Afán de completud: Israel Yehoshua Singer
El 10 de febrero de 1944, el escritor polaco Israel Yehoshua Singer moría en Nueva York víctima de un infarto de miocardio. No llegaba a los cincuenta y un años y gozaba de gran reconocimiento, gracias a la constatable calidad de su trabajo, entre el público y la crítica. El tramo final de su vida, después de la publicación en 1943 de la que sería su última novela, La familia Karnowsky, lo pasó enfrascado en la preparación y redacción de sus memorias, que habrían de ser extensas y detalladas, abarcando desde su nacimiento en 1893 en la ciudad de Biłgoraj hasta su llegada, en la tercera década del siglo pasado, a Nueva York. La imprevisibilidad de su muerte, sin embargo, truncó el grueso de su tarea, dejando únicamente, como una acogedora antesala a ninguna parte, su libro De un mundo que ya no está, en el que el autor alcanza a narrarnos apenas hasta sus trece años; sin duda, son muchas las cosas que se pierden cuando un gran artista ve impedida la consecución de su trabajo.
Israel Y. Singer, al menos con el conocimiento que nos aportan las obras dadas a los lectores en lengua española, demostró ser un escritor de altura y amplia visión: equilibrado siempre y descarnado a veces, su estilo atrapa por su sencillez y no suelta por su sinceridad. Quien quiera comprobar la verdad de mis palabras puede hacerlo gracias a la editorial Acantilado, que lleva actualizando y poniendo sin temblor sobre la mesa, desde hace más de un lustro, los libros de tan desapercibido autor, con traducciones directas del yidis (idioma original del escritor polaco, propio de los judíos askenazíes, y que es una mezcla de alto alemán, hebreo y eslavo) de Rhoda Henelde y Jacob Abecasís.
Es su novela La familia Karnowsky la que goza de un mayor reconocimiento entre los lectores, por eso creo que merece la pena hablar aquí de Los hermanos Ashkenazi, una perla literaria necesaria en cualquier biblioteca que se precie de auténtica.
Esta novela, publicada por primera vez en 1936, aunque previamente había aparecido por entregas en el diario The Forward, comprende un arco temporal tan extenso como complejo, dadas las extremas fluctuaciones sociales, económicas e ideológicas que se producen en tan prolongado espacio de tiempo: da comienzo con las guerras napoleónicas como exiguo telón de fondo para terminar, después de recorrer el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, un poco más allá del golpe de Estado bolchevique de 1917. Aunque el título de la novela hace referencia a los dos hermanos en torno a los cuales se desarrollará la historia, pronto comprobará el lector que la figura central de la narración será el mayor de ellos, Simja Meir, un personaje retraído, solitario, intelectualmente brillante, esforzado y calculador; esto es así porque si la novela se hubiese centrado en su hermano mellizo, Yánkev Bunem, apenas hubiese durado ésta una veintena de páginas, pues su carácter bonachón, alegre y dadivoso no enfrenta mayores dilemas por sí mismo: sólo es con relación a su hermano mayor que lo vemos aparecer, intervenir y sellar su destino.
La industrialización de Polonia queda reflejada sintéticamente en la ciudad de Łódź, urbe que veremos crecer desde la ubicua arena de sus terrenos hasta las humosas alturas de sus chimeneas, y que es el escenario nuclear de las casi setecientas páginas del libro. En ella, los conflictos generales que se presentan al lector están centrados en cuatro líneas dominantes: el proceso de abandono de las viejas formas de producción hacia las nuevas, con la consecuente aparición de la burguesía y la nebulosa existencia a la que se ven entregadas las instituciones nobiliarias; las disputas generacionales entre los valores de padres e hijos judíos, debido al contacto estrecho con las formas de vida gentiles y a la propia Ilustración judía; el impacto de la ideología comunista en las masas iletradas y en sus intelectuales; y, por último, y como todo artista que se precie, en el estudio de la naturaleza humana.
Para el análisis de la naturaleza humana, además de Simja Meir, que lo hará todo por prosperar en la industria textil y convertirse en el rey de Łódź, adoptando como leitmotiv que el fin justifica los medios, aparecen otros ejemplos notables de personajes que encarnan la envidia, la violencia, la hipocresía y la traición. Aunque la más destacable de esas pulsiones humanas, tan miserable y egoísta, es la ya enunciada de aceptar que todo vale si creemos que nuestro dorado ideal es más valioso que los grisáceos rostros de las personas que nos rodean: no sólo sucede esto, además, en las clases altas y la burguesía, sino también, y como evoca de manera sensacional Singer, en aquellos que luchan por la dignidad de los trabajadores, por un lado, y que son capaces de desatender el bienestar de sus propias familias, dejándolas atravesar los días con sus estómagos vacíos y sus cuerpos ateridos. Luego hace entrada, por supuesto, la desilusión final que todo sueño de esta índole lleva aparejado: el funesto traslado de los ideales a la realidad (como esa carnicería y empresa de tráfico de esclavos que fueron el régimen bolchevique y sus epígonos o, en el otro extremo, la burda ansia de poseer y acumular riquezas por afán de prestigio y apariencia).
En la contraportada del libro aparecen dos nombres, dos referencias literarias: uno está superado por el tiempo, el otro difícilmente lo estará alguna vez. El segundo de ellos, Tolstói, es un escritor al que pocos podrían compararse (al menos al de Anna Karenina y Guerra y Paz), en el sentido de acercarse a su talla literaria. Israel Y. Singer es realmente un digno seguidor de la estela y dominio artístico del ruso: el afán de completud del polaco, su esfuerzo por condensar entre las tapas de un libro las fuerzas que determinan las acciones humanas y sus complejos resultados, es tan encomiable como celebrable, habida cuenta del éxito con el que culmina tal empresa.