado otro acuerdo marco para que Asjabad, que desea diversificar las exportaciones de su gas a los mercados mundiales, suministre gas al proyecto de gasoducto transanatoliano (TANAP). La idea es que ese pacto bilateral se extienda a Europa. Nueva oportunidad de Estambul para que la UE le deba una.
África está igualmente en el punto de mira. Argelia sobre todo, un país con el que España tenía en este campo una relación de preferencia que se ha perdido por su cambio de postura respecto a Marruecos y el Sáhara Occidental. Hay promesa de mantener los acuerdos, pese a todo, pero es Italia quien está cogiendo delantera y firmando todos los acuerdos que puede con Argel, ahora además dejando el mensaje de Von der Leyen. Mario Draghi, aún como presidente en funciones, ha arrancado 4.000 millones de metros cúbicos más, que elevarían a 14.000 el total que ya recibe. Puede ser la antesala de una dosis extra para toda la Unión, que se trata entre bambalinas. Esta misma semana ha acudido también a Argel Emmanuel Macron. Ambos países se han prometido refundar su relación y mirar hacia “nuevos horizontes”.
Matthew Baldwin, subdirector general del departamento de Energía de la Comisión Europea, estuvo en julio en Nigeria y reconoció que estaba buscando “suministros adicionales” de gas para el viejo continente en este país. Las autoridades locales le dijeron que estaba mejorando la seguridad en el delta del Níger, esencial para garantizar el flujo, y que planeaban reabrir el gasoducto Trans Niger antes de que acabe el verano, lo que generaría más exportaciones de gas a Europa.
Se espera que en la segunda mitad de esta década aumente notablemente la producción de gas del continente africano, cuando ya estarán en marcha nuevos proyectos aún en vías de construcción. En ellos están implicados ya firmas europeas, como la italiana Eni, que tiene a medias una red en el Congo con conexiones posibles a Argelia, Egipto, Nigeria y Angola, multiplicando las posibilidades de distribución. En Tanzania están en desarrollo instalaciones de gigantes como la noruega Equinor, además de la británica Shell y la norteamericana ExxonMobil, todas de países con los que las relaciones de la Comisión están bien engrasadas.
El riesgo
En el sector se pone el acento en que hay que ir con precaución a la hora de buscar socios, porque se están dando casos de precios diez veces por encima de lo normal y con incumplimientos de contrato, una manera de presionar al cliente desesperado que es hoy Europa. También, porque hay que tener cuidado con a quién das la mano, no vaya a ser que luego te la muerda o te la ate, a la hora de tomar esas decisiones.
Básicamente, ya están surgiendo quejas de organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch (HRW) sobre los nuevos aliados energéticos de Europa, desde Azerbaiyán y su silenciamiento de opositores al Egipto de Abdelfatah El-Sisi y su puño de hierro, pasando por Emiratos o Qatar y su trato a mujeres, homosexuales, intelectuales libres o activistas, o a Israel, investigado por crímenes de guerra contra los palestinos y que aplica una política de apartheid, según la ONU.
En julio, la comisaria de Energía, Kadri Simson, tuvo una reunión con autoridades de Azerbaiyán y la Agencia EFE preguntó sobre si el tema de los derechos humanos había surgido en el encuentro. “Esa reunión se centró específicamente en la cooperación energética”, dijo un funcionario. “La UE plantea sistemáticamente las cuestiones de derechos humanos en las conversaciones con Azerbaiyán a todos los niveles y seguirá haciéndolo”, zanjó.
La agencia española va más allá y desvela que “desde mayo pasado no es posible encontrar ni una sola mención a los derechos humanos, los valores o la democracia en la nueva política energética exterior de la UE, el plan REPowerEU del bloque para cortar la dependencia de los combustibles fósiles rusos tras la devastadora invasión de Ucrania por parte de Moscú”.
A la pregunta de si ello es coherente con el plan de acción 2020-2024 de la UE sobre derechos humanos y democracia a nivel mundial, el mismo funcionario de la UE consultado por EFE enfatizó que aunque la nueva estrategia “se centra en la energía y no se refiere explícitamente (por razones de brevedad) a los derechos humanos”, incluye una referencia a “una transición energética justa e inclusiva” en línea con los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU.
Ahora lo que hace falta es que esa brevedad no sea olvido y la pelea sea sólo por el gas y no por la humanidad.