“Mi mujer me pregunta cada día si podrá salir de ahí”: los traductores afganos esperan aún a los suyos
Varios intérpretes que trabajaron con el Ejército español en Afganistán denuncian que sus familias siguen allí: “Los talibanes van a ir a por ellos. Tenemos mucho miedo”.
Omar e Ismael vieron en 2010 la oportunidad laboral de sus vidas. El Ejército español buscaba intérpretes locales para ayudarles en su misión en Afganistán, y ellos cumplían los requisitos. El sueldo estaba bien, para estándares afganos, así que durante más de tres años, estos jóvenes acompañaron a los militares “en la montaña y en la ciudad”, les ayudaron “con la cultura, con la comida, con el idioma”, construyeron fuertes con ellos e incluso transportaron munición, cuenta Omar. Hace tres meses, cuando los talibanes tomaron Afganistán, todo esto se convirtió primero en una posible vía de escape para sus familias, y después en un lastre.
Ismael (nombre ficticio), de 34 años, y Omar, de 32, viven desde 2014 y 2015 en España. Con el repliegue de las tropas españolas, se quedaron sin trabajo y solicitaron asilo aquí, al igual que una treintena de sus compañeros. “Teníamos dos opciones: coger el dinero y quedarnos en Afganistán, o venirnos a España. Yo dije: ‘Me voy’. Si no, los talibanes me matan”, explica Omar. “Nos daba miedo que después de haber trabajado con los españoles nos reconocieran en cualquier sitio y nos hicieran daño”, añade Ismael. Ellos no han vuelto a su país desde entonces. Pero ahora, quienes corren peligro son sus familias.
En agosto, cuando los talibanes se hicieron con Kabul y los países occidentales se apresuraron a sacar de allí a sus colaboradores y familias, Omar e Ismael hicieron llegar los datos de sus familiares al Ministerio de Defensa. Sus nombres entraron en la lista de evacuaciones, aseguran los intérpretes, porque recibieron los salvoconductos de las autoridades españolas. Casi tres meses después de que Estados Unidos perdiera el control sobre el aeropuerto de Kabul, las familias de Omar e Ismael siguen esperando, y el tiempo se les agota.
“Un intérprete es como un diamante. Te sacan información y te matan”
“Los talibanes van a ir a por mi familia. Tenemos mucho miedo”, lanza Omar, que prefiere no desvelar dónde están ahora sus padres, cuatro hermanos y una hermana. “Están escondidos, tienen que cambiar de residencia todo el tiempo”, dice. “Como yo trabajé con los militares españoles, mi familia ahora es el enemigo para los talibanes”, asegura el joven, que no se cree en absoluto la amnistía que prometieron los extremistas al tomar el poder. “No van a perdonar a nadie. Un intérprete es como un diamante, como un oro, para ellos. Primero te sacan información y luego te matan. Ya sabemos cómo funcionan las cosas en mi país”, detalla Omar.
El nivel de desesperación de Ismael es similar. No entiende cómo es posible que su mujer, su madre y sus tres hermanos no pudieran coger el avión que les iba a traer a España en agosto, pese a tener sus salvoconductos y haber pasado jornadas enteras de espera en el tumultuoso aeropuerto de Kabul. La familia esperó y esperó, hasta que el 26 de agosto un atentado del Estado Islámico en las inmediaciones del aeropuerto terminó de sembrar el caos en el lugar, acabó con la vida de más de un centenar de personas, y alejó definitivamente las posibilidades de salida de los familiares de Omar e Ismael.
Ismael lleva siete años sin ver a su mujer. “Me pregunta todos los días si hay alguna noticia, si va a poder salir de ahí o si voy a ir yo”, cuenta el hombre. Él no sabe qué decirle. “Primero prometen que los van a traer, y nos hacemos expectativas, pero nadie cuida de nuestros seres queridos, que están ahí, y no sé cómo hacerles llegar esto”, reconoce. A estas alturas, Ismael no descarta volver a Afganistán, por duro que sea el panorama. “Yo tampoco puedo aguantar más, la verdad, llevo demasiado tiempo lejos de ellos, sobre todo de mi mujer”, admite. “No sé qué hacer”.
