A los obispos vascos, que los perdone Dios
Estas semanas estoy repasando la hemeroteca de los años de plomo y odio en el País Vasco, y en toda España. El tiempo en que ETA estaba crecida y en medio del horror los obispos traicionaban a Jesucristo con ofensiva condescendencia. Unos más y otros menos; pero tras cada asesinato, las víctimas, dentro de los ataúdes, recibían el desdén de la Iglesia de Euskadi. La mayor parte de lo curas se negaban a oficiar misas de 'corpore insepulto'.
De esta nada santa manera los prelados y los sacerdotes bajo su mando no solo actuaban como traidores a la España que les pagaba su sueldo y sus pensiones sino traidores a su fundador. De una forma altiva y a la vez sinuosa, que tan bien imita Ada Colau en Barcelona, el episcopado indicaba a las claras su comprensión por los verdugos; lo cual sencillamente implicaba el desprecio a las víctimas.
Era también la estrategia de un sector amplio del nacionalismo que 'interrelacionaba' – como se dice ahora- con el entorno. "Estos pobres chicos", decían algunos, refiriéndose a los encapuchados de la munición 28 mm. 'Parabellum' y la 'Goma 2'.
Los obispos que ahora piden perdón, tras los pasos de ETA, ampararon 'evangélicamente' a los asesinos, y sí, como dice ahora el episcopado cuando cita sus 'complicidades' con la banda, fueron cómplices. Lo siento por los cristianos que se sentían ofendidos en su candidez cuando los periodistas decíamos eso en nuestros artículos y nos acusaban de anticlericalismo, de laicismo y de otras zarandajas propias de la ceguera intelectual.
El comportamiento de la iglesia vasca empezó a cambiar cuando ETA empezó a ser derrotada; cuando el PNV con Josu Jon Imaz dio un golpe de timón y perdió la ambigüedad que le había caracterizado; cuando el empresariado se hartó definitivamente, cuando cientos de miles de ciudadanos vascos de toda condición, se cansaron del silencio, perdieron el miedo y le disputaron la calle a los 'abertzales' sobre todo tras el horror del asesinato del joven concejal Miguel Ángel Blanco, cuando las mareas humanas se rebelaban contra ETA y sus palanganeros y cuando introdujeron con fuerza el verdadero relato de los hechos.
Hay otra circunstancia que no se debe olvidar: el gran enemigo para ETA no era la dictadura franquista. Fue, estadísticamente, la democracia. Desde el momento inicial de la Transición, 'lo' que estaba detrás de ETA, porque a ver si alguien cree que detrás de ETA sólo estaba una tropa de desarrapados, cretinos y subnormales, el clásico lumpen según Marx, decidió aprovechar la coyuntura para tumbar la construcción de un sistema democrático.
ETA, aliada en la realidad con el Grapo, con los grupos de fanáticos con bomba de Galicia y Cataluña, con unos trastornados baleares que querían imitar a Antonio Cubillo, el 'mencey loco' y su fantasmagórico Mpaiac canario, a sueldo de Argelia en la 'guerra fría' que se libraba en África; con la ultraderecha española, que quería un franquismo sin Franco y que llamaba traidor a Juan Carlos; con un bloque militar que no controlaba su gen golpista y que amparado por periódicos panfletos convertía los 'cuartos de banderas' en hervideros de asonadas.
A la estrategia de ETA le estorbaba la democracia, y puso todo su empeño en derribarla.
Igual que a otros partidos y a otras ideas que vuelven a asomar los colmillos en Europa, el nacionalismo que toma el relevo del terrorismo, aunque en forma blanda, camuflados de 'Brexit', de eurofobia, de rechazo al inmigrante, o simplonamente de populismo oportunista de retales y ensoñaciones bolivarianas que les permita construir su paraíso comunista en su inevitabilidad caótica: un caos sobre el que ellos construirán su nuevo mundo. La dictadura perfecta.
La banda ETA, y sus complicidades, no empezó el camino de la derrota por su propio pie, ni por una sincera reflexión ética – hay un sabio dicho que dice que Dios le da sombrero incluso al que no tiene cabeza- ni, mucho menos, por un sincero arrepentimiento: más de 800 muertos, miles de víctimas reales, miles de huérfanos, viudos y viudas...
El cambio se produjo gracias a una eficaz combinación de valentías y compromisos democráticos entre la Guardia Civil, la Policía Nacional, jueces y fiscales, partidos políticos que dieron muchos héroes a la historia de España, una sociedad que resistió la embestida y que, también, ofreció cientos de mártires anónimos, periodistas que mantuvieron sus posiciones en las ciudades vascongadas, y en España entera, intelectuales y políticos que no sucumbieron al confort de la tranquilidad y el halago de los malos vecinos....
