Al dar de mamar pude descubrir tiempo que no sabía que tenía
Esta foto de mi hija Viola y de mí (hace dos años, ella pegada a mi pecho izquierdo) ha generado un malentendido. Después de verlo, un amigo pensó que sería la perfecta inspiración para una campaña de lactancia. La realidad es que, al salir del piso, quise hacerme una selfi con la diadema que mi prima me regaló de cumpleaños, pero a Viola le entró hambre, así que me subí la camiseta y le di de mamar.
En la foto estaba mi nueva intención de dejar la lactancia, lo que llevo intentando hacer cuatro meses (obviamente sin éxito). Déjame decirte que, si al dar de mamar el cuerpo es poderoso, al dejar de hacerlo, debe serlo el doble.
Siempre he tenido una "relación" muy personal con mis pechos, nunca he estado dispuesta a compartirlos. Nunca habría imaginado que podría amamantar, renunciando a ellos por dos recién nacidos, con apenas dientes, durante un total de tres años y medio. Si añadimos el hecho de que mis dos hijas no mamaron del pecho derecho, sino solo del izquierdo, eso nos hace a mí y a mi pecho izquierdo doblemente mártires.
Ahora, gracias a Dios, soy una profesional de la lactancia. Las he amamantado haciendo cola para los probadores de Zara en rebajas, puedo hacer posiciones casi contorsionistas para darle el pecho a mi hija si está sujeta en el asiento de un coche en movimiento, y puedo darle de mamar en la oscuridad sin despertarme cuando tiene hambre por noche. Ella también es bastante hábil: hace el pino y otras posiciones de yoga mientras mama, me trae el móvil cuando quiere comer para asegurarse de que yo pueda entretenerme con Instagram, habla, canta y cuenta hasta 15 con el pecho en la boca.
Pero todavía recuerdo los primeros días con mi primera hija, corriendo a cabinas reservadas para familias en un centro comercial con un pecho hinchado que una vez se puso a echar leche a chorros, ahogando al bebé y provocando el caos en esos sillones de cuero falso. Recuerdo haber metido hojas de col malolientes en el sujetador, recuerdo las primeras dos semanas de dolor en los pezones, probar todas las posiciones para que el bebé se enganchara... Recuerdo el "¡Oh, se ha trabado!", la matrona amenazando con rellenar el biberón, el peso, la ropa equivocada que solía ponerme, y que significaba que tenía que desnudarme por completo y encerrarme en un baño público para dar de mamar.
Mientras tanto, conocí a madres que fueron criticadas por no tener suficiente leche o tiempo para amamantar a sus hijos. Y otras a las que se les fue de las manos un poco, y aceptaron la lactancia materna como una misión universal, amamantando a los niños de otras personas con litros de leche "casera" donados a los bancos de leche.
Yo, por mi parte, siempre estaba entre el amor y las ganas de recuperar mi pecho, pero si sigo aquí hablando de ello es porque ganó el amor. Quizás porque hay momentos en los que siento que quiero ser la persona que mi hija conoce mejor. Tal vez porque al dar de mamar pude descubrir tiempo que no sabía que tenía. Un tiempo solo para nosotras dos, cogiéndole de las manos y los pies, sudando a veces y mirándonos de cerca. Dándonos mimos la una a la otra. Oliéndonos entre nosotras en esa intimidad animal que nos hace abrazarnos más fuerte, como si, cada vez, siguiera dándola a luz, como si ella siguiera viniendo al mundo.
Qué lucha y qué maravilla. ¡Feliz Semana Mundial de la Lactancia Materna 2018!
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Lucía Manchón Mora