África asfixiada: entre la crisis climática y la violencia
El año 2021 fue terrible a nivel climático para África, y muy especialmente para África Occidental.
Desde Alianza por la Solidaridad-Actionaid se ponen sobre la mesa datos sobre África y el impacto del cambio climático durante el pasado año. Llegan justo el día en el que 18 seres humanos procedentes de ese continente han muerto en aguas de Lanzarote, tras lanzar un aviso de socorro. Los 9 supervivientes estaban agarrados, cuando llegó Salvamento Marítimo, a una lancha neumática. Seguramente llegaban meses, quizás años, viajando hacia un hemisferio norte que lleva siglos cambiándoles la vida: durante dos siglos con la colonización y el esclavismo; hoy, con un cambio en el clima del que dependen sus vidas al que han aportado muy poco y que se acompaña de violencia, guerras y olvido.
El año 2021 fue terrible a nivel climático para África, y muy especialmente para África Occidental, precisamente la región donde en pocos meses se suceden los golpes de Estado, azuzados por el terrorismo y la pobreza. Los datos que recoge Alianza, que se hace eco de los registros de la agencia norteamericana NOOA, nos dicen que fue el tercer año más cálido en el continente (sólo por detrás de 2016 y 2010) y que este calentamiento es el más pronunciado del planeta. En concreto, hubo una temperatura de 1,33 ºC por encima del promedio del siglo XX, cuando a nivel mundial fue de 0,83ºC. Medio grado más que acerca a ese continente al punto de inflexión de los 1,5ºC que han marcado los científicos como límite y que la comunidad internacional reconoce que es un dato al no se puede llegar.
Sobre las catástrofes climáticas vemos en Mozambique se sucedieron los ciclones (en 2021 Eloise causó un auténtico desastre) y en el Cuerno de África las sequías, pero los datos revelan que el incremento insidioso de las temperaturas, ese aumento que destruye más lentamente, afectó sobre todo a África Occidental, particularmente a Malí, Mauritania, Burkina Faso, Senegal, Guinea, Benin, Togo y Nigeria. Da la casualidad de que en tres de estos países ha habido golpes de Estado en los últimos meses: Mali, Guinea Konakry y Burkina Fasso. Países donde estas crisis políticas se relacionan con la presencia de islamistas o con el desembarco de nuevas potencias económicas, como China, Rusia o Turquía para unos ‘negocios’ cuyos réditos no llegan a una población, pero que también tienen detrás ese empobrecimiento paulatino que ‘suda’ la cambiante climatología.
“Tras los golpes militares en Mali y Guinea, y ahora en Burkina Fasso, está el riesgo de un cierre de fronteras que sería terrible para los mercados agrícolas locales de toda la zona. Se habla de tomar represalias y al final las sufren los de siempre. Senegal, por ejemplo, está en medio y muchas familias viven al día con sus cultivos, vendiendo sus productos. El país también recibía un turismo que con el covid-19 se ha parado. Pero las lluvias son cada vez más inestables. Y los grandes proyectos que llegan no palían esta situación, potenciando el descontento”, afirma Javier Larios, coordinador de Alianza en Senegal y Mauritania.
Sin embargo, ¿qué hace el mundo rico para evitar esa desestabilización, azuzada por la pobreza? Todo indica que los escasos fondos climáticos existentes no están llegando a quienes debieran. Investigadores de la Universidad de Muchic acaban de publicar un trabajo (en ‘Global Envirommental Change’) en el que concluyen que casi la mitad de las naciones más vulnerables al cambio climático , desde Haití hasta Afganistán, pasando por África, no recibieron nada en la primera ronda de distribución de ayudas del Fondo Verde para el Clima (GCF, por sus siglas en inglés) de la ONU. En África, no hubo ni un dólar para 13 de los 30 estados menos desarrollados y más vulnerables de los 5.000 millones de dólares distribuidos. Ahora dicen en GCF que desde 2019 han mejorado el acceso pero todo indica que los trámites son tan complejos y burocráticos que los más necesitados se quedan fuera. La situación es, en el fondo surrealista: la complejidad obliga a destinar parte de estos fondos a aprender cómo conseguirlos, lo que a su vez requiere trámites engorrosos, según estos científicos.
Lo peor es que detrás de este absurdo hay personas, ancianos y niños, mujeres y enfermos y que el sistema, al final, mantiene viva la ’injusticia climática” que supone no contaminar pero sí sufrir las consecuencias del cambio climático.