Desde que reside en España, Ismael ha intentado que su mujer venga, pero tampoco ha habido manera. Hace un tiempo logró que una abogada les llevara el caso, pero para los trámites necesitaban “unos documentos que allí [en Afganistán] era muy complicado conseguir”, dice. “Al final, no pude traerla. Y luego pasó esto”.
Lo más acuciante ahora mismo para Ismael y su familia es la supervivencia del día a día. Hasta agosto, su hermano y él se encargaban de mantener a toda la familia, mientras los dos pequeños estudiaban en la universidad. Con la llegada de los talibanes, su hermano, que trabajaba en una tele local, se quedó sin trabajo. “Ahora mismo viven sólo de lo que yo les mando”, cuenta Ismael. Y no es mucho. Los dos hermanos pequeños tampoco pueden seguir estudiando porque su universidad no ha reabierto aún sus puertas. “No sé cuándo volverán a abrirla, pero no creo que mi hermana pueda volver. No van a dejar a las chicas”, se resigna el intérprete.
Después de tres meses de espera, Omar e Ismael echan en falta algún tipo de contacto por parte de las autoridades españolas. Ambos han intentado hablar en numerosas ocasiones con Defensa y Exteriores, y las veces que sí les han contestado les dicen que no les pueden dar información, que esperen. Omar cuenta que son 17 los intérpretes afganos que todavía esperan a sus familias, de un total de 75. El HuffPost se ha puesto en contacto con el Ministerio de Defensa para confirmar esta información, sin éxito. Entre los propios traductores hay tanta desinformación e incertidumbre que han creado un grupo de WhatsApp para ir contándose lo que van sabiendo.
El pasado mes de octubre, uno de los intérpretes que llegó a España como refugiado con Ismael y Omar pudo recibir a su familia en Sevilla, después de siete años sin verse. El Gobierno español logró evacuarla, junto a otros dos centenares de afganos, a través de Pakistán. Ismael y Omar confían en que sus familias sean las próximas.
Las evacuaciones siguen, pero “piano, piano”, dice Exteriores
Para cualquier tema que tenga que ver con las evacuaciones afganas, el Ministerio de Defensa remite al de Exteriores. Cuando El HuffPost se dirige a este Ministerio, el departamento encabezado por José Manuel Albares recalca que no puede informar “a terceras personas” sobre casos específicos, pero reconoce “la desesperación” de las familias de los colaboradores que todavía no han podido salir de Afganistán. “Nos llegan cientos de solicitudes a diario”, admiten.
Las mismas fuentes de este Ministerio explican que hay un grupo de “expertos” encargado de estudiar cada caso —“hay que hacer controles de documentos, expedientes, entrevistas personales...”—, y que “se pondrán en contacto” con cada persona una vez pueda resolverse su caso.
Desde Exteriores aseguran que el proceso de evacuación sigue “activo” y que “se exploran todas las vías”, desde pasos terrestres fronterizos hasta fletar autobuses junto con otros países. “Vamos jugando cada día, buscando la forma más rápida y segura, pero ahora es mucho más complicado”, reconocen. “Piano, piano”, concluyen, de forma coloquial.
En la operación de agosto, España logró evacuar a más de 2.000 colaboradores afganos y sus familias, así como a otras personas vulnerables como periodistas, activistas de derechos humanos o miembros de minorías. En una segunda fase, y con apoyo de Pakistán, se consiguió traer a otros 244 afganos entre el 11 y 12 de octubre.
