‘L' adversari’, o el demonio vestido de traje gris y camisa blanca
La historia es la de Jean-Claude Romand. Un hombre cualquiera que vivía en una mentira
Temporada Alta, el festival de artes escénicas de Girona, se inaugura por todo lo alto con L’ adversari. Obra basada en la novela con la que Emmanuele Carrère comenzó su forma de hacer literatura creada a partir de hechos reales en los que de una u otra manera él participaba. Historias que en busca de un autor para ser escritas le encuentran a él.
En este caso, la historia es la de Jean-Claude Romand. Un hombre cualquiera que vivía en una mentira. La mentira de ser médico y trabajar como alto funcionario de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Ginebra. Profesión a partir de la cual se construye una vida. De amante esposo. De padre amoroso. De hijo cariñoso. De, dígase ya, ciudadano normal y ejemplar.
Un ciudadano ejemplar que en el momento en el que se iba a descubrir el pastel, tiró para adelante. Un tirar para adelante que consistió en matar a mujer, hijos y padres. Hasta el perro familiar. Incluso intentar matarse a sí mismo y al objeto de su verdadero amor, que, por otro lado, no le correspondía o le correspondía, pero de forma extraña.
¿Cómo pudo este hombre mantener la ficción de su profesión durante 18 años? ¿Qué tenía de especial para ser creído y creíble? Un hombre que, si la imagen que se da de él en la obra es real, no tenía nada de especial. Más bien era anodino, aburrido, esperable. Traje gris, camisa blanca.
Y, a pesar de eso, consigue que una prima que pasa de él se convierta en su esposa y madre de sus hijos. Que padres, suegros y amante le confíen su dinero, cantidades nada desdeñables. Que el amigo no vea nada raro en él. Que una católica recalcitrante que visita presos en las cárceles, con la que quizás tuvo sus bis a bis, defienda su arrepentimiento.
Vamos, un máquina de la creación de una ficción. Frente a la que el autor, Emmanuel Carrère, otro máquina de crear ficciones, lleno de premios, se considera un aficionado. Al que le cuesta encontrar verosimilitud y credibilidad en lo que escribe. Que para justificar este disparate solo puede recurrir a la típica frase que se usaba en el pasado para promocionar películas, libros y series: basado en hechos reales.
Quizás sea eso. Esa confianza en la realidad el talón de Aquiles de esta propuesta teatral. Su equipo artístico sabe que para justificar cualquier cosa, por inverosímil que parezca, siempre puede decir la frase anterior. No necesita más.
Por eso, lo que se ve en escena parece más un relato de los hechos que un análisis de los mimos. A pesar de la puesta en escena. De las proyecciones. De esa escenografía de salón burgués en la que se ve la televisión al lado de una estantería llena de libros. De esos movimientos sutiles de cajas llenas de evidencias, datos y documentos aportados en los sumarios judiciales. Tan de gran espectáculo de centro dramático y de festival.
Una obra más dicha que hecha, en el sentido que lo haría un entomólogo. Más descriptiva que sentida. Algo que puede que esté en el libro tal cual. Pero que no es la premisa de la que parte. Pues el propio autor, interpretado en escena con el oficio y el olfato fino de Pere Arquillué, dice que, a pesar del rechazo que le provoca la historia, se siente llamado a contarla. Como si le hubiera elegido.
¿Qué hay en esa historia que le atrae tanto como el anillo de El Señor a los Anillos a un Gollum cualquiera hasta hacerle mal? ¿Qué le hace mirar al abismo de ese pozo maligno? ¿Qué le obliga a mirar al demonio, al adversario, a la cara?
No parece que sea el morbo de oír de primera mano la historia y los asesinatos que cometió Romand cuando supo que iba a ser descubierto. Unos asesinatos que, según dice en la obra, tenían como motivo principal el evitar las miradas de todos aquellos familiares, incluidos hijos, que habían sido engañados y estafados.
Una personalidad a la que se le queda corta la definición de locura. Como se le queda corta la reacción de indignación frente a la atención mediática y hagiográfica que recibió y sigue recibiendo. Donde lo interesante, tal vez, no sea la historia de su protagonista sino la duda del narrador, del novelista, de si es o no uno más de los engañados o estafados.
Uno más de las víctimas al haber sucumbido al personaje que Romand. Lo que en la puesta en escena se muestra de forma magistral al hacer que sea el mismo actor el que represente todos los personajes, que son muchos, excepto el del parricida. Pero que no analiza, no llega a desvelar qué le mueve para ponerse sobre los hombros esta historia y todos los documentos y testimonios que la acompañan. El que las historias te eligen es una excusa de salón literario muy pobre, aunque muy común y aceptada entre escritores, letraheridos y lectores, a la que Carrère recurre.
Seguramente la obra mantiene en vilo y en silencio al público por esa atmósfera de thriller que tiene. Como suelen estar en sus casas ante todas esas historias truculentas y reales que se cuentan en cualquier canal en streaming ya sea Netflix o HBO.
Sin embargo, se echa en falta la vinculación emocional entre ese mismo público y lo que pasa en escena. La conmoción, o emoción, que dice tener el escritor, el protagonista, frente a ese asesino banal y anodino al que Carles Martínez dota sutilmente de credibilidad trabajando la aparente vulnerabilidad y timidez de un ser real que no era bueno en nada. Ni en el deporte ni con las chicas. Como la mayoría ¿verdad?