Resulta evidente que el hemisferio norte es mucho más eficaz cerrando fronteras que en el cumplimiento de sus compromisos y responsabilidades. ¿Dónde quedó aquella promesa de pagar colectivamente 100.000 millones de dólares al año en 2020 para financiar la adaptación al cambio climático? Pues que ahora se aplaza 2023. ¿Y qué pasará con esta reclamación de que lo poco que hay se distribuya a quien más lo precisa? La respuesta se puede adivinar.
De lo prometido, el Fondo Verde del Clima ha conseguido en una década un total de 10.000 millones, de los que a día de hoy se han desembolsado 2.900 millones. En el estudio alemán se constata como países con graves catástrofes climáticas, como Mozambique o Zimbaue (los dos más afectados en 2019) figuraban en los puestos 32 y 308 de favorecidos por el Fondo.
Aunque nadie duda de que proyectos de adaptación que podrían ponerse en marcha, como plantar árboles para evitar la expansión de los desiertos o construir defensas contra inundaciones, son particularmente importantes en toda África, lo que vemos es que se levantan grandes mega-puertos desde donde seguir exportando los recursos naturales africanos, porque industria no hay. Una balanza que sólo generará más desequilibrio.
Ahí está el caso del gran puerto previsto en la costa senegalesa, el N’Dayane , construido por una empresa de contenedores de Dubai, DP World, a unos 70 kms. de Dakar, un lugar virgen donde ahora habitan pescadores, aves y los baobads. El 60% del negocio portuario será para los Emiratos y han anunciado ya que habrá una zona económica especial, es decir, que no se pagará nada al Estado de Senegal por comerciar desde ese lugar. Lo llaman fomento de la inversión.
Viajando hacia el norte, al otro lado de la frontera, se prepara otra gran obra en Mauritania, el puerto N’Diago, a 250 kms al sur de Nuakchot. Según las autoridades mauritanas dará salida del gas natural descubierto en el yacimiento interior Grand Tortue Ahmeyin. Aquí lo construye una empresa china, muy cerca de la desembocadura del río Senegal, donde está el Parque Nacional Langue de Barbarie de Senegal, una espectacular reserva de aves única en el mundo, y muy turística. Si en el primer puerto la inversión ronda los 900 millones de dólares, en el segundo serán 352 millones. Cabe preguntase ¿en qué se beneficiarán a los pescadores, campesinos y pastores de estas zonas? ¿Acabarán en pateras rumbo a Canarias o chocando con las concertinas de Melilla?
La misma ONU, en el Informe de la Brecha de Adaptación 2021, reconoce que las medidas de adaptación climática no están siendo una prioridad para muchos países del sur porque, en realidad, no tienen cómo pagarlas, aunque no profundiza en el meollo de la inaccesibilidad a los fondos escuálidos que existen. Ya no digamos para pagar destrozos. En ese asunto triunfa el “allá te las apañes”.
Pese a ello, en la última Cumbre del Clima en Glasgow, COP27, tanto la Unión Europea como EE UU impidieron que se incluyera un mecanismo separado de financiación para quienes ya sufren pérdidas y daños por ese 1,33ºC más y sus consecuencias. Dese luego, muchos menos reparos hay a la hora de enviar armas y soldados por cuestiones de seguridad ante el aumento de un yihadismo, que está sabiendo captar a los jóvenes africanos desencantados con Occidente. Condenados a morir ahogados o mal vivir en sus territorios, muchos acaban nutriendo las filas de Al Qaeda, que les paga y les da de comer cuando los pozos se secan.
Alianza por la Solidaridad-Actionaid, que lleva más de una década en Senegal, ha vivido en 2021 temperaturas récord con 42,4ºC en noviembre. Desarrolla en Kolda proyectos relacionados con la transición ecológica y el empoderamiento de las mujeres apoyando huertas comunitarias y el comercio agroecológico. Son iniciativas financiadas gracias a la cooperación española (AECID, Generalitat Valenciana, AEXCID extremeña, la AACID andaluza o el Cabildo de Gran Canaria) que permiten bombear agua con placas fotovoltaicas o conseguir cultivos más resistentes a las sequías, cada vez más severas.
Desde luego, pequeñas acciones mucho más comprometidas con las poblaciones africanas que grandes macro-proyectos que lejos de invertir en desarrollo local y paliar pérdidas, evitando así migraciones no deseadas y angustiosas muertes, acaban generando más daños, ya sea porque se promueve la exportación de los mismos combustibles fósiles que aumentan el problema, porque se destruyen ecosistemas y modos de vida o porque ninguno de los beneficios que salgan de esas grandes obras evitará la pobreza, la violencia y la inestabilidad política. De momento, en estos tiempos es evidente que las tres cosas van a más.