Mientras, las familias de Ismael y Omar siguen esperando. “Están todos en casa, prácticamente sin salir. Todo está parado, no pueden hacer nada. Está todo muy complicado”, resume Ismael. Omar describe una situación muy parecida. Cuando se le pregunta si su familia tiene trabajo en Afganistán, él replica con más preguntas: “¿Dónde está el trabajo en Afganistán? ¿Qué empresas hay allí? ¿Dónde está el Gobierno de Afganistán? ¿Quién les da comida?”, plantea, desesperado. “Las mujeres tienen miedo, no pueden salir sin un hombre a la calle. Tienen miedo de los talibanes, tienen que ir tapadas. Lo peor es para ellas”, dice Omar.
A lo largo de la conversación, el hombre repite varias veces que “las cosas no deberían ser así” y que “esto no debería pasar”. La impotencia se apodera de ambos. “Yo trabajé mucho. Por favor, que los traigan lo más pronto posible. Ellos tienen salvoconductos y están esperando, pero nadie nos responde. ¿Por qué no están aquí? ¿Con quién tenemos que hablar? No lo sé”, se dice a sí mismo Omar.
Tanto él como Ismael explican que la concepción de familia en Afganistán es distinta a la que tenemos en España. En el caso de Ismael, cuya madre quedó viuda, es él quien debe hacerse cargo de la familia. “La responsabilidad de mis hermanos está conmigo”, afirma. “Allí las cosas son diferentes; todo depende de la familia, no es tan fácil independizarse. Aquí el Estado puede apoyar a la gente; allí no”, señala.
Los años que Ismael ha vivido en España tampoco han sido fáciles. En los primeros meses, como refugiado, los trabajadores sociales de Cruz Roja le ayudaron con todos los trámites. Luego, para trabajar, no lo tuvo tan sencillo. “Todavía no estoy muy estable. He estado en muchas ciudades, de aquí para allá, pero nunca he tenido un contrato fijo”, cuenta Ismael. Antes de que estallara la pandemia, Ismael trabajaba de camarero en Lanzarote. Con el covid, perdió ese puesto y ahora trabaja en una tienda de alimentación en Barcelona. “El sueldo es poquísimo, pero me conformo con eso”, dice. Con ese “poquísimo” tiene que mantenerse a sí mismo y a los cinco miembros de su familia en Afganistán.
“Nosotros estuvimos con los españoles, se tienen que acordar de esos días”
Omar también manda dinero a su familia, pero desde Madrid, y en el tema laboral parece más contento que Ismael. En cambio, la preocupación por su familia no se le va nunca, acompañada de un sentimiento de culpa por el hecho de que su trabajo como intérprete les ponga ahora a ellos en peligro. “Estoy preocupado por que los talibanes maten a mi padre y a mi madre. ¿Qué tengo que hacer?”, se pregunta. “Tengo mucho dolor en mi corazón. La familia es muy importante, y yo tengo que estar ahí para ellos. Pero con 32 años, no debería estar preocupado por haber trabajado con los militares y haber dejado ahí a mi familia”, dice. Además de con el Ejército español, Omar cuenta que trabajó otros seis años con los estadounidenses.
“La situación allí está muy mal”, reitera. A Omar le cuesta aceptar que el Gobierno español hiciera en agosto anuncios grandilocuentes sobre el fin de la misión en Afganistán, cuando todavía quedan familias allí. “No pueden decir que la misión ha terminado. ¿Cómo? Todavía falta gente ahí. Mi familia sigue ahí”, insiste. “En televisión ya han salido todos los que han venido. Pero, ¿y los que no? ¿Dónde salimos nosotros?”, se pregunta. “España tiene que pensar en nosotros. Nosotros estuvimos con ellos… se tienen que acordar de esos días”, pide.
Cuando se le pregunta a Ismael si aún mantiene viva la esperanza de ver a su familia en España, él responde como puede. “Es lo único que me queda. Si no, no sé, tendré que volver a Afganistán. No sé qué hacer, la verdad. No sé qué más podemos hacer nosotros”, repite. Ismael aclara que no está “cuestionando” el proceso de evacuación español, pero se pregunta cómo es posible que “las familias de los chicos que hace años estuvieron con las patrullas, con los convoy, que acompañaron a los soldados españoles a cualquier rincón de Afganistán, estén ahora abandonadas”.