Primero adelgacé, ahora quiero recuperar mi autoestima
No os torturéis para encajar en un molde, porque eso, por sí solo, no va a ayudaros a alcanzar vuestras metas.
Hace poco fue Año Nuevo. Una nueva oportunidad para sacudirse esos viejos hábitos que no conseguisteis quitaros en 2019 ni en 2018 ni en 2017 ni en 2016...
Todos sabemos cómo funciona. Todo el mundo os ofrece quesos, dulces y un amplio surtido de manjares que venden las tiendas todas las navidades, y, de repente, ¡tachán!, es 1 de enero y os dais cuenta de que estáis más gordos y pobres, pero como es Año Nuevo, os decís que es hora de perder unos cuantos kilos.
Eso es lo que me dije el año pasado y, en cierto modo, funcionó. A comienzos de 2019, pesaba exatamente 117 kilos y a comienzos de 2020, peso 81. Perder peso ha cambiado mi vida, pero no estoy segura de si ha sido para mejor o para peor.
Cuando llevas toda la vida intentando adelgazar, la delgadez parece la solución a todos tus problemas. Piensas que de repente tendrás una confianza infinita, que harás un montón de amigos y que ya podrás poner en Tinder algo más que un primer plano de tu cara. Sí, así me veía antes.
Y no me malinterpretéis: cuando perdí todos esos kilos, me sentí genial. Pensaba que por fin había acabado con años de atracones, inanición autoimpuesta y una relación horrible con la comida. También disfruté de las ventajas psicológicas durante los primeros meses. Los chicos volvían a fijarse en mí y me atreví a ponerme vaqueros de cintura alta. La idea de ponerme un bañador ya no me aterrorizaba.
Adelgazar también me trajo muchas ventajas para mi salud. Podía caminar largas distancias sin ponerme a sudar y sin quedarme sin aliento. Descubrí que hacer ejercicio te revitaliza de forma natural; después de mi primera clase de zumba, recuerdo que me sentí llena de energía y con ganas de volver. Me sentía llena de vida, ligera y jovial.
Así que, durante un tiempo, fue genial. Pensándolo más en profundidad, me doy cuenta de que perder peso no ha solucionado ninguno de mis problemas más importantes. Abusé de ese chute de energía natural y me obligaba a hacer cualquier tipo de actividad física, ya fueran saltos en estrella o abdominales, cada vez que comía. Fue entonces cuando me di cuenta de los obstáculos por los que me estaba forzando yo misma a pasar. La comida estaba constantemente en el primer plano de mi mente y no podía dejar de contar y recontar calorías para asegurarme de que no me había pasado de mi límite diario.
Cuando has pasado años siendo “la gorda” y te han avergonzado no solo tus conocidos, sino también desconocidos en la calle y en la tele, tu autoestima sufre. Al adelgazar y ver que de repente esas mismas personas te aceptan, el cerebro se hace un lío. ¿Acaso soy más persona ahora?
Cuando tenía sobrepeso, comía para consolarme por pasar los días sintiéndome insignificante porque era mi única fuente de felicidad. Sentía que la gente no quería socializar conmigo ni que la vieran junto a mí, y cuando sucedía, la conversación daba un giro hacia chistes sobre mi peso. Siempre he sido introvertida, pero esto hacía que odiara estar con gente. Claramente, llegué a la conclusión errónea, ya que, como veis, estamos en 2020 y sigo siendo introvertida.
Incluso después de adelgazar lo que me propuse, mi autoestima sigue más o menos igual. No me malinterpretéis: no creía realmente que adelgazar fuera a solucionar mis problemas, pero sí que esperaba sentirme mucho mejor. Sigo mirándome a mí misma y pensando que si adelgazara aún más, tendría aún más confianza. Todavía sigo recurriendo a la comida como consuelo en mis días malos y mis hábitos de alimentación cambian según mi humor.
Lo que quiero decir es que no debéis torturaros para encajar en un molde porque eso, por sí solo, no va a ayudaros a alcanzar vuestras metas. Dejad que aclare algo: no pretendo escribir un blog pesimista sobre el adelgazamiento; admiro a la gente que sufre problemas alimentarios y consigue adelgazar. Pero os imploro que trabajéis en vosotros mismos y por vosotros mismos.
Cuando os propongáis perder peso, reflexionad para ver qué es lo que de verdad queréis cambiar de vuestra vida y daos cuenta de dos cosas: ¿adelgazar es la vía para conseguirlo? Si es así, ¿cómo podéis realizar el cambio de una forma que sea positiva para vuestra salud mental? A menudo confundimos pesar menos con ser más felices, pero este año podemos cambiar eso.
Si lo que queréis es recorrer la calle sin quedaros sin aliento, entonces sí, que sea vuestro propósito para 2020. No hagáis que vuestros objetivos giren en torno a tener determinado aspecto para complacer a otras personas, porque os prometo, por experiencia, que no encontraréis así la felicidad. Es mucho más importante estar en paz con uno mismo.
Adelgazar no os garantiza ser felices con vuestra vida. Si acaso, os acompleja aún más porque sentís que todo ese esfuerzo tiene que tener una gran recompensa que nunca llega, os lo aseguro.
Ojalá mi propósito de 2019 hubiera sido ser más extravertida o ser más segura, porque ahora mi felicidad sería mucho más real y valiosa.
Por eso, mi objetivo este año es simplemente hacer lo que me haga feliz. Vivir para mí, forjar relaciones satisfactorias y disfrutar de mi vida tal y como está ahora en vez de intentar ser delgada. Si el 2019 me enseñó algo es que nunca me sentiré realizada si me dedico a perder peso porque sí.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.