Agarrarse a una coleta: transformación de sentimientos y herencia del patriarcado
Fue relevante lo que se dijo, pero todavía lo fue más aquello que ese decir ocultó.
En la sesión de la Comisión de Trabajo del Congreso de los Diputados del pasado 22 de marzo, un diputado del PP adquirió resonancia mediática por despreciar a Yolanda Díaz, ministra de Trabajo y futura vicepresidenta tercera del Gobierno. La condena social que espetó el político fue que en Podemos “las mujeres solo suben en el escalafón si se agarran bien fuerte a una coleta”.
Es difícil ocultar que, en España, como en la mayoría de los países de nuestro entorno, hay una acuciante falta, la cual todavía no ha sido colmada por una pedagogía objetiva y científica sobre la genealogía y el propósito del feminismo y su dialéctica antropológica con la dominación patriarcal.
El agujero que produce esa falta viene siendo aprovechado por la caja madre del patriarcado para distorsionar las posibilidades de la ciudadanía a la hora de que esta pueda entender en su justa medida qué es cada cosa de las que están implicadas. En el grosero ejemplo, la cadena de significantes formada por {agarrar + fuerte + coleta} visibilizó la estructura de un síntoma con la que el lenguaje del inconsciente se manifestó —como siempre, con una agudeza simbólica puntiaguda— y que voy a comentar someramente.
Para empezar, lo que el patriarcado designa es un sistema hegemónico en el que unos pocos hombres tienen el poder para subordinar o explotar a otros hombres, mujeres, niños y, en épocas concretas de la historia, esclavos y poblaciones enteras una vez eran colonizadas, ocupadas o conquistadas. Entender esta conceptualización significa que su esencia no se limita a la de ser una ideología —en la que quedaría localizada como subproducto el machismo—, sino que va mucho más allá.
Una primera clave para comprender ese más allá radica en la comprensión de lo que implica hegemonía: su causa primera no se conforma con fundar un grupo de personas que comparte un catálogo de ideas, valores, creencias y objetivos materiales para alcanzar una posición dominante sobre el resto de la sociedad. La profundidad y el alcance de aquello que es hegemónico se extiende sobre la práctica totalidad de lo que conforman las actividades sociales y la concepción misma de la vida. Se infiltra no solamente para acondicionar nuestra visión del mundo, sino que se apropia del reflejo de nuestro cuerpo en el espejo.
Cuando nos vemos en un espejo construimos una imagen de nosotros, tanto a escala simbólica como tangible, que ocupa el centro de nuestra conciencia. En el proceso, sin embargo, perdemos el conocimiento de que el cuerpo real no está en la imagen reflejada, porque esta nos viene dada desde otro lugar. La hegemonía es la que opera en el espejo y nos devuelve la imagen de un yo ideal, al que algo le falta o le sobra, y es a partir de ella, torcidos, que definimos nuestro mundo y a nosotros mismos.
En consecuencia, la hegemonía termina por cerrar todas las representaciones que hacemos de la realidad. Eso significa que su influencia se halla presente tanto en los deseos como en el lenguaje que utilizamos para suprimirlos o imponerlos.
Así es como el machismo surge como un derivado de la hegemonía patriarcal, cuya estrategia de adoctrinamiento persigue la impresión en la mente y el cuerpo sociales de una imagen grotesca del prójimo, especialmente la de la mujer, el diferente, el homosexual o el débil. Arquetipos que incomodan la idea de masculinidad potente y agresiva, puesto que la enfrenten a sus contrarios en una disputa por la posesión y posición del falo.
El lapsus del deseo de “agarrar una coleta”, que surgió en el discurso del vicario del patriarca, se convirtió en el fantasma de un algo no-dicho compartido por la camarilla de hombres y mujeres que gozaron, sin saber realmente por qué, con el desprecio recibido por Yolanda Díaz. En efecto, fue relevante lo que se dijo, pero todavía lo fue más aquello que ese decir ocultó y lo que aspiró a seguir borrando para garantizar una represión torsionada de lo anal frente al estiramiento de lo genital.
En segundo lugar, lo que alumbra el feminismo es un proyecto esperanzador de liberación, emancipación y rebelión contra quienes subyugan no solo a las mujeres, aunque estas sean su sujeto político principal. El feminismo representa el conflicto con el androcentrismo que ha predominado en la evolución de las sociedades.
El papel histórico de las mujeres y no el de los hombres, continúa siendo problemático porque la masculinidad ha sido la norma mientras que la feminidad ha constituido la desviación de la norma. Él es el sujeto y ella no adquiere el estatuto de autonomía salvo como entidad que políticamente se inscribe o deriva de ese sujeto. Bajo esta premisa de opresión, la demanda de ella y de la de todas las olvidadas de la historia es la de tomar el poder de poder o, dicho con otras palabras, ser lo que ellas quieran ser.
Ambos enunciados son profundamente existenciales y esquivarían la trampa de anonadarse con el deseo aislado de hacerse con el poder, lo que provocaría el riesgo de reproducir esquemas de dominación heredados del patriarcado. Esta situación queda plasmada en el juego de confusión deliberada con el que ciertas mujeres descuidan que para cumplir con el poder de poder o ser lo que quieras ser, como posibilidades reales para la mayoría, es imprescindible una transformación sistémica de las estructuras del lenguaje cotidiano y del funcionamiento de instituciones y empresas: un cambio en la imagen del espejo. Es decir, la castración del padre que las autoriza a ocupar su posición siempre y cuando sea a su imagen y semejanza.
¿Qué vemos ahora que está en juego? Nos hemos adentrado desde hace décadas en una transformación de las estructuras de sentimiento que ordenan nuestras relaciones entre iguales y diferentes. Raymond Williams consideraba que estas estructuras de sentimiento se basan en experiencias sociales que demandan soluciones a partir de reaccionar con las mismas emociones ante los mismos desequilibrios y disfuncionalidades de una sociedad. De manera que, en algún momento de la historia, el abandono de niños y la pobreza radical terminaron por trascender la piedad y compasión ideológicas, y produjeron principalmente vergüenza, activándose el deseo de una justicia reparadora en todos los estamentos, superando el miedo por levantar las alfombras y enfrentarse con objetividad científica a las causas verdaderas.
¿Estamos en el camino de que esas soluciones y sentimientos comunes sean eficaces para superar el androcentrismo? De momento, lo que observamos es que la transformación todavía está en proceso. Algo palpable al examinar como muchos casos de violencia de género todavía dividen los sentimientos de la sociedad o bien, como en el ejemplo comentado, que hubiese mujeres sonrientes que estuvieran de acuerdo con el decir del diputado del PP. El poder de captar los perfumes que sobrepasan la inteligencia sintetizó la aspiración mística durante el cristianismo primitivo, pero en las sociedades humanas la eterna ambición terrenal continúa siendo superar el perfume de lo incestuoso.