El olor de la sangre distrajo a ETA de la pista del olor de la realidad. El mundo 'abertzale' se vino abajo cuando la organización terrorista acabó totalmente infiltrada por la Guardia Civil, la Policía Nacional y el CNI; cuando docenas de agentes encubiertos, con identidades falsas pero 'perfectamente' legales, y valga el oxímoron, proporcionadas por un competente engranaje de protección de testigos – vamos a llamarlos así- con amaro judicial. Los servicios secretos –como nos confesó un alto cargo del Gobierno a un grupo de periodistas en una comida en Las Palmas de Gran Canaria- sabían 'casi' cualquier movimiento de los comandos. 'Casi', porque siempre hay un cabo suelto; pero las detenciones 'preventivas' llegaron a ser 'casi' diarias.
A los obispos, pues, que los perdone Dios en la jurisdicción celestial, si es que Dios no los ha mandado ya sin ellos saberlo, naturalmente, a la mierda caliente del infierno.
Pero en lo que atañe a ETA la petición de perdón nunca está de más. El número y la forma en que lo pide es directamente proporcional a su debilidad y a la falta de esperanzas de sus presos, y de sus familiares: cualquier manifestación en las ciudades vascas es un buen barómetro. Según los 'estrategas' de la organización criminal, y sus asesores 'técnicos', asumían que no habría una derrota del Estado, y que la democracia no se rendiría acobardada, empezó el recule, disimulado con palabrería hueca.
Se sucedieron así las filtraciones y comunicados en los que lo que iba quedando de la cuadrilla 'renunciaban' a la lucha armada; prometían que iban a dejar de matar, que iniciarían un 'proceso' para la pacificación, que incluiría una mediación internacional, burdo anzuelo para desocupados, hasta llegar al desarme 'unilateral y verificado' que, según parece, se producirá en la primera semana de mayo. Para mantenerse en los titulares y en los telediarios han emitido la penúltima declaración en la que piden perdón, pero solo a una parte de las víctimas, a las que "no tenían una participación directa en el conflicto", un año después de haber anunciado el 'abandono definitivo de las armas'.
Aunque en el País Vasco esta declaración ha tenido un gran efecto, es natural, en el fondo no es sino una imprescindible cobertura dialéctica de cara a una posible contrapartida por parte del Estado, que tiene que ver, sobre todo, con el acercamiento de los presos a cárceles vascas y unas excarcelaciones adelantadas. Esta 'hoja de ruta' no tendría ninguna posibilidad si se mantuviera la agresiva retórica habitual. Bajar el tono, es consustancial como condición previa de cualquier negociación.
El problema, sin embargo, es que el 'abertzalismo' vasco no tiene ningún propósito de enmienda. Los acontecimientos de la localidad navarra de Alsasua es una de las puntas del mismo enorme iceberg: hay un amplio sector social que sigue impregnado de odio y cuyos comportamientos son netamente agresivos contra 'los de fuera' y en especial contra los que representen al Estado. La agresión a dos guardias civiles y a sus novias podría haber sido una agresión 'típica de bar' si no hubiera sido consecuencia del odio.
Pero aún siéndolo, podría haber sido una 'pelea típica de bar' si no hubiera tenido una inmediata cobertura social; si las instituciones navarras no hubieran salido a la calle a defender la falta de 'proporcionalidad' de las medidas judiciales, esto es, a presionar a los jueces y a atacar su independencia antes del pronunciamiento de los tribunales. "Es que es desproporcionado que los juzguen por la ley antiterrorista". Puede ser que sí, y puede ser que no. Pero lo que no es, de ninguna forma, es una 'típica pelea de bar'.
E incluso, siéndolo – para los agresores- ellos y su entorno amparan la cobardía de negar su participación en los hechos y de haber agredido, con especial ensañamiento, a unos jóvenes indefensos, dos guardias civiles en su día libre con sus novias, valiéndose de su mayor número.
Con el 'proceso' de ETA, con su abandono forzoso de las armas y con su disolución, muchos son los que deben tomar nota sobre el desenlace de otros 'procesos', dichos en cualquier lengua. También los que en la Navarra insensata que está aflorando no han detectado aún el peligro de los huevos de la serpiente si desde las instituciones que sueñan con un 'imperio vasco unido' se les da calor a los predicadores del resentimiento y de la 'venganza' atávica contra España.
Si tiran piedras hacia lo alto...
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