Adiós 2022 y hasta siempre, cabinas telefónicas
Pocas, sin uso y abandonadas, qué queda de estas icónicas instalaciones de cara a su desaparición definitiva en 2023.
Ya no arden, como cantara Joaquín Sabina en Y sin embargo. Las cabinas telefónicas llevan décadas en la calle, pero ya desaparecen poco a poco. A veces incluso con nocturnidad, en lo que dura una noche, para sorpresa de algunos viandantes habituales y para indiferencia de otros tantos.
De un tiempo a esta parte el abandono y el poco uso las habían convertido en un lugar idóneo para los carteles publicitarios, en el posavasos de los trasnochados de madrugada o un palimpsesto de mensajes anónimos como el “Hola, mi amor” que lucía el teléfono de Marqués de Vadillo en Madrid, que encabeza este reportaje y que hoy ya ha desaparecido.
Desde el 1 de enero de 2022 el mantenimiento de los teléfonos públicos dejó de ser una obligación para Telefónica, que mantenía esa obligación prorrogada porque los concursos llevaban años quedando desiertos. Nadie quería gastarse los dos millones de euros que costaba que funcionaran, según la Comisión Nacional del Mercado y la Competencia (CNMC) para unos artilugios de otra época que registraban apenas 0,37 llamadas diarias en 2018.
El organismo regulador ya recomendó revisar la obligatoriedad de su mantenimiento al haber perdido con la llegada de los móviles su carácter de servicio universal, algo que se decretó finalmente en enero de 2020 para dos años después y que ya se advertía en el anteproyecto de la nueva ley de Telecomunicaciones.
Los datos de la CNMC dan fe de la decadencia de las cabinas, que en el año 2000 tocaron el cielo para iniciar después el desenfrenado viaje hacia su desaparición. Entre los teléfonos que se encontraban en la vía pública y aquellos que se encontraban en dominios privados (locutorios, bares, restaurantes y otros establecimientos), aquel año llegaron a sumar 108.899, mientras que en 2021 contaban 15.595, un descalabro del 85,6%.
La razón principal de la hecatombe de los teléfonos públicos se encuentra en la proliferación de teléfonos móviles. Según los datos, en la actualidad hay alrededor 117 de estas líneas por cada 100 habitantes, debido a que muchas personas usan una para sus comunicaciones personales y otras para las laborales.
El imaginario colectivo
Las cabinas, y en general los teléfonos públicos, han permeado en el mundo de la cultura prácticamente desde que empezaron a instalarse. Aparecen en multitud de películas, libros, novelas gráficas y hasta en cuadros.
En España, incluso, una de ellas fue el elemento central del cortometraje La cabina del fallecido Antonio Mercero, en el que el célebre actor José Luis Vázquez quedaba atrapado sin remedio. Fue una obra con un gran impacto, y por su contexto (data de 1972), se interpreta como una metáfora de la asfixia general que reinó durante los años de la dictadura franquista.
El escritor y periodista Juan Tallón hizo un buen repaso en un artículo en El País de algunas creaciones artísticas que, de un modo u otro, han pasado por un teléfono público. Y es que muchas películas, como Amor a quemarropa, El apartamento, Uno de los nuestros, Charada, El Padrino, El club de la lucha, Última llamada, Los pájaros, Superman, Los Soprano, The Wire, El Crack, Qué noche la de aquel día, Matrix o Mujeres al borde de un ataque de nervios convirtieron las cabinas en territorios míticos.
Las cabinas fueron también el medio de comunicación favorito para representar la clandestinidad. Eran el medio idóneo para las conversaciones que no debían ser escuchadas fácilmente. Espías extranjeros, delincuentes, buscavidas y amantes han buscado una cabina como agua en el desierto para satisfacer sus más oscuros propósitos y sus más bajas pasiones.
También estaban, más mundanos, los que tiraban de picaresca y con unos alambres sabían manipularlas para poder hablar todo el tiempo que quisieran sin pagar y también aquellos que, menos mañosos, se dedicaban a darles golpes para tratar de conseguir alguna moneda suelta para el autobús.
Quedan sin uso ni propósito, derrocadas por los omnipresentes y todopoderosos smartphones. Se estima que en la actualidad apenas el 20% de la población las ha utilizado alguna vez. Probablemente en unos años será preciso explicar cómo eran y para qué servían, como hacen los mayores de hoy sobre los serenos, las cocinas de leña o las conexiones telefónicas que antes precisaban de operadoras y tiempos de espera de varias horas para hablar entre ciudades.
Quién sabe si Clark Kent tendrá que buscarse en el futuro un nuevo lugar donde transformarse en Superman. Adiós, mi amor.